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28 noviembre, 2012

La violencia



Ibn Asad   

Muy interesante la conversación que propones, y necesaria hoy en día sin que tenga que ofender a nadie. Por supuesto que las religiones son usadas para polarizar conflictos políticos que nada tienen que ver con la fe. Dices que el Islam parece la religión “más violenta”; sin embargo ninguna religión es más o menos violenta que otra. En última instancia, sólo el ser humano individual puede ser más o menos violento o perverso, y siempre va a poder encontrar un pretexto (una religión; pero también una ideología política u otra coartada) para dar rienda suelta a las pulsiones más hediondas. Quien quiere hacer daño y humillar, siempre lo va a hacer desde la miseria personal más íntima, aunque alegue causas elevadas, ideales políticos o misiones religiosas.
Pero no seamos hipócritas si hablamos de religión: toda historia sagrada (y la profana también) está bañada en sangre. Señalas que el profeta Mahoma fue un líder militar y político. Es cierto. Como el 99% de los líderes espirituales. Como sabes, incluso el Buda que citas también era de casta guerrera, era hijo de príncipe y fue educado como tal. También en la mítica India, el reverenciado Rama fue un líder militar que comandó una campaña contra lo que hoy es Sri Lanka y devastó todo un reino a hachazo limpio tan sólo para recuperar a su mujer predilecta, Sita; y Krsna, como todo el mundo sabe, ayudó a los militares Pandavas en una sangrienta y brutal guerra, considerada “la madre de todas las batallas”. David no se hizo rey de los judíos por su sabiduría, sino por liarse a pedradas contra su enemigo. En Egipto, en Persia, incluso en el Tibet, no se distingue el líder espiritual del líder político. En China, si estudias el comedido taoísmo, leyendo sus textos, no sabes si estás ante poemas con implicaciones éticas, o estás ante tratados de guerra. En América, los fundadores religiosos son guerreros (Manco Capac, etc…); en las religiones africanas, también. Te ahorro el trabajo de seguir buscando: Los fundadores religiosos son guerreros, en muchas ocasiones activos militares, violentos, implicados en procesos políticos que no permiten medias tintas.
Ahora bien; reconozco que hay una figura religiosa excepcional: Jesús. Jesús es el único fundador religioso contemporáneo no monacal que no propuso nada parecido a un orden político, que no propuso una sharia, que no se inmiscuyó en los trajines militares. Es el primer fundador religioso apolítico, ácrata, sin influencia política, sin casta política, en conflicto con todo lo que oliese a gubernamental (desde Herodes en su infancia hasta el Sanedrín en su muerte). Aunque dijo aquello de “yo traigo la espada”, lo cierto es que en Jesús no hay ni rastro de militarismo, ni rastro de ambición política expansiva, ni rastro de legislación más allá del “ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Esa es, para mí, la gran novedad de Cristo: una espiritualidad personal pura, sin interferencias políticas. Esa es la nueva de Cristo. Yo no soy quién para valorar esa novedad como positiva o negativa; sus detractores ven en ese acrático pacifismo, un signo de debilidad y decadencia; sus seguidores (los cristianos) ven en ello la enseñanza más alta. Lo que nadie puede negar es que aquello de “poner la otra mejilla” es una respuesta revolucionaria y desconcertante en un ambiente extremadamente violento. Sólo un loco o un avatar, puede predicar semejante actitud ante una agresión violenta.
Pero no nos engañemos: la teoría evangélica se quedó en eso, en teoría. Enseguida la práctica eclesiástica relativizó el “no matarás” por el “mata lo que te dé la gana, chaval”. Si Cristo fue original y novedoso, el cristianismo no lo fue: expansión militar, violencia e imposición religiosa. Y esto se repite a lo largo de toda la historia conocida en todos los rincones del mundo.
