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Cualquiera diría que allá la casa se halla a punto de derrumbarse por cuenta de la crisis.
Hay que ser exageradamente ingenuo para creer que las cadenas
informativas privadas entrelazadas mundialmente tienen como propósito
difundir la información de modo objetivo e imparcial. Ellas son
empresas, compañías por acciones manejadas por grandes grupos
económicos, que se ocupan las veinticuatro horas del día en hacer
negocios y obtener enormes ganancias. Cualquier noticia que provenga de
ellas pasa por el riguroso filtro del ánimo de lucro.
Para ellas el mundo tiene que ser como lo determinen el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial, la OMC y demás poderes internacionales
empeñados en acrecentar sin tregua la cuota de ganancia de las
omnipotentes corporaciones transnacionales. Mientras eso ocurra sin
alteraciones, la información puede adquirir carácter anecdótico y
lúdico. Los gobiernos, particularmente, podrán gozar de su mirada
benevolente, hagan lo que hagan.
Ningún crimen resulta más repudiable para los grupos económicos
dominantes a nivel nacional, continental y mundial, que el de
arrebatarles una presa, aunque sea una sola, de la cual puedan derivar
ganancias para acrecentar su riqueza. Es por eso que la revolución
bolivariana de Venezuela no puede ser admitida bajo ningún punto de
vista. En dicho país se atrevieron a recuperar el petróleo y su renta
para destinarlos al bienestar del conjunto de su población.
El petróleo, el combustible cuya escasez es motivo de preocupación, la
fuente del derrochador modelo de vida de las grandes metrópolis
mundiales, el oro negro por el que se dan golpes de Estado, se invaden
países y se bombardean sin clemencia pueblos enteros, el súper fabuloso
negocio de los siglos 19 y 20, que desató el desarrollo industrial y
tecnológico de las grandes potencias, sus mayores reservas mundiales, ya
no les pertenecen a ellos sino a un pueblo.
Eso indudablemente define el tratamiento a recibir. Y por sí sólo
explica cuanto se dijo y escribió sobre el Presidente Chávez. Algo muy
semejante a lo que en su tiempo espetó la Corona española contra el
Libertador Simón Bolívar. Desde luego que uno y otro, por sus propias
virtudes y genialidad, terminaron, muy a pesar de sus enemigos, situados
muy por encima de ellos. Ahora simplemente el poder imperial tantea
cuánta puede ser la firmeza de sus herederos.
Y para eso comienza a apretar la cuerda. Sabe que la situación no es
igual a la del siglo pasado. Aunque no descarte un brutal golpe de
Estado acompañado por una invasión externa como la realizada en Panamá
en diciembre de 1989, es probable que se incline más por otra clase de
tretas. Acaba de ver lo sucedido en la cumbre de la CELAC, conoce de
UNASUR, sabe que las consecuencias por una imprudencia podrían ser
nefastas para sus intereses.
Hay los recientes modelos del mundo árabe, los propios golpes
institucionales de Honduras y Paraguay. Pueden crearse situaciones que
resulten intolerables para la población, como en la Nicaragua de los
años ochenta. De todo eso parece haber un poco en juego. Hasta el mismo
sabotaje económico librado contra el Chile de Salvador Allende. Lo
importante es generar la idea de que existe una crisis insuperable por
medios legales en Venezuela. Y en eso se hallan.
Se comprende entonces en su plena dimensión el papel que desempeñan los
grandes medios privados de Latinoamérica en la trama. Los venezolanos
en primer lugar, una prensa groseramente amarillista y de pésima
calidad, si hay que compararla con su homóloga colombiana, empeñada en
difundir la versión más fantasiosa de lo que ocurre en el país.
Cualquiera diría, al seguirla, que en Venezuela la casa se halla a punto
de derrumbarse por cuenta de la crisis política y social.
Panorama que inmediatamente engrandecen sus colegas en Colombia y el
resto del continente, en prueba irrefutable de que obedecen a un
designio previamente calculado por los poderes interesados en el regreso
a un pasado perdido. Los medios públicos de Venezuela, afortunadamente
de dimensión considerable, aunque no alcanzan a la mitad de los
privados, permiten conocer una realidad completamente distinta. Y sí que
conviene buscarlos en la hora.
Salta a la vista que el entramado mediático privado intenta crear una
situación ficticia, engrandeciendo las marchas de protesta de la
oposición y multiplicándolas imaginariamente por todo el país,
desconociendo y silenciando la situación real de tranquilidad y paz que
reina en Venezuela, perturbada por uno que otro episodio aislado y
violento promovido por extremistas. Pero además, ocultando el plebiscito
diario de movilización masiva en apoyo del gobierno.
El propósito es claro. Generar el ambiente propicio para una solución
externa y violenta que eche abajo el proceso revolucionario. Quizás en
ningún país de Latinoamérica o el mundo reina un clima de tolerancia y
respeto por las ideas ajenas como existe en Venezuela, en donde los
medios de comunicación privados lanzan los más vulgares infundios contra
su gobierno sin que éste los censure o prohíba, lo cual no impide que
dejen de llamarlo perseguidor y tiránico.
Pero nada produce más hilaridad que el balance a favor de la democracia
colombiana que se empeñan en hacer los grandes medios cuando la
comparan con la de Venezuela. Como si allá hubiera movimientos
guerrilleros reclamando paz y democracia desde medio siglo atrás, o como
si existieran grupos paramilitares, centenares de miles de víctimas o
millones de desplazados como aquí, como si allá fueran lícitos las
interceptaciones y seguimientos.
Como si allá salieran el ESMAD y las tropas disparando sus armas de
fuego y triturando a golpes a quienes reclaman atención del gobierno por
su suerte miserable. Como si allá hubiera los diez mil prisioneros
políticos de aquí. Como si en Venezuela exterminaran a bala
organizaciones políticas de oposición. Como si allá existiera un
ejército de ocupación de medio millón de hombres sometiendo a la
población. Como si allá gobernara un Santos y no un Nicolás Maduro
Moros.
Un detestable y rastrero señor Darío Arismendi clamaba en su noticiero
radial de la mañana porque en Colombia jamás hubiera una democracia como
la de Venezuela, Cuba, Ecuador o Bolivia. Y empataba su discurso
vinculando al señor Petro, igualándolo de manera excesivamente generosa
con los líderes de esos países. Es evidente el odio de la gran prensa al
despertar de los pueblos, a su presencia digna, a su actuación
soberana y libre. ¡Qué despreciable resulta!
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