¿Qué pasará con Argentina con Mauricio Macri en la presidencia?
Por Jorge
Beinstein
El autor, Jorge Beinstein.
La coyuntura global está marcada por una crisis deflacionaria motorizada por las grandes potencias. La caída de los precios de las commodities, cuyo aspecto más llamativo fue desde mediados del 2014 la de las cotizaciones del petróleo, descubre el desinfle de la demanda internacional mientras tanto se estanca la ola financiera, muleta estratégica del sistema durante las últimas cuatro décadas.
Entrevista a Jorge Beinstein el 23 de febrero en Buenos Aires
realizada por Dick & Miriam Emanuelsson sobre la nueva
situación en Argentina después la victoria de Mauricio
Macri en la presidencia:
La crisis de la financierización de la economía
mundial va ingresando de manera zigzageante en un zona de
depresión, las principales economías capitalistas
tradicionales crecen poco o nada1 y China se desacelera
rápidamente. Frente a ello Occidente despliega su
último recurso: el aparato de intervención militar
integrando componentes armadas profesionales y mercenarias,
mediáticas y mafiosas articuladas como “Guerra de Cuarta
Generación” destinada a destruir sociedades
periféricas para convertirlas en zonas de saqueos. Es la
radicalización de un fenómeno de larga duración de
decadencia sistémica donde el parasitismo financiero y militar se
fue convirtiendo en el centro hegemónico de Occidente.
No presenciamos la “recomposición”
política-económica-militar del sistema como lo fue la
reconversión keynesiana (militarizada) de los años 1940 y
1950 sino su degradación general. La mutación parasitaria
del capitalismo lo convierte en un sistema de destrucción de
fuerzas productivas, del medio ambiente, y de estructuras institucionales
donde las viejas burguesías se van transformando en
círculos de bandidos, novedoso encumbramiento planetario de
lumpenburguesías centrales y periféricas.
La declinación del progresismo
Inmersa en este mundo se despliega la coyuntura latinoamericana donde
convergen dos hechos notables: la declinación de las experiencias
progresistas y la prolongada degradación del neoliberalismo que las
precedió y las acompaño desde países que no entraron
en esa corriente de la que ahora ese neoliberalismo degradado aparece
como el sucesor.
Los progresismos latinoamericanos se instalaron sobre la base de los
desgastes y en ciertos casos de las crisis de los regímenes
neoliberales y cuando llegaron al gobierno los buenos precios
internacionales de las materias primas sumados a políticas de
expansión de los mercado internos les permitieron recomponer la
gobernabilidad.
El ascenso progresista se apoyó en dos impotencias; la de la
derechas que no podían asegurar la gobernabilidad, colapsadas en
algunos casos (Bolivia en 2005, Argentina en 2001-2002, Ecuador en 2006,
Venezuela en 1998) o sumamente deterioradas en otros (Brasil, Uruguay,
Paraguay) y la impotencia de las bases populares que derrocaron
gobiernos, desgastaron regímenes pero que incluso en los procesos
más radicalizados no pudieron imponer revoluciones,
transformaciones que fueran más allá de la
reproducción de las estructuras de dominación
existentes.
En los casos de Bolivia y Venezuela los discursos
revolucionarios acompañaron prácticas reformistas
plagadas de contradicciones, se anunciaban grandes transformaciones pero
las iniciativas se embrollaban en infinitas idas y venidas, amagos,
desaceleraciones “realistas” y otras astucias que expresaban
el temor profundo a saltar las vallas del capitalismo. Ello no solo
posibilitó la recomposición de las derechas sino
también la proliferación a nivel estatal de podredumbres de
todo tipo, grandes corrupciones y pequeñas corruptelas.
