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23 julio, 2014

El Frikismo como Potencia

ibnasad.com

Decía el filósofo Ludwing Wittgenstein (compi en el cole de Adolf Hitler) que “el saber y la risa se confunden”. Quizás por ello, porque no existe más digna cátedra del conocimiento que el cachondeo, los más célebres bufones de las cortes solían demostrar un curioso y afilado espíritu filosófico. Y hoy, en esta corte tan deprimente que es España, no se ven ni sabios ni bufones. Y por algo será. Cuando el Rey en vez de armiño lleva corbatas rosa, y la Reina modelitos versace, el Reino se vuelve un lugar tan ridículo por sí mismo, que la tarea bufónica se muestra como inútil; y la filosófica, como ofensiva. El bufón se queda en paro; y el sabio, es exiliado.

Yo estaría a medio camino entre uno y otro, a pesar de jamás haber estado parado en mi vida y de tener una fama oficial de serio que me hace mucha gracia. Pocas cosas en mi vida dejé fuera de la criba de la risa. Quizás sólo una: siempre tuve claro que nuestra idiotez sería grave no en proporción de su tamaño, sino precisamente de su gravedad, de su peso, de su seriedad. Parafraseando a Forrest Gump, “tonto es el que hace tonterías”, pero quien hace esas mismas tonterías dándose importancia, no sólo es doblemente tonto, es que puede convertirse con facilidad en criminal. Y con el tiempo, en Ministro. Pues a los hechos actuales me remito para definir el verbo gobernar: gobernar es hacer idioteces muy muy graves con lo importante… ¡y sin darle importancia! ¿Y a quién le importa? ¿Quién lucha contra esa solemne tontería de la iniquidad reinante?

Pues no sé si a alguien le importa y si ese alguien lucha, pero sé que hoy en día, quien muestra cierta resistencia ante la reiterada injusticia, más tarde o más temprano, será calificado de “friki”. Por acción u omisión, quien se opone a la frivolidad tiránica, es un friki. No falla: basta que alguien amague con oponerse a lo establecido, para que le caiga el sambenito del anglicismucho moderno de freak. Si alguien no consume productos industrializados, es un friki. Si alguien no tiene tarjetas de crédito, es un friki. Si alguien come sólo lo que cultiva, es un friki. Si alguien evita comprar ropa de marca manufacturada en países taller, es un friki. Si alguien no tiene televisor en casa, es un friki. Si alguien no ve la final de la Champions League o el show deportivo de turno, es un friki. Si alguien habla libremente como ahora yo estoy escribiendo, es un friki. ¡Friki! “¿Cómo? ¿Triki?” ¡Que no, chaval! Que no te enteras: ¡Friki!
 

Yo les propongo algo que practico desde chico; desde que tengo uso de razón y alguna noción de Judo: aprovechar el peso y la gravedad a nuestro favor. Resulta sumamente ventajoso parecer friki para poder permitirse ser uno mismo. Es un principio básico de guerra: cuanto más te menosprecie el enemigo, mejor; más espacio te ofrece para expandir tu poder. En una sociedad hipercontrolada, la única manera de permitir un comportamiento espontáneo es informando previamente al censor que vas a hacer lo que te salga de las narices. El censor te pondrá la etiqueta de lo políticamente incorrecto y tú podrás actuar como tal. Incluso te irán a visitar con la misma curiosidad que van al zoo para ver un rinoceronte. Esto lo aprendí en Figueras, cuando entrevisté a un viejo amigo personal de Salvador Dalí que me contó cómo cambiaba el comportamiento del artista cuando los periodistas rondaban cerca. Sin periodistas, Dalí era tan excéntrico y tan previsible como cualquier ser humano en la intimidad. Porque la mediocridad necesita categorías incluso para lo inclasificable; y conviene aceptar que toda corrupción de poder (personal o institucional) va a ridiculizar cualquier forma de oposición en proporción a la amenaza representada. Conozco bien el Sistema, demasiado bien como para presentarme como “Anti-sistema”. Sólo un estúpido haría eso. ¿Por qué ir en contra de algo que está ahí como una excelente oportunidad de crecimiento y expansión de conciencia? ¿Por qué oponerse a un mundo que no es más que potencia a nuestro servicio? Cuanto más te menosprecien, señal de que tu fuerza más amenazante resulta. Cuanto más se exasperen incomprendiéndote, señal de que su sistema de categorías se está resquebrajando. Cuando más te cachondees de tus seguidores y retractores, más licencia tendrás para decir verdad y hacer lo importante. Porque el frikismo no tiene otra utilidad que parapetar el polvorín que portamos y no conviene mostrar. Parecemos frikis inofensivos, pero la realidad es otra: somos elementos peligrosos.

Puedo poner algún ejemplo claro y extremo de ello: el compañero de clase de Wittgenstein. ¿Alguien ha leído el libro de más valor histórico sobre ese dictador alemán, “Adolf Hitler, mein Jugendfreund” de August Kubizek? Este librito habla de la amistad de juventud que mantuvieron Adolf Hitler y el autor del mismo, mucho antes de que Hitler fuera Hitler. ¿Y quién era ese Hitler? Un chaval pobre al que le gustaba la ópera, que se quedaba horas de pie para poder escuchar alguna nota robada, amante de la música y el arte, incapaz de hablar ni una sola palabra con la chica que le gustaba, obsesionado con tontorrones amores platónicos, ocioso la mayor parte del tiempo, desvariando en monólogos interiores y fantasías arquitectónicas… Adolf Hitler, antes de nada, como nos muestra su amigo de infancia, era un friki. Un superfreak. Y fue ese frikismo precisamente lo que le convirtió en destacado cabo más tarde y ejerció de mecha para el petardazo de la Segunda Guerra Mundial. No es el único friki comparable: Lenin era un niño nerd, de origen mongol y sueco (¡toma frikismo!) que estudiaba la vida de los místicos y santos mientras jugaba al ajedrez. Era un friki hasta que le dio por hacer la revolución. Napoleón era un chico corso que no hablaba con nadie, sin amigos, cascarrabias… otro friki. La lista de hombres de poder que se sirvieron de su frikismo es extensísima: Alejandro Magno que fue un niño raro de un ojo de cada color, Genghis Khan, Saladino, Alfonso X… tipos que primero y antes de nada, fueron bichos raros.

Ocurre que en una sociedad uniformada en lo previsible, cualquier destaque resulta ser una excentricidad. La excentricidad es salirse del centro, pero cuando nadie se encuentra en ese centro sino en el medio, en el punto medio que define etimológicamente la mediocridad, quien actúa contra esa inercia de lo neutro deja de ser un excéntrico y se convierte en un “fenómeno”. Pues esa es la traducción apropiada de freak, un fenómeno de la naturaleza. El friki es una potencia natural con identidad propia y autonomía que merece observarse. Los cobardes lo observarán para controlarlo y para que ese frikismo no devenga amenaza. Ellos lo saben; ellos lo temen. En cuanto a los valientes, nosotros identificamos a los frikis como el único colectivo aún vivo sobre la faz de la Tierra, que puede hacer o decir cosas de interés a estas alturas. Por ejemplo, decir la verdad. Pues sólo los borrachos, los niños y los locos tienen ese privilegio. Y admitámoslo: yo no bebo alcohol y ustedes están un poco creciditos para todo esto.

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