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07 agosto, 2014

La #Influencia de la #Pornografía en las #Mujeres

ibnasad.com 

El amor, al menos para mí, jamás fue un sentimiento, ni un concepto abstracto, ni una idea inteligible. El amor es una acción. Por eso el entusiasmo que siempre puse en mi actividad amorosa, a veces pudo ser malinterpretado como promiscuidad. Nunca lo fue: si alguien es activo en lo que sea (en este caso, en el erotismo), es porque existe un pathos detrás que nos motiva para buscar datos y experiencia. Para mí, esta motivación es doble: una interior, de anhelo de autoconocimiento; la otra exterior de conocimiento del otro (de “la otra” ) , de pesquisa sociológica.

Desde esa segunda sensibilidad voy a reflexionar sobre algo que pocos hombres y mujeres se han planteado (¿Acaso esa es mi tarea aquí?). Mi generación es la frontera que une dos formas de hacer el amor: una, la antigua, en donde el pudor, lo recatado y (admitámoslo también) la torpeza tenían su lugar; y la otra, la nueva, en donde la frivolidad, el desparpajo y cierto sabelotodismo sexual han destrozado el paradigma anterior en menos de veinte años. Curiosamente ambos paradigmas de actividad sexual se fundamentan en el condicionamiento y la falta de libertad. No defiendo aquí el anterior ni quiero despreciar lo nuevo. Lo que quiero plantear es lo siguiente: ¿Qué es lo que tanto ha transformado el comportamiento sexual en tan poco tiempo? La hipótesis que planteo como agente radical de este cambio es la proliferación de la pornografía.

Voy a circunscribirme a mi trabajo de campo: es decir, voy a limitarme a hablar de mi experiencia con mujeres, con españolas principalmente. Y es que España, para los lectores jóvenes que no lo sepan o no se lo crean, era una sociedad sexual muy diferente hace tan sólo veinte años. A principio de la década de los noventa, los usuarios de pornografía eran poco menos que “pervertidos”: no eran ninguna mayoría, las mujeres apenas consumían y el acceso a ella se limitaba a las “revistas guarras” que se vendían en la sección oculta de los quioscos. (por aquel entonces, yo era púber, háganse cargo) Las “pelis porno” se emitían en cines cochambrosos ad hoc en los que sólo entraban tipos grises y solitarios, que desaparecieron con el advenimiento de internet a finales de los noventa. Sólo unos pocos esnobs que tenían Canal+ en abierto (había gente que pagaba por un decodificación mensual del canal) , tenían una sesión de cine X californiano en la televisión, los viernes por la madrugada. En ese panorama, os puedo asegurar que la mayoría de las mujeres no tenían ningún interés por la pornografía y muchísimo menos por los pocos hombres que la consumían.

Y de repente sucedió algo. Algunos dicen que fue el DVD, otros el internet, otros los programas radiofónicos y televisivos sobre sexualidad, hay colegas conspiranoicos que hablan de sustancias en el suministro municipal de agua… yo no lo sé. Sólo sé que, casi de la noche a la mañana, empecé a encontrarme patrones de conducta repetidos en las chicas con las que tenía relaciones. Doy detalles:

Primero, empecé a encontrarme mujeres que parecían actuar frente al objetivo de una cámara. Al principio pensé que esa cámara no eran sino mis ojos, y que todo ese despliegue de miradas ensayadas, gestos, poses… era una forma de agradar al compañero por parte de unas mujeres cada vez más activas sexualmente. Luego comprobé que no: me empecé a encontrar a chicas que no se relajaban en una actuación teatral completamente condicionada por un modelo que sólo pudo ser extraído del porno norteamericano. Había pasado algo con algunas mujeres: hacer el amor se convirtió en la imitación de una fulana rubia de Kentucky. Incluso conocí chicas que gritaban cosas como “Oh, my god!” cuando jamás habían salido del poblachón manchego de Madrid.