Venezuela aparece como el caso más evidente de mezcla de
discursos revolucionarios, desorden operativo, transformaciones a medio
camino y autobloqueos ideológicos conservadores. No se
consiguió encaminar la transición revolucionaria proclamada
(más bien todo lo contrario) aunque si se logró caotizar el
funcionamiento de un capitalismo estigmatizado pero de pié,
obviamente los Estados Unidos promueven y aprovechan esa situación
para avanzar en su estrategia de reconquista del país. El
resultado es una recesión cada vez más grave, una
inflación descontrolada, importaciones fraudulentas masivas que
agravan la escasez de productos y la evasión de divisas que marcan
a una economía en crisis aguda [2].
En Brasil el zigzagueo entre un neolioberalismo “social” y
un keynesianismo light casi irreconocible fue reduciendo el espacio de
poder de un progresismo que desbordaba fanfarronería
“realista” (incluida su astuta aceptación de la
hegemonía de los grupos económicos dominantes). La
dependencia de las exportaciones de commodities y el sometimiento a un
sistema financiero local transnacionalizado terminaron por bloquear la
expansión económica, finalmente la combinación de la
caída de los precios internacionales de las materias primas y la
exacerbación del pillaje financiero precipitaron una
recesión que fue generando una crisis política sobre la que
empezaron a cabalgar los promotores de un “golpe blando”
ejecutado por la derecha local y monitoreado por los Estados Unidos.
En Argentina el “golpe blando” se produjo
protegido por una máscara electoral forjada por una
manipulación mediática desmesurada, el progresismo
kirchnerista en su última etapa había conseguido evitar la
recesión aunque con un crecimiento económico anémico
sostenido por un fomento del mercado interno respetuoso del poder
económico. También fue respetada la mafia judicial que junto
a la mafia mediática lo acosaron hasta desplazarlo
políticamente en medio de una ola de histeria reaccionaria de las
clases altas y del grueso de las clases medias.
En Bolivia Evo Morales sufrió su primera derrota política
significativa en el referendum sobre reelección presidencial, su
llegada al gobierno marcó el ascenso de las bases sociales
sumergidas por el viejo sistema racista colonial. Pero la mezcla
híbrida de proclamas antiimperialistas, postcapitalistas e
indigenistas con la persistencia del modelo minero-extractivista de
deterioro ambiental y de comunidades rurales y del burocratismo estatal
generador de corrupción y autoritarismo terminaron por diluir el
discurso del “socialismo comunitario”. Quedó
así abierto el espacio para la recomposición de las elites
económicas y la movilización revanchista de las clases altas
y su séquito de clases medias penetrando en un vasto abanico
social
desconcertado.
Ahora las derechas latinoamericanas van ocupando las posiciones
perdidas y consolidan las preservadas , pero ya no son aquellas viejas
camarillas neoliberales optimistas de los años 1990, han ido
mutando a través de un complejo proceso económico, social y
cultural que las ha convertido en componentes de lumpenburguesías
nihilistas embarcadas en la ola global del capitalismo parasitario.
Grupos industriales o de agrobusiness fueron combinando sus
inversiones tradicionales con otras más rentables pero
también más volátiles: aventuras especulativas,
negocios ilegales de todo tipo (desde el narco hasta operaciones
inmobiliarias opacas pasando por fraudes comerciales y fiscales y
otros emprendimientos turbios) convergiendo con “inversiones”
saqueadoras provenientes del exterior como la megaminería o las
rapiñas financieras.
Dicha mutación tiene lejanos antecedentes locales y globales,
variantes nacionales y dinámicas específicas, pero todas
tienden hacia una configuración basada en el predominio de elites
económicas sesgadas por la “cultura
financiera-depredadora” (cortoplacismo, desarraigo territorial,
eliminación de fronteras entre legalidad e ilegalidad,
manipulación de redes de negocios con una visión más
próxima al videojuego que a la gestión productiva y otras
características propias del globalismo mafioso) que disponen
del control mediático como instrumento esencial de
dominación rodeándose de satélites políticos,
judiciales, síndicales, policiales-militares, etc.
¿Restauraciones conservadoras o instauraciones de
neofascismos coloniales?
