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24 octubre, 2019

#CarlosManuelDeCéspedes, en #Nombre de la #Libertad

Carlos Manuel de Céspedes, en nombre de la Libertad
por: Salim Lamrani


Breve historia del Padre de la Patria cubana

Introducción
La primera Guerra de independencia de Cuba, iniciada el 10 de octubre de 1868 mediante el grito de Yara, marcó el inicio de la larga epopeya revolucionaria del pueblo de Cuba en su conquista de la libertad. Ésa duraría cerca de treinta años, enfrentaría innumerables obstáculos y desembocaría en la intervención militar de Estados Unidos que quebraría por más de medio siglo la aspiración de los habitantes de la isla a la emancipación definitiva.

Frente a la opresión colonial, tras la ola independentista presente en el resto del continente, los cubanos se levantaron en armas para reivindicar el derecho a la autodeterminación. En el origen del primer movimiento independentista cubano, Carlos Manuel de Céspedes cimentó la aspiración de su pueblo a la emancipación en un principio inalienable a la dignidad humana: la libertad para todos los hijos de la isla cual fuere su condición. La liberación de los esclavos, decretada por el “Padre de la Patria”, fue el primer acto político de Cuba como nación, siguiendo así el ejemplo que dio Toussaint Louverture en Haití unas décadas antes.

¿Cuál fue el recorrido personal y sobre todo político de Carlos Manuel de Céspedes y por qué renunció a sus intereses de clase en nombre de un ideal mayor?

Carlos Manuel de Céspedes se comprometió desde su temprana edad a favor de la causa de la emancipación humana y de la independencia de Cuba. Generó el levantamiento del 10 de octubre de
1868 e instauró la República de Cuba en armas. Luchó valientemente contra un enemigo superior en armas e intentó mantener la unidad en el seno de las fuerzas revolucionarias. Frente a la brutalidad del ejército colonial español y a la oposición de Estados Unidos a la independencia de Cuba, el Padre de la Patria lucharía con convicción y pugnacidad. No obstante, después de ser traicionado y abandonado por la ambición y la soberbia de algunas figuras del movimiento independentista que prefirieron subordinar el interés de la Patria a sus consideraciones personales, caería armas en mano, negándose a ser hecho prisionero por los españoles. Carlos Manuel de Céspedes quedaría en la historia de Cuba como el hombre del 10 de octubre de 1868, es decir como el primero en levantarse contra la opresión colonial y en reivindicar el derecho de Cuba a la libertad.

1. Juventud de Carlos Manuel de Céspedes
Carlos Manuel de Céspedes nació en Bayamo el 18 de abril de 1819 de la unión de Jesús María Céspedes y Luque y de Francisca de Borja López de Castillo y Ramírez de Aguilar, en el seno de una familia acomodada de cinco hijos. Sus padres, cuyos antepasados eran oriundos de Andalucía, eran importantes terratenientes y le ofrecieron una vida de abundancia y de confort material. El pequeño Carlos pasó los primeros años de su vida en el campo. Fue criado por una mujer esclava, la cual se encargó de su primera educación. Carlos sentiría gran afecto por ella[1].

Hacia 1825, su familia regresó a Bayamo y lo matriculó en una pequeña escuela donde recibió una enseñanza primaria. En 1829, integró el Convento de Nuestro Seráfico Padre de la ciudad para cursar estudios de filosofía y latín. En 1831 entró en el Convento de Santo Domingo para recibir clases de gramática latina y destacó como excelente alumno. En 1833 su familia decidió mandarlo al Colegio Seminarista Real y Conciliatorio de San Carlos en La Habana, siguiendo así una tradición reservada a las clases pudientes. Recibió clases de Félix Varela y Juan Antonio Saco, dos importantes personalidades de la historia de Cuba. Frecuentó luego la Universidad de La Habana donde se graduó en derecho civil en 1838[2].

Un año más tarde, en 1839, se casó con su prima hermana María del Carmen Céspedes. De esa unión nacieron María del Carmen, Carlos Manuel y Óscar. En 1840 dejó Cuba por España y prosiguió sus estudios en la Universidad de Cervera de Barcelona. Durante su estancia se impregnó del sentimiento independentista de los catalanes y de su rechazo de las autoridades de Madrid y se interesó por la situación política de la península. En 1843 ocurrió la sublevación del General Juan Prim contra el poder central español. Carlos Manuel de Céspedes participó en la insurrección y fue nombrado capitán de las milicias civiles. Pero frente al fracaso de la rebelión, tuvo que exilarse a Francia. Visitó varios países europeos, entre ellos Francia, Alemania e Inglaterra, se volvió políglota y, sobre todo, descubrió una realidad distinta a la de la Cuba colonial oprimida. Tomó entonces conciencia de que su destino era luchar por la libertad de su patria [3]

2. El compromiso político a favor de la independencia
En 1844 Carlos Manuel de Céspedes decidió regresar a Cuba, impregnado de ideas progresistas adquiridas durante su estancia en Europa, y se instaló en su ciudad natal donde abrió un bufete de abogado. Su origen social, su erudición y su experiencia europea le permitieron conquistar una clientela sólida[4].

Indignado por la política colonial española, Carlos Manuel de Céspedes expresó regularmente su descontento. Cuando Toribio Gómez Rojo, gobernador español de Bayamo, organizó un banquete para celebrar la ejecución en septiembre de 1851 del revolucionario venezolano Narciso López, autor de varias expediciones para liberar a Cuba, Céspedes denunció públicamente ese acto. Fue entonces arrestado por las autoridades y encarcelado por primera vez durante cuarenta días[5].

