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Hace algunos meses, cuando aún me encontraba estudiando la licenciatura en Sociología, tuve la oportunidad de conocer y conversar con distintas mujeres que se autoproclamaban feministas. Cada una de ellas, desde su propia ideología, interpretaba al feminismo de una manera diferente. Lo que me resultó digno de analizar fue que, pese a la subjetividad de sus interpretaciones, todas compartían un objetivo en común: la emancipación de la mujer.
Me pareció estupendo su propósito de fomentar una equidad entre los dos sexos, ya que la discriminación hacia la mujer en muchos aspectos de la vida es una triste realidad hasta hoy en día en nuestra sociedad, lo que me pareció preocupante es la manera, desde mi punto de vista equivocada, mediante la cual muchas de ellas quieren lograr dicha equidad.
Según el diccionario de la Real Academia Española, una de las diferentes definiciones de igualdad se refiere
a la “Disposición del ánimo que mueve a dar a cada uno lo que merece” (RAE.es). Esto quiere decir que las recompensas obtenidas por las personas (sean hombres o mujeres), serán inversamente proporcionales a los logros, méritos y resultados alcanzados.
Antes de continuar con este breve análisis, me parece importante aclarar que únicamente expresa mi muy particular punto de vista respecto al feminismo, por lo tanto, no debe interpretarse como una doctrina, o, en casos extremos, como una verdad universal. Ahora, retomando el tema que nos atañe, dada la definición de equidad anteriormente expuesta, el conflicto se hace presente cuando el radicalismo y la tergiversación del significado malinterpreta los objetivos que se quieren alcanzar.
Esto puede verse en distintas expresiones preferenciales de muchas mujeres que se hacen llamar –feministas- hacia sus propias compañeras, al pretender lograr una equidad de género mediante el control, la desigualdad y la manipulación hacia los hombres. Un ejemplo de esto lo podemos corroborar en la preferencia que se tiene hacia las mujeres en los procesos penales de patria potestad respecto a los hijos aún no emancipados durante un proceso de divorcio, en los cuales son sabidos los casos de manipulación y utilización de los mismos con fines meramente legales, o también en los estudios realizados que abordan el tema de la violencia de género hacia la mujer, al restarle importancia a la violencia cometida en contra del varón, por mínima que sea, exponiendo en su gran mayoría las cifras rojas de violencia hacia las féminas.
Basta con que el lector busque en la web esta aseveración, para percatarse de la minimización de este fenómeno creciente hacia los hombres: la violencia de género. Y es que aunque los números muestren la enorme diferencia entre la violencia masculina y la femenina, el punto aquí es que no se debe de pasar por alto este tipo de comportamientos por parte de cualquier persona, ya sea hombre o mujer, si es que realmente se quiere conseguir una equidad sólida.
En pocas palabras, lo que expongo aquí es el afán que tienen muchas mujeres pseudofeministas por conseguir su tan anhelada emancipación de los hombres, mediante excepciones, privilegios, ventajas, goce exclusivo de derechos y desigualdad hacia ellos. Es aquí donde se expresa la tergiversación de la lucha feminista, con la práctica del hembrismo. Y, pese a que dicho término aún no es reconocido por la RAE, no significa que no sea reproducido en la realidad. Con esto, es necesario precisar que el adjetivo –hembrismo- es lo equivalente a –machismo-, que significa: “Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres” (RAE.es). Pero, en este caso, aplicado exclusivamente hacia los hombres.
De esta manera, es un absurdo pretender una equidad de género, privilegiando a determinado sexo por encima del otro. Si lo que se quiere lograr es que tanto hombres como mujeres tengan el mismo número de derechos y oportunidades en una sociedad, simple y sencillamente se le tiene que dar a cada uno únicamente aquello que merece, ni más ni menos. Obviamente, el lograr esta tarea es un tema sumamente complejo, ya que entran en juego distintas variables a considerar, pero debido a cuestiones de espacio y tiempo, no se analizan en el presente artículo.
Casi para finalizar, considero obligatorio aclarar de nueva cuenta que de ninguna manera estoy equiparando al feminismo con el hembrismo, ya que son dos ideologías completamente diferentes. Lo que sostengo es que el hembrismo, con su cada vez más grande séquito de reaccionarios, ha manchado la lucha de aquellas personas que realmente han deseado y desean una verdadera equidad, en donde ningún sexo se muestre por encima del otro.
Tal y como lo dice la historiadora y socióloga Elisabeth Badinter: “Nunca avanzaremos mientras las organizaciones que se hacen llamar feministas sigan manteniendo ese doble discurso que consiste en afirmar que hay una diferencia esencial entre hombre y mujer (la maternidad) y, al mismo tiempo, en considerar insoportable el trabajo femenino de tiempo completo. O mujeres y hombres pueden compartir todo, incluida la parentalidad y las tareas domésticas, o jamás habrá igualdad entre los sexos”.
Por lo tanto, mientras se siga reproduciendo la doctrina del hembrismo, no se podrá alcanzar la ansiada equidad que mucha falta le hace a nuestra sociedad. La equidad entre los sexos no se logrará con actitudes que promuevan la dominación y la superioridad de la mujer por encima del hombre, la equidad entre los sexos se logrará hasta que la sociedad comprenda e interiorice en su cultura que tanto hombres como mujeres tienen los mismos derechos y las mismas obligaciones, que la victimización de las mujeres y la adjudicación injusta de una carga histórica de violencia hacia los varones sólo promueven generalizaciones infundadas y rencores, y que pese a que la reproducción del machismo es una realidad que han sufrido y sufren miles de mujeres hasta nuestros días, no se combatirá con un actuar equivalente, en este caso; el hembrismo.
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