Por lo general el progresismo califica a sus derrotas o amenazas de
derrotas como victorias o peligros de regreso del pasado neoliberal,
también suele utilizarse el término
“restauración conservadora”, pero ocurre que esos
fenómenos son sumamente innovadores, tienen muy poco de
“conservadores”. Cuando evaluamos a personajes como Aecio
Neves, Maurico Macri o Henrique Capriles no encontramos a jefes
autoritarios de elites oligárquicas estables sino a personajes
completamente inescrupulosos, sumamente ignorantes de las tradiciones
burguesas de sus países (incluso en ciertos casos con miradas
despreciativas hacia las mismas), aparecen como una suerte de
mafiosos entre primitivos y posmodernos encabezando políticamente
a grupos de negocios cuya norma principal es la de no respetar ninguna
norma (en la medida de lo posible).
Otro aspecto importante de la coyuntura es el de la irrupción de
movilizaciones ultra-reaccionarias de gran dimensión donde las
clases medias ocupan un lugar central. Los gobiernos progresistas
suponían que la bonanza económica facilitaría la
captura política de esos sectores sociales pero ocurrió lo
contrario: las capas medias se derechizaban mientras ascendían
económicamente, miraban con desprecio a los de abajo y
asumían como propios los delirios neofascistas de los de arriba. El
fenómeno sincroniza con tendencias neofascistas ascendentes en
Occidente, desde Ucrania hasta los Estados Unidos pasando por Alemania,
Francia, Hungría, etc., expresión cultural del
neoliberalismo decadente, pesimista, de un capitalismo nihilista
ingresando en su etapa de reproducción ampliada negativa donde el
apartheid aparece como la tabla de salvación.
Pero este neofascismo latinoamericano incluye también la
reaparición de viejas raíces racistas y segregacionistas
que habían quedado tapadas por las crisis de gobernabilidad de los
gobiernos neoliberales, la irrupción de protestas populares y las
primaveras progresistas. Sobrevivieron a la tempestad y en varios casos
resurgieron incluso antes del comienzo de la declinación del
progresismo como en Argentina el egoísmo social de la época
de Menem o el gorilismo racista anterior, en Bolivia el desprecio al
indio y en casi todos los casos recuperando restos del anticomunismo de
la época de la Guerra Fría. Supervivencias del
pasado, latencias siniestras ahora mezcladas con las nuevas modas.
Una observación importante es que el fenómeno
asume características de tipo
“contrarrevolucionario”, apuntando hacia una política
de tierra arrasada, de extirpación del enemigo progresista,
es lo que se ve actualmente en Argentina o lo que promete la derecha en
Venezuela o Brasil, la blandura del contrincante, sus miedos y
vacilaciones excitan la ferocidad reaccionaria. Refiriéndose a la
victoria del fascismo en Italia Ignazio Silone la definía como una
contrarrevolución que había operado de manera preventiva
contra una amenaza revolucionaria inexistente3. Esa no existencia real de
amenaza o de proceso revolucionario en marcha, de avalancha popular
contra estructuras decisivas del sistema desmoronándose o
quebradas, envalentona (otorga sensación de impunidad) a las
elites y su base social.
La marea contrarrevolucionaria es uno de los resultados posibles de la
descomposición del sistema imponiendo de manera exitosa en algunos
casos del pasado proyectos de recomposición elitista, en el caso
latinoamericano expresa descomposición capitalista sin
recomposición a la vista.
Si el progresismo fue la superación fracasada del fracaso
neoliberal, este neofascismo subdesarrollado exacerba ambos fracasos
inaugurando una era de duración incierta de contracción
económica y desintegración social. Basta ver lo ocurrido en
Argentina con la llegada de Macri a la presidencia: en unas pocas semanas
el país pasó de un crecimiento débil a una
recesión que se va agravando rápidamente producto de un
gigantesco pillaje, no es difícil imaginar lo que puede ocurrir en
Brasil o en Venezuela que ya están en recesión si la
derecha conquista el poder político.
