Ibn
Asad
Que no se
pueda contener el desastre actual no va a servir de disculpa para la
indolencia, la indiferencia o el silencio ante una lacra que verdaderamente
indigna, en el sentido completo de la palabra tan en boga, “indignación”.
Se han
escrito artículos sobre ello, se ha hecho referencia en libros y se ha
advertido por activa y por pasiva en los últimos cinco años; y aún así, la
actual sinvergüencería de fechas señaladas, propagandas pseudo-científicas y
productos comerciales de aspecto profético, obligan a aceptar el deber de
combatir estas agresiones al sentido común y las buenas formas. Nos estamos
refiriendo a la epidemia de falsos profetas que en las últimas dos décadas
proliferaron hasta llegar al grotesco punto en el parecen acordar concentrarse
en la superstición de un año (-2012-) que sirve de coartada de no pocos
delincuentes. No son sólo “mercaderes en el templo”, sino también constructores
de falsos templos con funciones solapadas de centro comercial. No son sólo
“buscavidas”, son también arruinadores de vidas: las de sus prosélitos. No son
sólo charlatanes aterrorizando o ilusionando sobre supercherías vaticinadas,
son también criminales con una función bien definida en esta desintegración
global de la Inteligencia, de la Justicia y –en definitiva- del ser humano tal
y como lo conocemos hoy.
Si la contra-tradición y la irreligiosidad han aumentado hasta este
punto, y este punto tiene nombre y forma de año señalado, tomémonos en serio
ese año (2012) así como todos los atropellos y barbaridades que han inspirado a
esa cuadrilla de maleantes blasfemos que osan hacer parodias de ejercicios
proféticos sin ningún tipo de autoridad ni cualificación. Por supuesto, nos
estamos refiriendo a todos esos “falsos profetas”, sin hacer ninguna distinción
entre ellos. Todos ellos -poco importa aquí su nacionalidad, raza o nombres
propios- nos merecen el mismo desprecio.
Sobre
profetismo y sobre los abusos pseudo-proféticos de la modernidad
Parece
necesario decir qué una “profecía” es el don sobrenatural para pronunciar
palabras por inspiración divina, es decir, en nombre de Dios. El que tiene ese
don, es el “profeta”. Si alguien no tiene esa cualidad, no es ni podrá ser
“profeta”, aunque así diga llamarse. En ese caso, ese sujeto no será otra cosa
que un impostor y los ejercicios e interpretaciones que alguien así puede
llamar “profecías”, no serán más que imposturas, es decir, las tareas propias
del impostor. Todos y cada uno de los llamados “profetas” de la modernidad
(todos y cada uno con sus falsas “profecías”) son impostores vendiendo
imposturas. No son otra cosa.
La
“profecía” es una palabra latina (prophetia) que tiene su equivalente en todas
las lenguas, y muy especialmente en las lenguas vernáculas de las diversas
tradiciones, como el latín lo fue de la católica, y el sánscrito, el hebreo y
el árabe, lo son (sí: aún lo son) de expresiones tradicionales todavía vivas.
Y es que en todas las expresiones tradicionales (no importa cuál), las
profecías (es decir, los ejercicios propios de los profetas) constituyen la
“Revelación” (la Shruti en India) en donde se apoya una civilización para
instituirse. Por lo tanto es difícil determinar el número de profetas que han
existido a lo largo de toda la historia de la humanidad. El Islam y sus hadices
hablan de 124.000 profetas, la Smrti hindú habla de 320.000 rishis y todas las
fuentes tradicionales que restan reconocen que cada pueblo tuvo su
profeta.
Todos los
profetas hablan a su pueblo en una lengua vernácula, ejerciendo el papel de
decodificadores del conocimiento metafísico revelado por la divinidad… ¿pero
qué ocurre cuando ya no existen los pueblos, cuando el ser humano es analfabeto
en términos tradicionales, cuando la metafísica no es más que una ciencia
infusa dentro del taciturno panorama intelectual, y -más grave aún- cuando
tanto el individuo moderno como todas y cada una de las instituciones de la
civilización han negado cualquier principio de divinidad? Pues que no es
posible ni profeta ni profecía surgidos de tales circunstancias. Los falsos
profetas de la modernidad hablan de “profecías” sin Dios… y esto es algo más
que un sinsentido. Resulta ridículo hacer profecías sin reconocer la divinidad
que inspira el ejercicio profético. Por lo tanto: si no es posible la
existencia de un profeta contemporáneo, ¿por qué hoy en día hay tantos y tantos
sujetos que dicen hacer “profecías” y además divagan sobre fechas del juicio
final, vaticinios apocalípticos y estafas premonitorias? Pues porque son
“falsos profetas”, e incluso la revelación legítima de todas las
tradiciones hablaron de ellos como un “signo” de los tiempos que vivimos.