¿El Islam se expandió a través de la violencia y la guerra? Indudablemente. El cristianismo, también (por ejemplo, en América, con especial virulencia). ¿Y el budismo? Ay, ay, ay… el budismo también. El rey Asoka, antes de convertirse en el primer rey budista idealizado por la revisión histórica budista, era famoso por su crueldad y su ambición política. La expansión oriental budista se apoyó en las estratégicas “conversiones” de reyes indios y después chinos: ninguno pasó a la historia por su “compasión”, sino por machacar con saña al enemigo. Como Constantino en Europa: el césar que cristianizó oficialmente Roma (y por ende Europa) fue un gobernante tirano, decadente, cruel y estúpido. Por lo tanto, sería injusto adjudicar al Islam un especial carácter violento como proyecto político… no porque no lo fuera (violento) sino porque todo proyecto político (de la manita de la religión de turno) se fundamenta en la acción militar. Sin embargo te puedo asegurar que en el Islam (al igual que con el “no matarás” cristiano o el ahimsa indobúdico), que un hombre asesine a otro hombre, se considera, desde cualquier punto de vista, como algo prohibido, algo haraam, algo no permitido por Allah. ¿Contradictorio con la realidad histórica? Por supuesto. La perversidad humana necesita esa contradicción: el hombre mata y quiere seguir matando porque vive y quiere seguir viviendo. No encontrarás hombre (religioso o no), pueblo, civilización… sin las manos manchadas de sangre.
Te pongo un ejemplo: India. Existe un prejuicio moderno muy extendido: la civilización hindú valora y siempre valoró la paz, la no agresión, ahimsa, la no violencia de Gandhi… ¡Un cuento! Quien piensa eso simplemente ignora la historia indostaní, la cual es aún más convulsa (¡aún más!) que la europea o la de oriente próximo: reinos en continua depredación, continua invasión, continua ambición. Que se sepa con fundamento histórico, jamás hubo paz en India. Al contrario: desde las invasiones arias hasta la colonización británica, todo en la historia de India fueron guerras, masacres y baños de sangre. En India, la no-violencia se reservó para la teoría ética de los santones, los ascetas y los yoguis (y no para todos). Pero en la “práctica”, la vida en India como en cualquier lugar de este diablo mundo, la pura y dura realidad exige luchar a muerte por cada bocanada de aire.
¿Y qué ocurre hoy? Decimos “no” a la guerra. Sin embargo, la guerra nos dice “sí” con más fuerza. Hay y habrá guerras, terribles e injustas, por muy alto que gritemos nuestro rechazo. Nos consideramos “no violentos” cuando en nuestro entorno todo es violencia. Nos consideramos “pacifistas” como eufemismo para no encarar otros epítetos muchísimo más adecuados a nuestra realidad: hipócritas, cobardes, mentirosos, viles, traidores, impotentes, charlatanes, vengativos, pusilánimes, rastreros. Llamamos “paz” a una breve tregua que la barbarie nos concede como premio a nuestra cobardía, para poder seguir viviendo de forma miserable.
Pocas cosas han cambiado en veintiún siglos. Pero en lo que respecta a pisotear la cabeza del otro más y mejor, hay algo que SÍ ha cambiado. Guernica, Dresde, Hiroshima, Mauthausen, Stalingrado… Esos episodios son nuevos en la Historia. Siempre se ha matado pero jamás así: ese poder de horror, esa dosis de crueldad, ese nivel de salvajismo es new. No estoy diciendo que en la antigüedad los poderosos fueran menos crueles; estoy diciendo que el hecho de que Genghis Khan no tuviera una flota de drones a su disposición, es una diferencia determinante.
Hoy, estos monstruos disponen de toda una industria del horror, una tecnología punta afilada para dañar, lisiar y matar. No tienen rival: se los inventan para testar sus armas high-tech y seguir ampliando este imperio de pesadilla. Su superioridad militar es incuestionable. Su poderío, inexpugnable. No hay fuerza militar que pueda hacer frente a esta tecnología recién estrenada, estos ingenios de la ignominia, esta ciencia de la muerte. No es una guerra: es un tiro al blanco, y cuanto más blanco y más inocente, mejor para su empresa. Asesinar por sistema. Aniquilar al más débil. Triturar todo lo puro, lo bueno, lo hermoso. Si tienen que matar niños, los matan. Si tienen que violar mujeres, las violan. Si tienen que torturar inocentes, lo hacen, incluso después de muertos. Orinan en sus cadáveres y no sienten ninguna culpa, ninguna empatía, ninguna compasión. ¿Son musulmanes quienes hacen esto? Claro que no. ¿Son cristianos? Tampoco. ¿Serán los judíos? Tampoco. ¿Son entonces de otra confesión religiosa? Tampoco. Son, sencillamente, unos hijos de puta. 

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