Después de salir de las mazmorras españolas, Céspedes decidió mudarse a Manzanillo en 1852. Sus posiciones políticas le valieron otra estancia detrás de las rejas y hasta un exilio forzado a Baracoa. En 1855 las autoridades coloniales lo arrestaron otra vez por su compromiso a favor de la emancipación de Cuba. Después de su liberación se ocupó de sus negocios afectados por sus estancias repetidas en prisión y elaboró en secreto sus primeros planes a favor de una Cuba libre[6].

En 1867, después de una década de gestación, Carlos Manuel de Céspedes compró la plantación azucarera La Demajagua, en Manzanillo. Elaboró un plan insurreccional con varios compatriotas, entre ellos Pedro Figueredo, autor de La Bayamesa, himno nacional Cuba. Ese himno se inspiró directamente de la primera canción de amor con el mismo nombre que produjeron en 1848 Céspedes y Francisco Castillo Moreno para la música y José Fornaris para la letra. Figueredo decidió conservar la música y escribir un canto revolucionario ampliamente inspirado de La Marsellesa[7].

3. La sublevación del 10 de octubre de 1868
En 1868 Carlos Manuel de Céspedes organizó reuniones con varios comités patrióticos de la región integrados por importantes figuras de la inminente guerra de independencia, tales como Belisario Álvarez, Salvador Cisneros Betancourt o Isaías Masó. El 4 de agosto de 1868 Céspedes participó en una junta revolucionaria en la propiedad San Miguel de la ciudad de Las Tunas. Lanzó un llamado a la sublevación: “Señores: la hora es solemne y decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aún nos parece fuerte y grande es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡Levantémonos!”.[8]

Mientras Céspedes deseaba lanzar el movimiento insurreccional a la mayor brevedad, se enfrentó a la oposición de los representantes de Camagüey, Salvador Cisneros Betancourt y Carlos Mola, que prefirieron retrasar la fecha por la falta de armas. Céspedes decidió entonces fijar la fecha del levantamiento para el 14 de octubre de 1868. Pero el Capitán General español Francisco Lersundi descubrió el proyecto revolucionario y ordenó, mediante un telegrama del 7 de octubre, la captura del líder cubano. Avisado a tiempo por el telegrafista Nicolás de la Rosa, Céspedes convocó a las fuerzas independentistas el 9 de octubre en su propiedad La Demajagua y adelantó la fecha de la insurrección.[9]

El 10 de octubre de 1868, en La Demajagua, Carlos Manuel de Céspedes lanzó el Grito de Yara y entonó un “¡Viva Cuba Libre!”. Proclamó la independencia de Cuba y decretó la insurrección a la cabeza de 150 revolucionarios. En el Manifiesto, explicó las razones de la rebelión: “Al levantarnos armados contra la opresión del tiránico Gobierno español, siguiendo la costumbre establecida en todos los países civilizados, manifestamos al mundo las causas que nos han obligado a dar este paso […]. España nos impone en nuestro territorio una fuerza armada que no lleva otro objeto que hacernos doblar el cuello al yugo férreo que nos degrada”.[10]

Céspedes ordenó al mismo tiempo la liberación de todos los esclavos y empezó con los suyos. Hizo así de la emancipación de todos los habitantes de la isla el primer acto político de la nación cubana. Invitó a los nuevos hombres libres a que se unieran a las filas de la insurrección:

Nosotros creemos que todos los hombres son iguales […], admiramos el sufragio universal que asegura la soberanía del pueblo; deseamos la emancipación gradual y bajo indemnización, de la esclavitud; […] demandamos la religiosa observancia de los derechos imprescriptibles del hombre, constituyéndonos en nación independiente, porque así cumple a la grandeza de nuestros futuros destinos, y porque estamos seguro que bajo el cetro de España nunca gozaremos del franco ejercicio de nuestros derechos.[11]

El 11 de octubre de 1868 Céspedes libró su primer combate en el pueblo de Yara a la cabeza del joven Ejército Libertador. Los revolucionarios decidieron ir a federar a los habitantes al proyecto emancipador y en el camino fueron sorprendidos por una columna militar española que los recibió con una lluvia de balas. Obligados a replegarse, los patriotas sufrieron su primera derrota. La tropa se redujo a doce insurrectos. Ángel Mestre, futuro General de Brigada del Ejército Libertador, relató la situación: “Con Céspedes permanecieron en el lugar doce hombres, y la bandera en mi poder: más parece que alguno exclamó: «¡Todo se ha perdido!» y Céspedes contestó en el acto: «Aún quedamos doce hombres: bastan para hacer la independencia de Cuba”.[12]

A partir del 18 de octubre Céspedes asedió la ciudad de Bayamo y se escuchó por primera vez en la historia La Bayamesa, el himno nacional de Cuba de Pedro Figueredo. El 20 de octubre la ciudad cayó en manos de los insurrectos. Céspedes tomó momentáneamente el grado de Capitán General del Ejército Libertador para colocarse en el mismo rango protocolar que el representante de la corona española en la isla. En un vibrante discurso, llamó a la liberación de todos los esclavos. Según él, los insurrectos cubanos no podían presentarse ante el mundo como defensores de la emancipación humana si ignoraban la suerte de la clase explotada y humillada durante siglos.[13]

