Conversación entre Ibn Asad y uno de sus amigo:
Me preguntas sobre el Smart phone. Ya podemos evaluar que lo que menos importa de este teléfono es la función del teléfono. Se trata de integrar todas esas aplicaciones en la conciencia del ciudadano “para revolucionar su relación con su entorno” (así dicen). Lo llaman “El sexto sentido” y literalmente buscan eso, dar al ser humano un “sexto sentido”. De hecho, no ocultan que hay un proyecto con ese nombre de MIT Computer Science and Artificial Intelligence Laboratory.
Echa un vistazo; esto es sólo un aperitivo publicitario que intenta convencer a sabe Dios quién:
Este proyecto de CSAIL (un laboratorio ligado a Rockefeller Foundation) está desarrollado por el mismo Director de Investigación de Samsung, Pranav Mistry. Aunque el proyecto ya es monstruoso a fecha de hoy, tampoco ocultan que su goal va más allá: integrar todo en dispositivos internos y manejarlos a través de interfaces cerebrales. Es decir, que del touch-screen se pasará al think-screen. Buscan eso y no lo ocultan: las aplicaciones no se van a descargar en ningún “teléfono” sino en interfaces cerebrales, en nuestra cabecita. Insisto que quien está detrás de esto son los mismos que después te venden el Galaxy, el Android y todo eso.
Prefiero pensar que estas barbaridades están lejos y ciertamente supongo sin ser entendido en tecnología que aún falta bastante para desarrollarlo. Pero ya lo dicen y ya intentan promocionarlo como atractivo. Lo importante es fijarse en lo que ya es realidad hoy. Por tu edad recordarás cuando hace sólo quince años comenzó todo esto de los teléfonos móviles en masa, que la gente tenía vergüenza de usar uno en público. Y en pocos años, se las apañaron para hacerlos imprescindibles. Luego los comenzaron a usar en masa a nivel corporativo y de empresa. El funcionario pensaba entonces, “basta con tener apagado el móvil para que no me localicen”, pero ahora eso ya no funciona: hoy, en muchos trabajos (por no decir todos) es impensable no disponer de teléfono móvil y mucho más raro resulta tenerlo y estar desconectado. La última generación de teléfonos ya disponen de una localización GPS bastante sofisticada y aunque hoy se presente como “opcional” (como el “móvil” a los trabajadores de hace diez años), repentinamente se pasará del “opcional” al “¿Qué haces que no tienes el GPS conectado?”, y finalmente a saber en qué lugar estamos a cada momento, a todas horas, durante el trabajo y fuera de él. Comenzará, como siempre, a nivel corporativo… y después familiar, social, integral. A fecha de hoy, si no se hace un esfuerzo para ser tildado de anti-social y bicho raro, ya nadie tiene vida privada.
Pero volviendo a los proyectos de CSAIL-Samsung y a Mistry, para mi lo más difícil de entender es por qué la gente se deja seducir por estas cosas, y las valoran como buenas o se limitan al no sé-no contesto. Eso es lo que me aterra: la gente no se da cuenta de qué tienen en el bolso y para qué y a quién están pagando su Smart-phone. No comprenden la relación entre toda esta locura (que poco a poco va dejando de parecernos "futurista") y su presente cotidiano. Si realmente “El Sexto Sentido” triunfa, se haría la primera división de castas biotecnológica: los que lo tienen y los que no lo tienen. Esto parece una locura de ciencia-ficción… ¡pero ya ocurre hoy! Por mi trabajo, tengo contacto con alumnos jóvenes de varias clases sociales de muy diferentes escuelas, y ya hay una fractura social: los que tienen iPhone y los que no lo tienen. Quien sea profesor sabrá que en los últimos cinco años las aulas se han convertido en un infierno gracias a los teléfonos móviles y a los malditos tablets. Pues bien, compruébese que el paria del S.XXI no es el harapiento, el de otra raza, o de otra religión… el paria, el dalit, el marginado es el que no tiene el Smart-phone. Digo el que no tiene el Smart-Phone y no el que no tiene “teléfono móvil”, porque hasta el joven más miserable dispone de un teléfono móvil. Sin duda los objetivos transhumanistas traerían consigo una bicefalia de la humanidad más monstruosa que cualquier división de clases o régimen racista: los humanos al uso, y los otros, fraudulentos dioses de pacotilla. Sin embargo, esa bicefalia ya se puede evaluar hoy, en 2013, con una división social apabullante causada por el acceso tecnológico.
En eso, también, yo soy otro paria. Y no te puedes imaginar lo difícil que es hacer vida normal sin eso. A nivel laboral, si tuviera tiempo, escribiría un libro enorme sobre las trabas que encuentro cada día en haber decidido, sencillamente, prescindir del teléfono móvil. Eso, sin nombrar, lo enrarecido que se han vuelto los ambientes más cotidianos, en restaurantes, salas de espera, ascensores, transporte público… ¿pero qué hace toda esa gente mirando para abajo en la entrepierna, sacando fotos y videos de todo, con un tic espasmódico en el pulgar?
Yo opino como tú, querido colega: todo esto no va a funcionar. No va a triunfar. Se va a ir por el retrete antes de lo que nos pensamos. Se va a caer por su propio peso. El quid es saber torear todos los despropósitos que nos van a presentar por el camino. Por eso creo que tu respuesta de la guitarra es la más inteligente. Si sabes cuán hermosa es la vida (la vida real, no la virtual), si conoces la profundidad de nuestra alma, la belleza de una guitarra, de una amistad, de un cante, de un baile, del arte… entonces jamás te van a convencer para renunciar a ello por una máquina. Pueden hacer las locuras que quieran, desarrollar lo que quieran, imponer aparatos, vendernos la moto… sabemos lo que hay en un rasgueo de Paco de Lucía o en un alap de Nikhil Banerjee. Sabemos que eso no lo va a hacer un robot. El resto, todos esos cacharros son ridículos y se acabarán oxidando.
Un afectuoso saludo,
Ibn Asad
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