¿Qué nos
dice la memoria tradicional de estos tiempos, de los “falsos profetas” y de su
sinvergüencería?
Pues
exactamente lo que vemos ocurre ahora. La cadena profética hace ya varios
siglos que se selló (jatim al-anbiya'), la presencia espiritual parece alejarse
completamente de la historia del hombre, y una serie de “signos” avisan al ser
humano de la proximidad de una “hora” que sólo la divinidad conoce. Uno de esos
“signos” es la agitación causada por infames “falsos profetas” que abundarán
(¡ya abundan!) hasta tal punto que la confusión y la ignorancia se extenderán
entre los hombres de una manera hasta entonces desconocida. Se trata de una
crisis inédita, profunda, con varios movimientos espirales hacia el abismo, en
donde la decadencia nos sorprenderá a todos en el que parecerá siempre el punto
más bajo, cayendo más y más, hacia un límite inferior que nadie conoce y que
nadie puede datar.
La
Metafísica es el conocimiento de los principios universales, y por ello, en la
medida en que las diferentes expresiones tradicionales se acercan a esos
principios, ellas se muestran unánimes. Aunque existieron múltiples profetas
(al menos tantos como pueblos), la verdad que todos ellos revelaron y
expresaron en su contexto, es una única verdad. Se subraya: Una. Esa convergencia
de las diferentes tradiciones no sólo se muestra con respecto al “principio”
sino también con respecto al “fin”. Si la Metafísica aborda los principios
universales, la Escatología trata el omega, los fines, las realidades últimas
del universo. Uno de esos puntos escatológicos unánimes es
la imposibilidad de la revelación profética en los tiempos modernos, así
como la proliferación exponencial de “falsos profetas”. La Sunnah islámica, el
Shastra hindú, las doctrinas escatológicas jainas, shaktas, mahayánicas…
convergen en advertir al ser humano de las hordas de embaucadores,
pseudo-gurúes, charlatanes, timadores, comerciales espirituales y criminales
contra-intelectuales que aparecerán en los tiempos difíciles. Esos tiempos ya
han llegado.
Canalizaciones,
vaticinios terroristas y datación apocalíptica
Insistimos
en destacar el importantísimo dato tradicional unánime de que tras el “sello
profético” no habrá más profetas hasta el colapso de la presente humanidad; por
lo tanto, las autodenominadas “profecías” actuales no serían tal cosa, de la
misma manera que quienes se dedican a ello ni son ni podrán ser llamados
“profetas” a no ser a modo de parodia con fines comerciales. La pregunta que
alguien atento se hará es: ¿Entonces qué son esas “profecías” de la modernidad?
Respuesta sin lugar a duda: Son peligrosísimas imposturas con perversas
intenciones.
Los
diversos movimientos, contra-tradiciones y neo-espiritualistas se dan la mano
todos ellos en el sentimiento antirreligioso: todo lo que recuerde a la
tergiversada noción moderna de “religión” debe ser perseguido y eliminado. Por
ello, todos los términos fundamentales de las diversas expresiones
tradicionales fueron usurpados, deformados y sustituidos por
parodias amoldadas al proyecto desintegrador de la humanidad. Así, todo
concepto tradicional fue parodiado por una serie de palabrería impostora,
inventada, y -en algunos casos- diabólicamente perversa. Por ejemplo, el
concepto legítimo de “profeta” fue sustituido por la sinvergüencería de
“médiums, “sensitivos”, “adivinos”, “gurúes”, “sanadores”, etc… que conforman
la oferta del mercachifle espiritual. Y como pantomima de las “profecías”, los
modernos hablaron de “canalizaciones” (ya se habló del origen histórico moderno
de esta palabreja en "La Falacia Fenoménica y la Mentira
Extraterrestre" y su relación con el neo-espiritualismo kardecista y
teosofista). Esta satánica sustitución de términos permite que cualquier
cantamañanas sin escrúpulos con un mínimo don de palabra pueda engrosar las
listas de los “falsos profetas” y vivir del abuso, la mentira y la
charlatanería.