El 27 de diciembre de 1868 Céspedes firmó el decreto de abolición de la esclavitud en Cuba. Al proclamar la independencia de la patria, la revolución reivindicó también “todas las libertades”. Ésas no podían limitarse “sólo a una parte de la población del país”. “Cuba libre es incompatible con Cuba esclavista”, enfatizó el texto de ley. “La abolición de las instituciones españolas debe comprender y comprende, por necesidad y por razón de la más alta justicia, la esclavitud como la más inicua de todas”. La eliminación de la explotación del hombre por el hombre mediante la fuerza “ha de ser el primero de los actos que el país efectúe en uso de sus conquistados derechos”.[14]

España lanzó una ofensiva contra Bayamo para retomar el control de la ciudad. Céspedes organizó la defensa del territorio pero tuvo también que hacer frente a la oposición del comité revolucionario de Camagüey, dirigido por Salvador Cisneros Betancourt. Éste, descontento por el nombramiento del patriota de Manzanillo como líder de la insurrección, se negó a brindar su apoyo a la lucha y debilitó al movimiento independentista. Después de encarnizados combates, frente a la superioridad del ejército colonial español, el 11 de enero de 1869 los habitantes de Bayamo se negaron a abandonar la zona al enemigo. Rechazaron toda idea de rendición y decidieron quemar la ciudad, dejando sólo ruinas a los soldados de la península.[15]

Conscientes de la gravedad de la situación y de la determinación de los independentistas, el 19 de enero de 1869 las autoridades españolas transmitieron una propuesta de mediación a Carlos Manuel de Céspedes. En su respuesta, el patriota cubano expresó su resolución a luchar por la libertad de Cuba:

Yo creo que serán infructuosos todos los ofrecimientos que nos hagan en el concepto de que la isla quede bajo el dominio de España, porque no hay uno solo de los soldados del Ejército Libertador que no esté decidido a morir antes que deponer las armas y sujetarse de nuevo a sufrir el yugo de los españoles. El incendio de Bayamo y del pueblo del Dátil, por los mismos bayameses, la guerra que estamos sosteniendo con las tropas de Valmaseda, que no nos trata sino como trataban los conquistadores de España a los primitivos hijos de este país, la muerte de muchos compatriotas distinguidos, todos los sacrificios que hemos hecho para dar al mundo una prueba de que no somos tan sufridos ni tan cobardes como hasta aquí se vino diciendo, son suficientes pruebas para que España se convenza de que no hay poder alguno que ahogue nuestras aspiraciones, ni contenga el impulso de un pueblo que solo desea ser libre.[16]

El Capitán General de Cuba decidió contactar directamente con Carlos Manuel de Céspedes y lo convidó a poner fin a la “lucha fratricida”. En su respuesta del 28 de enero de 1869 el líder revolucionario expresó el punto de vista de los cubanos y denunció la violencia de la monarquía:

Se nos ha declarado una guerra de exterminio por el solo hecho de que hayamos enarbolado en nuestra patria la bandera de la libertad. Todos los medios los he apurado ya para no usar de represalias, pero los jefes españoles que han operado y están operando en este Departamento y en el Central, haciendo uso de un vano é incalificable orgullo, no han atendido absolutamente mis comunicaciones y han persistido en incendiarlo todo a su paso, destruyendo fincas, matando animales domésticos para dejarlos en el camino y apoderándose hasta de nuestras mujeres y de nuestros hijos. A [estos crímenes] hemos respondido poniendo fuego a nuestros hogares con nuestras propias manos, para hacerles comprender a los que en nada tienen las prácticas más reconocidas de la guerra entre hombres civilizados, que no hay sacrificio alguno que nos amedrente para llevar a debido término la campaña que hemos emprendido.[17]

Al redactar la misiva Céspedes se enteró de que un patriota mandado a las autoridades militares para parlamentar fue asesinado, en transgresión de las leyes elementales que regían los conflictos, las cuales estipulaban que la vida de los mensajeros era inviolable. Expresó su indignación al Capitán General español: “Se me comunicó desde Guáimaro, haber sido asesinado por unos voluntarios movilizados, en el Casino Campestre del Camagüey, el distinguido y valiente camagüeyano G. General Augusto Arango, que fue allí con un parlamento. Este hecho escandaloso produjo, como era natural, gran excitación entre nosotros, y ha dado lugar á que ningún patriota se preste á entrar en tratados con el Gobierno que V. E. representa”. Lejos de abandonar la vía de las armas, los independentistas proclamaron el advenimiento de la República.[18]

[1] Salvador Bueno Menéndez, Carlos Manuel de Céspedes, México, Frente de Afirmación Hispanista, A. C., 2004, p. 3.
[2] Delfín Xiqués Cutiño, “Carlos Manuel de Céspedes: el padre de todos los cubanos”, Granma, 17 de abril de 2019. http://www.granma.cu/hoy-en-la-historia/2019-04-17/carlos-manuel-de-cespedes-el-padre-de-todos-los-cubanos-17-04-2019-11-04-45 (sitio consultado el 28 de junio de 2019).
[3] Rafael Acosta de Arriba, Apuntes sobre el pensamiento de Carlos Manuel de Céspedes, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1996, p. 7.
[4] Fernando Portuondo del Prado & Hortensia Pichardo Viñals, Carlos Manuel de Céspedes: Escritos, Tomo I, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1974, p. 21.
[5] Ibid., p. 28.
[6] Leonardo Grimán Peralta, Carlos Manuel de Céspedes: análisis caracterológico, Universidad de Oriente, Departamento de Extensión y Relaciones Culturales, 1954, p. 31.
[7] Fernando Portuondo del Prado & Hortensia Pichardo Viñals, Carlos Manuel de Céspedes: Escritos, Tomo I, op. cit., p. 28.
[8] Hortensia Pichardo & Fernando Portuondo, Dos fechas históricas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1989, p. 20.
[9] Ramiro Guerra, A History of the Cuban Nation: The Ten Years War and other Revolutionary Activities, Volume 5, Editorial Historia de la Nación Cubana S. A., 1958, p. 13-15.
[10] Carlos Manuel de Céspedes, Decretos, Barcelona, Red Ediciones, 2019, p. 9.
[11] Ibid., p. 11.
[12] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, París, Paul Dupont, 1895, p. 12.
[13] Fernando Portuondo del Prado & Hortensia Pichardo Viñals, Carlos Manuel de Céspedes: Escritos, Tomo I, op. cit., p. 69.
[14] Carlos Manuel de Céspedes, Decretos, op. cit., p. 13.
[15] José Martí (Andrés Sorel, ed.), Contra España, Tafalla, Editorial Txalaparta, 1999, p. 68-69.
[16] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 20.
[17] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 22.
[18] Ibid.