La caída de los precios de las commodities y su creciente
volatilidad, que la prolongación de la crisis global seguramente
agravará, han sido causas importantes del fracaso progresista y
aparecen como bloqueos irreversibles de los proyectos de
reconversión elitista-exportadora medianamente estables. Las
victorias derechistas tienden a instaurar economías funcionando a
baja intensidad, con mercados internos contraídos e inestables,
eso significa que la supervivencia de esos sistemas de poder
dependerá de factores que las mafias gobernantes
pretenderán controlar. En primer término el descontento de
la mayor parte de la población aplicando dosis variables de
represión, legal e ilegal, embrutecimiento mediático,
corrupción de dirigentes y degradación moral de las clases
bajas. Se trata de instrumentos que la propia crisis y la combatividad
popular pueden inutilizar, en ese caso el fantasma de la revuelta social
puede convertirse en amenaza real.
La estrategia imperial
Los Estados Unidos desarrollan una estrategia de reconquista de
América Latina aplicándola de manera sistemática y
flexible. El golpe blando en Honduras fue el puntapié inicial al
que le siguió el golpe en Paraguay y un conjunto de acciones
desestabilizadoras, algunas muy agresivas, de variado éxito que
fueron avanzando al ritmo de las urgencias imperiales y del desgaste de
los gobiernos progresistas. En varios casos las agresiones más o
menos abiertas o intensas se combinaron con buenos modales que intentaban
vencer sin violencias militar o económica o sumando dosis menores
de las mismas con operaciones domesticadoras. Donde no funcionaba
eficazmente la agresión empezó a ser practicado el ablande
moral, se implementaron paquetes persuasivos de configuración
variable combinando penetración, cooptación,
presión, premios y otras formas retorcidas de ataque
psicológico-político.
El resultado de ese despliegue complejo es una situación
paradojal: mientras los Estados Unidos retroceden a nivel global en
términos económicos y geopolíticos, van
reconquistando paso a paso su patrio trasero latinoamericano. La
caída de Argentina ha sido para el Imperio una victoria de gran
importancia trabajada durante mucho tiempo a lo que es necesario agregar
tres maniobras decisivas de su juego regional: el sometimiento de Brasil,
el fin del gobierno chavista en Venezuela y la rendición negociada
de la insurgencia colombiana. Cada uno de estos objetivos tiene un
significado especial:
La victoria imperialista en Brasil cambiaría
dramáticamente el escenario regional y produciría un
impacto negativo de gran envergadura al bloque BRICS afectando a sus dos
enemigos estratégicos globales: China y Rusia. La victoria en
Venezuela no solo le otorgaría el control del 20 % de las reservas
petrolíferas del planeta (la mayor reserva mundial) sino que
tendría un efecto dominó sobre otros gobiernos de la
región como los de Bolivia, Ecuador y Nicaragua y
perjudicaría a Cuba sobre la que los Estados Unidos están
desplegando una suerte de abrazo de oso.
Finalmente la extinción de la insurgencia colombiana
además de despejar el principal obstáculo al saqueo de ese
país le dejaría las manos libres a sus fuerzas armadas para
eventuales intervenciones en Venezuela. Desde el punto de vista
estratégico regional el fin de la guerrilla colombiana
sacaría del escenario a una poderosa fuerza combatiente que
podría llegar a operar como un mega-multiplicador de insurgencias
en una región en crisis donde la generalización de
gobiernos mafioso-derechistas agravará la descomposición de
sus sociedades. Se trata tal vez de la mayor amenaza estratégica a
la dominación imperial, de un enorme peligro revolucionario
continental, es precisamente esa dimensión latinoamericana del
tema lo que ocultan los medios de comunicación dominantes.