Porque no
importa que esta gentuza se escude en desvaríos denominados “canalizaciones”, o
en interpretaciones seculares y desautorizadas de oráculos propios de
civilizaciones desaparecidas, o en teorías pseudo-científicas cimentadas con
literatura de ficción fantástica… todo lo que la modernidad presenta como
“profecía” es una burda mentira.
Todos estos
embustes de new-agers, trileros de la Era de Acuario y astrónomos de delirante
imaginación, responden a una misma estrategia comercial: impactar en la
sociedad. Esto ahora se llama “publicidad”, y recientemente, en el S. XX, en
años de enfrentamiento político, se llamaba “propaganda” (léase "Tecnocracia
Global y Destrucción Familiar"). Lo cierto es que, en español
castizo, estas técnicas siempre se han llamado “camelar”, “engatusar”,
“engañar”. Y para engañar a una sociedad (dígase “publicitar” o
“propagandear”), se necesita garantizar algo: el terror del engañado. Por eso,
el procedimiento new-age es siempre aterrorizar al prosélito-cliente con
fechas, catástrofes, desastres naturales, castigos medioambientales… y tras
paralizar al moderno con esa imaginería de cartón piedra, pues se le vende una
“salvación” en forma de secta, de curso terapeútico, de libelo, de dvd, de
conferencia, de película, de lo que sea que se pueda vender. El terror es el
motor de toda propaganda (o publicidad, o como quieran llamarlo), y los
ignominiosos “falsos profetas” de la new-age, del neo-espiritualismo y de la
sinvergüencería científica no son ni mucho menos una excepción. De hecho, son
unos pioneros en ello: ya llevan varios siglos vendiendo el fin del mundo.
Antecedentes
de la farsa apocalíptica y las fechas señaladas
No falla:
allá donde se interpreten teorías escatológicas de forma desautorizada y
descontextualizada, allá más temprano que tarde aparece un mentecato avispado
que data la catástrofe total y se enriquece con ello… hasta que -¡claro!- llega
la fecha señalada y no pasa nada. Los new-agers y neo-espiritualistas
contemporáneos sólo imitan de forma masiva lo que los pioneros del apocalipsis
fraudulento llevan haciendo, al menos durante los últimos cinco siglos. Para
los que crean que esto del 2012 es nuevo… lo cierto es que hay tantos fines del
mundo como años de la era moderna y como cretinos blasfemos dispuestos a
aterrorizar al pueblo para conseguir lucro, fama o notoriedad.
En la
Europa moderna, prácticamente cada nación tiene su propio anunciador
fraudulento de catástrofes apocalípticas. En el S.XVI, el astrólogo germano
Johannes Stoeffler anunció un gran diluvio para el 20 de Febrero de 1524 que
acabaría con Europa y con todo el Sacro Imperio. Nada ocurrió aquel día, salvo
que en la ciudad de Iggelheim, como comenzó un chaparrón, un hatajo de beatos
salió en estampida y murieron aplastados más de doscientas personas.
Algo
parecido ocurrió en el S.XVII, cuando se esperaba el 25 de Abril de 1666.
Libros vendidos, ríos de tinta, histeria colectiva, políticos oportunistas y
párrocos vendiendo la salvación… llegó la fecha y sólo se tuvo un espléndido
día de primavera. Ni diluvios, ni justos salvados, ni trompetas, ni nada de
nada.
En el
S.XVIII, el británico William Whiston anunció el diluvio y su consecuente fin
del mundo, el 13 de Octubre de 1736. Aquel día ni tan si quiera llovió en
Londres. No fue el fin del mundo… pero los criminales aprovecharon la histeria
social de aquella fecha para cometer fechorías en Londres. El número de
violaciones, robos y asesinatos aumentó desorbitadamente aquella fecha.