4. La República de Cuba en Armas
El 10 abril de 1869, a pesar de las divisiones en el seno de las fuerzas independentistas, surgió la primera Constitución de Cuba, redactada por Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana, y se fundó una República parlamentaria. Decretó que “todos los habitantes de la República son totalmente libres” (artículo 24), ratificando así la abolición de la esclavitud. Una ley del 10 de marzo de 1870 completará este artículo cancelando los contratos impuestos a la emigración china sometida y explotada. La Constitución estipuló también que “todos los ciudadanos de la República serán considerados como soldados del Ejército Libertador” (artículo 25). El texto afirmó también la igualdad entre todos los ciudadanos: “La República no reconoce dignidades, honores especiales o privilegios” (artículo 26).[1]

Ese día nació la República de Cuba en Armas. Carlos Manuel de Céspedes fue electo Presidente el 12 de abril de 1869. Salvador Cisneros Betancourt, adversario de Céspedes, presidió la Cámara de Representantes y Manuel de Quesada y Loynaz fue nombrado Jefe Militar. El patriota de Bayamo estaba a favor de un poder ejecutivo fuerte y vertical para conseguir más rápidamente la victoria en el campo de batalla. Según él, la República sólo era posible después de la emergencia de una nación independiente. Para conseguir el triunfo definitivo, la guerra imponía la composición de un poder supremo investido de la autoridad para adoptar con celeridad las medidas militares necesarias, sin dilación por parte del poder ejecutivo.[2]

En su discurso oficial al pueblo de Cuba, Céspedes lanzó un llamado a la unidad de todas las fuerzas patrióticas:

No desconozco la grave responsabilidad que he asumido al aceptar la Presidencia de nuestra naciente República. Sé que mis flacas fuerzas estarían lejos de hallarse a la medida, si quedasen abandonadas á sí solas. Pero no lo estarán; y esta convicción es la que me llena de fe en el porvenir. Cuba ha contraído, en el acto de empeñar la lucha contra el opresor, el solemne compromiso de consumar su Independencia o perecer en la demanda.[3]

El Presidente de la República de Cuba en Armas decidió extender la guerra a toda la isla para darle un carácter nacional y dividió el país en cuatro Estados militares: Oriente, Camagüey, Las Villas y Occidente. Nombró a su cabeza a un Teniente-general para el aspecto militar y a un gobernador civil. Cada Estado se dividía en distritos, cada uno controlado por un Mayor General y un Teniente-gobernador. A su vez, el distrito se declinaba en prefecturas y subprefecturas bajo la dirección de un prefecto o subprefecto.[4]

Céspedes estaba a favor de la destrucción de los intereses de los intereses económicos españoles para que la empresa armada afectara durablemente las finanzas de la monarquía. El 18 de octubre de 1869, firmó un decreto que ordenaba la destrucción de todos los cañaverales. Desde un punto de vista estratégico, optó por una guerra irregular, método adaptado a la relación de fuerzas entre las dos partes. El ejército español era superior en armas y en hombres, mientras que los revolucionarios dependían del material tomado al enemigo y de las pocas expediciones procedentes del extranjero. Había que librar también una batalla para el reconocimiento internacional de la insurrección cubana.[5]

5. Reconocimiento diplomático del estado de beligerancia
A nivel diplomático, Céspedes desplegó una gran energía para conseguir el reconocimiento de su movimiento revolucionario y de su estatus de beligerante por las naciones del continente. El 5 de abril de 1869, México de Benito Juárez reconoció oficialmente a los revolucionarios de la isla, inaugurando así una larga tradición de apoyo a las luchas históricas de los cubanos por la dignidad. El mismo mes, el 30 de abril, Chile también admitió el estado de beligerancia, seguido por Venezuela (mayo de 1869), Perú y Bolivia (junio de 1869), Brasil (julio de 1869) y Colombia. El resto del continente ofrecería un reconocimiento oficial a la Revolución más tardío.[6]

Dos países contribuyeron ampliamente a la causa de la independencia de Cuba: Colombia y Venezuela. Céspedes expresó su satisfacción en un correo al diputado de Camagüey Francisco Sánchez Betancourt:

En Colombia y Venezuela tenemos dos poderosos auxiliares, con los cuales podemos contar ampliamente. Discútase ahora en la Cámara de la primera un proyecto de Ley para intimar á España la cesión de la Isla a los cubanos, é invitar á las demás repúblicas Sud-Americanas á una alianza con el fin de garantizar España el valor de la indemnización que se pacte con la República de Cuba por la indicada cesión. En Venezuela, el General Quesada tiene abiertos todos los puertos de aquella dilatadísima costa, y dispone de las simpatías y decidido apoyo del Gobierno y del pueblo para sus trabajos en favor de Cuba.[7]