Decadencia sistémica y perspectivas populares
Más allá de la curiosa paradoja de un imperio decadente
reconquistando su retaguardia territorial, desde el punto de vista de la
coyuntura global, de la decadencia sistémica del capitalismo, la
generalización de gobiernos pro-norteamericanos en América
Latina puede ser interpretada superficialmente como una gran victoria
geopolitica de los Estados Unidos aunque si profundizamos el
análisis e introducimos por ejemplo el tema del
agravamiento de la crisis impulsada por esos gobiernos tenderíamos
a interpretar al fenómeno como expresión específica
regional de la decadencia del sistema global.
El alejamiento del estorbo progresista puede llegar a generar
problemas mayores a la dominación imperial, si bien las inclusiones
sociales y los cambios económicos realizados por el progresismo
fueron insuficientes, embrollados, estuvieron impregnados de limitaciones
burguesas y si su autonomía en materia de política
internacional tuvo una audacia restringida; lo cierto es que su recorrido
ha dejado huellas, experiencias sociales , dignificaciones (suprimidas
por la derecha) que serán muy difícil extirpar y que en
consecuencia pueden llegar a convertirse en aportes significativos a
futuros (y no tan lejanos) desbordes populares radicalizados.
La ilusión progresista de humanización del sistema, de
realización de reformas “sensatas” dentro de los
marcos institucionales existentes, puede pasar de la decepción
inicial a una reflexión social profunda, crítica de la
institucionalidad mafiosa, de la opresión mediática y de
los grupos de negocios parasitarios. Ello incluye a la farsa
democrática que los legitima. En ese caso la molestia progresista
podría convertirse tarde o temprano en huracán
revolucionario no porque el progresismo como tal evolucione hacia la
radicalidad anti-sistema sino porque emergería una cultura popular
superadora, desarrollada en la pelea contra regímenes condenados a
degradarse cada vez más.
En ese sentido podríamos entender uno de los significados de la
revolución cubana, que luego se extendió como ola
anticapitalista en América Latina, como superación
crítica de los reformismos nacionalistas democratizantes
fracasados (como el varguismo en Brasil, el nacionalismo revolucionario
en Bolivia, el primer peronismo en Argentina o el gobierno de
Jacobo Arbenz en Guatemala). La memoria popular no puede ser extirpada,
puede llegar a hundirse en una suerte de clandestinidad cultural, en una
latencia subterránea digerida misteriosamente, pensada por
los de abajo, subestimada por los de arriba, para reaparecer como
presente, cuando las circunstancias lo requieran, renovada,
implacable.
NOTAS:
1 Si consideramos el último lustro (2010-2014) el crecimiento
promedio real de la economía de Japón ha sido del orden del
1,5 %, la de Estados Unidos 2,2 % y la de Alemania 2 % (Fuente: Banco
Mundial).
2 Un buen ejemplo es el de la “importación” de
fármacos donde empresas multinacionales como Pfizer, Merck y
P&G hacen fabulosos negocios ilegales ante un gobierno
“socialista” que les suministra dólares a precios
preferenciales. Con un juego de sobrefacturaciones, sobreprecios e
importaciones inexistentes las empresas farmaceuticas habían
importado en 2003 unas 222 mil toneladas de productos por los que pagaron
434 millones de dólares (unos 2 mil dólares por tonelada),
en 2010 las importaciones bajaron a 56 mil toneladas y se pagaron 3410
millones de dólares (60 mil dólares la tonelada) y en 2014
las importaciones descendieron aún más a 28 mil toneladas y
se pagaron 2400 millones de dólares (un poco menos de 87 mil
dólares la tonelada). Como bien lo señala Manuel Sutherland
de cuyo estudio extraigo esa información: “lejos de
plantearse la creación de una gran empresa estatal de
producción de fármacos, el gobierno prefiere darles divisas
preferenciales a importadores fraudulentos, o confiar en burócratas
que realizan importaciones bajo la mayor opacidad”. Manuel
Sutherland, “2016: La peor de las crisis económicas, causas,
medidas y crónica de una ruina anunciada”, CIFO, Caracas
2016.
3 Ignazio Silone, “L'École des dictateurs”,
Collection Du monde entier, Gallimard, París 1964.
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