En el
S.XIX, el francmasón egiptólogo Charles Piazzi Smith quiso ver una profecía en
la Pirámide de Gizé que databa el fin de la humanidad en 1881 del calendario
cristiano. La casa real británica le siguió la corriente a este “falso profeta”,
hasta el punto de nombrar a Smith astrónomo del Gran Imperio Británico. Llegó
1881 y la humanidad continuó. El Gran Imperio Británico también, y actualmente
no sabríamos decir qué beneficios se extrajeron de esta superchería.
Quizás fue el ensayo de un siglo que iba a obsesionarse con las fechas
señaladas: el siglo XX.
Porque el
S.XX fue el siglo del colapso total del catolicismo en Europa y su consecuente
metástasis de los ocultismos, los teosofismos, los espiritismos y -finalmente-
el satanismo que impera hoy en todas sus formas, mezclado con teorías
pseudo-científicas y propaganda populista. Prácticamente cada año de la década
de los sesenta fue vaticinado como “fin de era” por incontables grupos de
hippies californianos. La presunta “Era de Acuario” comenzaba con una obsesión:
acertar la fecha del fin del mundo como quien acierta los números en una
partida de bingo. Ya en los setenta, el astrónomo y novelista John Gribbin (sí:
ser astrónomo y novelista de ficción es no sólo compatible sino muy rentable en
estos tiempos) fue best-seller con “Jupiter Effect” en el que, ni corto ni
perezoso, anunciaba un alineamiento con Júpiter que provocaría un terremoto que
acabaría con la ciudad de Los Angeles en la primavera de 1982. Y también en los
setenta, otro astrónomo novelista (este israelita) Zecharia Sitchin comenzaría
a divagar sobre los textos sumerios y un planeta completamente imaginario
llamado “X”.
Y nos vamos
a quedar con Sitchin, porque esta figura resulta clave para comprender lo que
ocurrirá más tarde (es decir, hoy). Sitchin fue el mentor de una serie de
“investigadores” (sin eufemismos: farsantes vendedores de mentiras) que siempre
se irían a apoyar en una fecha, tanto para vaticinar catástrofes como para
anunciar felices salvaciones políticas, medioambientales y extraterrestres.
Primero se señaló el año 2000… y nada ocurrió aquel año. Nada al menos tan
horrible como lo que ocurrió en Septiembre del año siguiente. Tras el fiasco
del 2000, los charlatanes de la esfera Sitchin señalaron el año 2003 como año
final. De hecho el propio Sitchin habló (publicó) sobre el año 2003 como año en
el que el Planeta X pasaría cerca de La Tierra causando maremotos, diluvios y
erupciones volcánicas masivas. Nibiru no pasó en 2003, pero no fue necesario
para establecer las teorías sitchinianas en el vulgo anglosajón y el europeo.
Junto con el israelita, el norteamericano Jordan Maxwell y el británico David
Icke ayudaron a postergar todas las patrañas new-age sobre fechas de cambio de
paradigma (acompañadas -como siempre- por catástrofes terribles que nunca
suceden en la fecha señalada). Se pensó en 2012. Por un lado la fecha dejaba un
intervalo de tiempo suficiente para la optimación del negocio de los new-agers.
Por otro, el año coincidía con una época que cualquiera puede prever como
crítica, y por lo tanto, idónea para la venta de sandeces con atuendo
espiritual. Además, para dar un pretexto a la superchería, alguien dijo algo
que aún nadie mínimamente autorizado en la materia ha conseguido probar: el fin
del calendario de la civilización maya coincide con el año 2012, más aún, con
el 21 de Diciembre del 2012 del calendario gregoriano. ¡Qué infeliz casualidad!
¡Vaya por Dios! ¡Mal sabían los enigmáticos y poco conocidos mayas que los
sinvergüenzas modernos iban a usar su calendario para un circo comercial más!
2012: El Boom de mercado new-age
En los
últimos diez años se han contabilizado más de 220 publicaciones de editoriales
de masa que hablan de la “profecía” de 2012. La producción cinematográfica israelí-norteamericana
“2012” ha recaudado 769 millones de dólares norteamericanos. Las productoras de
Hollywood esperan al menos cuatro estrenos para este año del género
catastrofista que serán blockbusters. Creo que ya hoy nadie duda que el 2012 es
un negocio. Inmoral, mezquino, sucio… pero como ocurre con los negocios cuando
tienen estas características, también muy lucrativo.