En el resto del continente, el apoyo fue muy limitado, algo que lamentó Céspedes en un correo a la Cámara de Representantes del 10 de marzo de 1872: “De las repúblicas de Sud América, exceptuando la mayor suma de simpatías y la ayuda que para algunas expediciones nos prestaran Colombia y Venezuela, no tenemos nada importante”.[8]

Céspedes expresó su gratitud a esas dos naciones. En un correo del 10 de agosto de 1871 a José R. Monagas, Presidente de Venezuela, en respuesta a una misiva recibida el 8 de febrero de 1870, cuando éste todavía estaba en el poder, hizo partícipe de su admiración por su país:

Venezuela, que abrió a la América Española el camino de la Independencia y lo recorrió gloriosamente hasta cerrar su marcha en Ayacucho, es nuestra ilustre maestra de libertad, el dechado de dignidad, heroísmo y perseverancia que tenemos incesantemente á la vista los cubanos. Bolívar es aún el astro esplendoroso que refleja sus sobrenaturales resplandores en el horizonte de la libertad americana, como iluminándonos la áspera vía de la regeneración.[9]

Para contrarrestar la aspiración de los cubanos a la independencia, Madrid decidió incrementar los recursos materiales y humanos para aniquilar al movimiento revolucionario.

6. Decreto de guerra total y división de las fuerzas independentistas
Para luchar contra los independentistas, España usó todos los recursos y decretó una guerra a muerte para aplastar la insurrección. El Conde Valmaseda, jefe militar español de la isla, publicó en abril de 1869 la siguiente proclama: “Todo hombre, desde la edad de quince años en adelante, que se encuentre fuera de su finca, como no acredite un motivo justificado para haberlo hecho, será pasado por las armas. Todo caserío donde no campee un lienzo blanco en forma de bandera para acreditar que sus dueños desean la paz, será reducido a cenizas”.[10]

Céspedes tuvo que hacer frente a la guerra total que impuso España, lo que exigió una unidad sin fallas de todas las fuerzas patrióticas. No obstante, en diciembre de 1869, a causa de una funesta rivalidad, la Cámara de Representantes decidió destituir a Manuel de Quesada, combatiente experimentado y eficiente, de su cargo de jefe militar, para disgusto del Presidente de la República. Para Quesada, la guerra era una situación de una excepcional violencia que no se podía regir mediante una legislación e instituciones adaptadas a los tiempos de paz. Por parte del Congreso, la República de Cuba en Armas debía estructurarse alrededor de la Constitución. Tras su destitución, el general Quesada exhortó a Céspedes a que instaurara una dictadura en nombre de la independencia de Cuba. Ése rechazó rotundamente la propuesta, negándose a violar la Constitución. Quesada le lanzó entonces una advertencia profética: “Tenga entendido, Ciudadano Presidente, que desde hoy mismo comenzarán los trabajos para la deposición de usted”.[11]

El 15 de abril de 1870, a causa de un diferendo que lo oponía al Presidente, el Mayor General Ignacio Agramonte, decidió renunciar y se opuso abiertamente a Céspedes. En el Congreso empezaron las maniobras para conseguir la destitución del líder revolucionario. En una misiva del 21 de mayo de 1870, Agramonte exigió la cabeza del Presidente: “¿Hasta dónde nos llevarán las contemplaciones y la falta de energía de la Cámara de Representantes? ¿Hasta cuándo aparecerá impasible ante tantos abusos? ¿Esperará que Carlos Manuel y sus secuaces arruinen el país, para proceder con energía?”.[12] No obstante, la divergencia de Agramonte duraría poco. Adoptaría incluso una actitud “digna de su inteligencia y patriotismo”.[13]

En sus apuntes, Carlos Pérez, secretario personal de Céspedes, lamentó las maniobras contra el Presidente. En su diario del 12 y 13 de julio de 1870, escribió las siguientes palabras:

Los representantes del Camagüey siguen en su sistema anticespedista. Todos los actos- de éste son censurados y ridiculizados hasta el extremo de apelar á la calumnia. ¡ Qué indigna es la conducta de algunos altos personajes del Camagüey!¡ Qué triste es ver en medio de las tribulaciones de que estamos rodeados, tan inmediatos al peligro y con el enemigo aún sobre nosotros, agitarse las pasiones de una manera tan perjudicial á la causa de la Patria ! ¿Por qué ha de ser siempre la ambición el origen de todas las desgracias? ¿No puede acaso el hombre hacer por un momento abstracción de ella en beneficio de la humanidad? El pueblo que gime y trabaja por mejorar su condición, ¿deberá siempre ser la victima?[14]

En 1870, Oscar, el hijo de Céspedes que también tomó las armas para luchar por la independencia, fue capturado por las tropas españolas. El general español Caballero de Rodas le propuso entonces un acuerdo al Presidente de la República de Cuba en Armas: la rendición contra la vida y la liberación de su hijo. En su famosa respuesta, el patriota de Manzanillo rechazó la oferta: “Oscar no es mi único hijo: soy el padre de todos los cubanos que han muerto por la Revolución”. El 3 de junio de 1870, Oscar fue fusilado por el ejército colonial. El desenlace trágico y la réplica histórica suscitaron entonces la admiración y el respeto de los cubanos, los cuales decidieron apodar a Céspedes “El Padre de la Patria”.[15]