Todo ese condicionamiento fue a más, en parte por causa de una mayoría masculina que no sólo lo aceptó, sino que estaba encantada con ese disfraz de “putón global” que las españolas empezaron a hacer suyo. Doy un detalle que pocos hombres tendrán valor de reconocer: ¿por qué se introdujo (valga la expresión) el mal llamado “sexo anal” como una práctica que “había que practicar” en la intimidad de cualquier pareja? No me malinterpreten: el ano es una zona erógena, muy sensible… de acuerdo, pero la oreja también lo es y a nadie le da por perforar el oído como si de encontrar petróleo se tratara. Pues nada: ahí estaba media España intentando dilatar el esfínter de la otra mitad… tan sólo para parecerse a esa profesional que se metía bates de béisbol en la sección anal de tal o cual portal. El caso es que en 2014, te puedes encontrar chicas que nacieron en este siglo y que piensan que el sexo anal es la cara b de la perversión normalizada: hacer del acto amoroso una pasividad contranatura.

Otra cosa rara que me he encontrado en este nuevo paradigma sexual, es ese molesto frenesí y brusquedad para la masturbación y la felación. Que levanten la mano los hombres que han pensado “¿Qué le pasa a esa loca?” cuando han visto a su compañera agarrando su miembro como si fuera una maraca. Uno, que no es circunciso, necesita ciertos cuidados en la manipulación, y no hay nada más desagradable que una frenética que piensa que tiene en la mano un joystick de videojuego o un micrófono de karaoke que puede apretar y estrujar al antojo de los modelos pornográficos. No es raro encontrarse mujeres que escupen, engullen, soplan (de ahí viene el término “soplapollas” ) … con una falsa desinhibición y un furor forzado, vulgar y, a mí gusto, muy desagradable. Y no vamos a entrar en detalles sobre esa práctica de moda devenida imposición, la espermatofagia. Yo he participado en conversaciones entre hombres en donde no se valora a la mujer más guapa, a la más cariñosa, a la de la piel más suave y perfumada, a la de cuerpo más proporcionado y atractivo… sino a la que se lo come todo. Al parecer hay mujeres que saben de esta nueva predilección masculina y no le hacen ascos.

Hay otro cambio comportamental muy sospechoso. La depilación. Vuelvo a los noventa: mis amantes (que en aquella época eran muy jóvenes, como yo) tenían el pubis peludo. Todas y cada una de ellas… ¡Pues es lo natural! Me parece bien recortar el exceso de mata púbica, tanto en hombres como en mujeres; también me parece bien cierto cuidado de axilas, de exceso capilar en las piernas de las mujeres, también en la barba de los hombres… pero ahora, en 2014, nos encontramos a muchas mujeres sin ningún pelo (¡ni uno!) en lugares donde sólo las niñas no tienen. Y esto es clave: el lobby mediático pornográfico (norteamericano y judío) parece que se ha empeñado en normalizar ciertos desequilibrios que favorecen la pedofilia. Una mujer con pechos siliconados de 100 cms de busto y con una vulva de una niña de seis años es un engendro. Bueno, pues la ingeniería social del Establishment consiguió que esa monstruosidad no sólo se aceptara sino que se le pusiera la etiqueta de sexy, de lo deseable. Miles de españolas pagan (y mucho; es caro depilarse esas zonas; y mucho más caro, ponerse prótesis de silicona) por ser ese hot monster impuesto por la industria del entretenimiento. ¿Entretenimeinto para adultos? ¿De veras es "para adultos"?

Con este ejemplo de algo tan insignificante como un pelo, podéis evaluar el alcance del condicionamiento mediático en la sexualidad de las mujeres, de la que poco con certeza se puede decir, salvo que no es libre. Tampoco es libre la sexualidad de los hombres. De hecho, este nuevo paradigma de comportamiento sexual nos ha esclavizado aún más que el precedente. El de antes, nos hacía esclavos de las tarambanas religiosas, de la falsa moral y de la hipocresía. Es decir, podía ser superado, al menos, de puertas para dentro. El de hoy, el moderno, nos esclaviza a nuestra propia estupidez e inconsciencia. Esas cadenas no son fáciles de romper porque se ha conseguido proyectar la ilusión de obtener placer con la opresión… de hecho, lo llaman bondage.

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