Lo que
ocurre es que esto no es sólo un negocio ilícito, es algo aún peor. En "Satanismo
y Contrainiciación en la Era Digital", intenté explicar los procedimientos
de subterfugio que las fuerzas contraintelectuales emplean para avanzar en un
proceso de desintegración ya muy avanzado. El interés económico es el motor de
los inmiscuidos profesionalmente en esta trama, tales como “periodistas”,
“científicos”, “astrónomos”, etc. Sin embargo, la motivación del artífice de
esta confabulación no es el “dinero”, sino la destrucción de la
intelectualidad. Se busca devastar todo atisbo de conocimiento tradicional, y
como consecuencia directa, sepultar a la humanidad en la ciénaga de la
ignorancia. Eso es la “new-age” y la “profecía del 2012” es tan sólo un
episodio más de la farsa, ni muchísimo menos el último.
Por eso,
todas estas supercherías son más graves de lo que aparentan, pues operan en la
parte subconsciente de una población que ya puede considerarse “mundial”,
en el sentido de que el poder de manipulación de las masas ya es total. Al
datar en el futuro inmediato una catástrofe, un “fin de era”, un “cambio de
consciencia”, etc., se introducen condicionamientos subconscientes en una aldea
global ya diseñada desde -por lo menos- hace un siglo. La técnica de sugestión
del vaticinio apocalíptico es idéntica a la del terrorismo que tanto se emplea
hoy en día. El interés del terrorismo apocalíptico no es amenazar o ilusionar
con unos fantasmas que no existen y que más tarde o temprano se mostrarán como
fraudulentos, sino controlar psicológica y socialmente a un individuo despojado
de armas para defenderse de semejante agresión intelectual. Por supuesto que
sólo un porcentaje insignificante son tan estúpidos como para creer a pies
juntillas en algunas de las predicciones para este año; sólo unos pocos esperan
convencidos un cambio que no llegará; sólo un reducidísimo número de cándidos
se suicidarán en grupo, en sectas y grupúsculos neo-espiritualistas. Sin
embargo, el desastre más dañino del 2012 no está en estos pocos desgraciados,
sino en el efecto sutil y profundo que esta sugestión de masas tendrá (ya
tiene) en la población mundial moderna.
Ese daño se
puede evaluar desde por lo menos la última década. Antes citamos a los
ignominiosos Sitchin, Maxwell o Icke. Basta hacer una búsqueda rápida sobre
“2012” en blogspot, wordreference, facebook y las principales redes sociales y
servidores de blogs, para tomar el pulso a un segmento poblacional gravemente
enfermo. Un aluvión de cantamañanas llevan más de un lustro vendiendo historias
fantásticas, dvd´s, libelos, estrategias salvacionistas de rebajas… lo mínimo
que podemos pedir desde aquí es que se denuncie a estos criminales y se
les haga frente desmontando los estúpidos argumentos en donde construyen
castillos de arena que el mismo paso del tiempo desmoronará sin piedad.
No
obstante, tal y como dijimos al abrir este artículo, hoy parte de este desastre
ya resulta inevitable. La devastación ética e intelectual generalizada parece
ya imparable y reconocemos no poder proponer planes de defensa conjunta frente
a todo este desmadre. Las sanguijuelas sacarán provecho del 2012. Los falsos
profetas proliferarán cada día más. Toda desgracia que suceda en 2012 (pues
siempre sucederán desgracias, no importa en qué año sea) será susceptible de
haber sido “profetizada” por mercaderes de mentiras cada vez mejor organizados.
Todo lo positivo que tenga este año será vendido como producto de un “fin de
era”, una “mutación de la consciencia”, o patrañas semejantes. El 2012 es un
año como otro cualquiera en esta decadente secuencia de la modernidad postrera,
con la única peculiaridad de que los mercachifles espirituales harán su Agosto.
Pues la única catástrofe bien pronosticada para 2012 es el Boom del negocio
new-age.
Parece que
el ábside de toda esta locura se alcanzará el 21 de Diciembre de 2012, día en
el que -tal y como en 1524, 1666, 1736, 1881 ó 2000- no sucederá nada. Para los
que pidan una recomendación para el 21 de Diciembre de 2012, invitamos a hacer
lo que recomendamos hacer antes y después de cualquier fecha: seguir sirviendo
a la Verdad, incansablemente.
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