El drama familiar que golpeó a Céspedes no impidió que sus enemigos persiguieran su conspiración para sacarlo del poder. El patriota era consciente de todas las intrigas destinadas a derrocarlo y se mostró filósofo al respecto: “El que no tiene detractores no ha hecho nada bueno en el mundo”.[16] En un correo del 23 de diciembre de 1870, informó del tema a Ana de Quesada, su segunda esposa:

Dicen que la Cámara trata de reunirse en Jarico, y como de costumbre, se corre que es con el objeto de deponerme, para lo cual están dando pasos los enemigos de nuestra tranquilidad. Si se comete semejante violencia, por mí nunca habrá perturbaciones, y cualquiera que sea la ilegalidad del acto, me someteré. La responsabilidad pesará sobre el culpable, y el pueblo hará libremente lo que crea más provechoso á sus intereses.[17]

Las divisiones internas no impidieron que se expresara la solidaridad continental hacia el combate emancipador de Cuba. En enero de 1870, sesenta colombianos desembarcaron en Cuba para juntarse a la lucha por la independencia de la isla. En un correo de febrero de 1871 a Francisco Javier Cisneros, miembro de la Junta Revolucionaria instalada en Estados Unidos y encargada de organizar las expediciones, Céspedes volvió a evocar ese episodio y expresó su gratitud:

Los colombianos llegados últimamente en el Homet han sido recibidos por nosotros, como lo serán todos los que vengan, como hermanos, no habiéndose hecho diferencia alguna entre ellos y los naturales; y si alguna diferencia ó distinción ha habido, ha sido en obsequio de los que han venido á compartir con nosotros los trabajos y sufrimientos de la guerra.[18]

El mismo mes, el 20 de febrero de 1871, Céspedes transmitió una carta de agradecimiento a Carlos Holguín, entonces senador colombiano y futuro Presidente de la República, por su apoyo a la causa cubana:

Las importantes resoluciones presentadas por V. en las Cámaras de Colombia respecto de nuestra Revolución, están grabadas en los corazones de todos los cubanos que hoy pelean por la independencia de su país. Defender tan valientemente las libertades y derechos de los oprimidos, es conquistar el aplauso de los pueblos civilizados y las bendiciones de aquellos por quienes se levanta la voz en demanda de justicia.[19]

Céspedes siempre tuvo por objetivo la unidad de las fuerzas independentistas. Multiplicó los esfuerzos en ese sentido para encontrar una solución favorable a las luchas intestinas y preservar la integridad territorial de la isla frente a las veleidades autonomistas. En una misiva del 19 de febrero de 1871 destinada al patriota Miguel Embé, instalado en Nueva York, le imploró que tratara de restablecer la concordia entre los grupos revolucionarios:

Permítame suplicarle interponga su valimiento para conseguir que cesen de una vez las disensiones que existen entre nuestros hermanos del extranjero, las cuales indudablemente han dado por resultado entorpecimientos en la marcha de nuestros negocios. Eso nos perjudica notablemente en todos sentidos, y yo desearía que V. propendiese de todos modos a que desaparezca la menor señal de discordia y que no haya más que un solo pensamiento: conseguir nuestra Independencia.[20]

En otro correo al general Manuel Calvar del 16 de julio de 1871, Céspedes insistió otra vez en la necesidad de preservar la unidad: “Procure V., repito, conservar a toda costa la armonía, la unión entre los jefes y soldados, que estos obedezcan a aquellos y que todos trabajen de consuno a un mismo fin, sin dar lugar a que las divisiones y parcialidades entronicen la indisciplina y el desorden en daño directo de la Revolución”.[21] Reiteró esa recomendación en un mensaje del 22 de octubre de 1871 a Francisco Vicente Aguilera, Vice-Presidente de la República de Cuba en Armas: “[Yo sé] que usted contribuirá eficazmente a la unión y concordia de todos los cubanos, unión que nos asegurará el triunfo sobre nuestros encarnecidos y feroces enemigos”.[22]

El 18 de junio de 1871, afectado por las intrigas de sus adversarios en el Parlamento, Céspedes reunió a su Consejo de Gabinete y propuso entregar su renuncia a causa de las leyes que adoptó la Cámara de Representantes que perjudicaban gravemente la acción del gobierno. Los miembros del gobierno le imploraron a que conservara su cargo en nombre del interés de la Patria. Recibió múltiples expresiones de apoyo por parte de sus compatriotas en Cuba y en el extranjero, particularmente de la Sociedad de Artesanos Cubanos de Nueva York.[23]

Unas semanas después, el 15 de julio, mandó un nuevo mensaje al pueblo de Cuba en el cual relató los avances del proceso independentista y denunció los crímenes que cometió el Conde Valmaseda contra la población. Terminó su declaración con un llamado a la resistencia: “Sé que todas las arterías de nuestro pérfido y desesperado enemigo se han de estrellar en vuestra perseverancia y fe en el triunfo indeclinable de la libertad contra la tiranía”.[24]

El Presidente sabía que podía contar con valerosos y aguerridos jefes, entre los cuales varios entrarían en la Historia de Cuba, tales como Máximo Gómez y Antonio Maceo. Céspedes expresó su convicción: “Los españoles no pueden competir con nosotros en valor, fuerzas, ni resistencia”.[25] En cambió había dos aspectos en que España era superior: el armamento y la brutalidad. En una misiva a su esposa Ana de Quesada con fecha del 7 de agosto de 1872, relató esa triste realidad: “Cumplió ese día un año del desembarco de Agüero, es decir, ¡un año que no recibimos ni un grano de pólvora, ni un fusil, ni un hombre! ¡En cambio, los enemigos han recibido de todo en abundancia! Y sin embargo, ¡¡no nos han vencido!! Pero han derramado arroyos de sangre inocente”.[26] En su afán de reprimir la rebelión, Madrid no se fijó ningún límite.

[1] Constitución de Guaímaro, 10 de abril de 1869, UNAM. https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/6/2525/7.pdf (sitio consultado el 25 de abril de 2019).
[2] Francisco J. Ponte Domínguez, Historia de la Guerra de los Diez Años, La Habana, Academia de Historia de Cuba, 1944, p. 205-210.
[3] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 28.
[4] Francisco J. Ponte Domínguez, Historia de la Guerra de los Diez Años, op. cit., p. 252.
[5] Philip S. Foner, Historia de Cuba y sus relaciones con Estados Unidos, Tomo 2, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1973, p. 95.
[6] Víctor Guerrero Apráez, El reconocimiento de la beligerancia, Bogotá, Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2017.
[7] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 83.
[8] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 162.
[9] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 113.
[10] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 24.
[11] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 36.
[12] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 38.
[13] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 229.
[14] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 40.
[15] Ibid.
[16] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 89.
[17] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 43.
[18] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 55.
[19] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 56.
[20] Ibid.
[21] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 77.
[22] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 131.
[23] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 74.
[24] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 74.
[25] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 205.
[26] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 213.

7. La brutalidad del ejército colonial y la suerte de la población
España lanzó a sus fuerzas contra el pueblo insurrecto y se ilustró por su ferocidad. En una misiva a su esposa del 5 de agosto de 1871 Céspedes comentó los crímenes de la monarquía:

Los españoles llevan su crueldad hasta este extremo: entran en los ranchos a tiros, matan al que cogen, hacen fuego sobre los desarmados que huyen: si las heridas son leves los acaban de matar; si son graves los abandonan diciéndoles que porque huyeron les dispararon. Es hasta dónde puede llegar el abuso de la fuerza y lo que no puede concebirse en el siglo XIX, y a las puertas de los Estados Unidos, que se proclaman los protectores de la humanidad, de la libertad y de la civilización.1


Evocó las destrucciones que causó el ejército colonial pero no se resignó a caer en el pesimismo:

La primera finca fue incendiada por Valmaseda y está hoy desierta; la segunda está simplemente destechada, pero también solitaria. Antes eran prósperas y visitadas, pero antes éramos esclavos: hoy tenemos Patria. ¡Somos libres! ¡Somos hombres! Cuba, que entonces temblaba al sólo nombre de España, ya se bate contra todo su poder, la desprecia y la vence.2

Céspedes, sin perder la fe, confesó sin embargo que lo afectaban los rigores de la guerra y el peso de las responsabilidades. Obligado a comer a veces una “yegua” para sobrevivir, se encontraba en un estado físico lamentable: “Yo estoy muy delgado: la barba casi blanca y el pelo no le va en zaga. Aunque no fuertes, padezco frecuentes dolores de cabeza. En cambio estoy libre de llagas y calentura”.3

Céspedes exigía que el Ejército Libertador tuviera una conducta ejemplar. Los insurrectos culpables de crímenes eran condenados a la pena capital. En un correo de agosto de 1872 al General Calixto García, lo exhortó a mantener una disciplina irreprochable entre las tropas y a mostrarse implacable: “Es tiempo más que sobrado de que desaparezcan los abusos y excesos junto con los hombres que los cometen. Hay hechos que perpetrados y consentidos, deshonran las armas de la República y perjudican a nuestra causa”. [Esos males] “deben cortarse de raíz, aunque sea forzoso echar abajo las cabezas de los que en ellos incurren”. Los que cometan crímenes vestidos del uniforme revolucionario deben ser combatidos “con más vigor, si cabe, que los mismos españoles”.4

La prioridad del Presidente de la República de Cuba en Armas era ubicar en el centro de las preocupaciones a las poblaciones vulnerables. Céspedes insistió en la protección de los civiles en una misiva el General Modesto Díaz del 22 de noviembre de 1872:

Las familias deben llevarse a los parajes más seguros y prestarles de momento toda clase de auxilios, halagándolas mucho y haciéndolas ver, así como a todos los demás, la diferencia que hay de vivir en una República con libertad y orden a estar subyugados al degradante imperio de un Gobierno cruel y despótico.5

El Presidente de la República estaba resuelto a romper definitivamente los lazos de subordinación colonial que ataban su patria a España. El único objetivo, no negociable, de todos los revolucionarios debía ser la soberanía plena y total de la isla. En un correo del 17 de julio de 1871 al general Manuel de Quesada, evocó el tema: “Nuestro propósito invariable, sean cuales fueren las circunstancias, es no aceptar de España más capitulación que la absoluta independencia de Cuba, así como de cualquiera otra nación que medie y se interese por Cuba: morir todos o ser independientes”.6 Al mencionar una posible mediación extranjera, Céspedes se refería obviamente a Estados Unidos.

8. El papel de Estados Unidos
Estados Unidos, opuesto a la independencia de Cuba, se negó a brindar ayuda a los revolucionarios y persiguió sin tregua a los exilados cubanos instalados en Florida que intentaban mandar apoyo material y militar a los insurrectos. Al mismo tiempo Washington multiplicaba los contratos de armamentos con Madrid para permitirle aplastar la rebelión. Los archivos estadounidenses ilustran que durante toda la Primera Guerra de Independencia Estados Unidos brindó su apoyo a España. En un correo confidencial del 29 de octubre de 1872 destinado al embajador de Estados Unidos en Madrid, Hamilton Fish, entonces Secretario de Estado, hizo partícipe de “su voluntad de éxito para España en la supresión de la revuelta”.7

No obstante, Céspedes se había dirigido directamente a Ulises S. Grant, Presidente de Estados Unidos, en un correo del 12 de enero de 1872:

Las ideas que defienden los cubanos y la forma de gobierno que han establecido, escrita en la Constitución por ellos hacen por lo menos obligatorio a los Estados Unidos, más que a algunas otras, el inclinarse en su favor. Si por exigencias de humanidad y civilización todas las naciones están obligadas a interesarse por Cuba, pidiendo la regularización de la guerra que sostiene contra España, los Estados Unidos tienen el deber que les imponen los principios políticos que profesan, proclaman y difunden.8

Pero ese llamado quedó en letra muerta. Carlos Manuel de Céspedes era consciente de la oposición de Washington al proceso emancipador cubano. No obstante, en un primer tiempo el Padre de la Patria, aculado por la tendencia anexionista presente en la Cámara de Representantes de Guáimaro, había ratificado en abril de 1869 una petición que abría la vía a la integración de Cuba a la Federación de Estados Unidos.9

En un manifiesto dirigido al pueblo de Cuba del 7 de febrero de 1870, Céspedes recordó que la suerte de la patria dependía únicamente de los esfuerzos y sacrificios de los revolucionarios:

Al lanzarse Cuba en la arena de la lucha, al romper con brazo denodado la túnica de la monarquía que aprisionaba sus miembros, pensó únicamente en Dios, en los hombres libres de todos los pueblos y en sus propias fuerzas. Jamás pensó que el extranjero le enviase soldados ni buques de guerra para que conquistase su nacionalidad.10

En una carta a José Manuel Mestre, representante diplomático de Cuba en Estados Unidos, de junio de 1870, el patriota se mostró lúcido en cuanto a las intenciones de Washington hacia su país:

Por lo que respecta a los Estados Unidos tal vez estaré equivocado, pero en mi concepto su Gobierno a lo que aspira es a apoderarse de Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación y entretanto que no salga del dominio de España, siquiera sea para constituirse en poder independiente; éste es el secreto de su política y mucho me temo que cuanto haga o proponga sea para entretenernos y que no acudamos en busca de otros amigos más eficaces o desinteresados.11

Acertó Céspedes. Desde el inicio del siglo XIX, Washington ambicionó apoderarse de la isla. En 1805 Thomas Jefferson, entonces Presidente de Estados Unidos, declaró que “la posesión de la isla era necesaria para asegurar la defensa de la Luisiana y la Florida pues es la clave del Golfo de México”. Agregó que “para Estados Unidos, la conquista sería fácil”.12

En 1823, John Quincy Adams, entonces Secretario de Estado, evocó la posible anexión de Cuba y elaboró la teoría de la “fruta madura”. Según él, las “leyes de gravitación política similares a las de la gravitación física” permitirían a Estados Unidos tomar posesión de la isla. Explicó su razonamiento:

Una manzana, separada de su árbol de origen por la fuerza del viento, no tiene otra posibilidad que caer al suelo. Cuba, separada por la fuerza de su conexión no natural con España, e incapaz de mantenerse por ella misma, tendrá necesariamente que gravitar alrededor de la Unión Americana y sólo ella. Esta Unión, por su parte, en virtud de la misma ley, se verá en la imposibilidad de renuncia a admitirla en su seno.13

En plena guerra el Secretario de Estado Hamilton Fish redactó un memorándum que confirmó las preocupaciones de Céspedes:

Cuba es la más grande posesión insular que está todavía entre las manos de un poder europeo en América. Está casi contigua a Estados Unidos. Es sobre todo fértil en la producción de objetos de comercio que son constantemente buscados en nuestro país y, con unas regulaciones justas para un intercambio recíproco de mercancías, representaría un mercado amplio y lucrativo para los productos de nuestro país. Desde un punto de vista comercial y geográfico está más naturalmente conectada a Estados Unidos que a España. […] El desenlace final de los acontecimientos en Cuba será su independencia […] [a pesar de que] el Gobierno [estadounidense] está obligado a ejercer constantemente una vigilancia absoluta para impedir las violaciones de nuestras leyes por los cubanos que compran municiones o material de guerra o que organizan expediciones militares a partir de nuestros puertos.14

En un correo del 10 de agosto de 1871 a Charles Sumner, abogado abolicionista estadounidense, Céspedes denunció el apoyo de Washington a Madrid:

A la imparcial historia tocará juzgar si el Gobierno de esa República ha estado a la altura de su pueblo y de la misión que representa en América, no ya permaneciendo simple espectador indiferente de las barbaries y crueldades ejecutadas a su propia vista por una potencia europea monárquica contra su colonia que en uso de su derecho rechaza la dominación de aquélla para entrar en la vida independiente, (siguiendo el ejemplo de los Estados Unidos) sino prestando apoyo indirecto moral y material al opresor contra el oprimido, al fuerte contra el débil, a la Monarquía contra la República, a la Metrópoli europea contra la Colonia Americana, al esclavista recalcitrante contra el libertador de cientos de miles de esclavos.15

Frente al desdén mostrado por Estados Unidos, Carlos Manuel de Céspedes decidió poner fin a su representación diplomática en Washington. En una misiva del 30 de noviembre de 1872, hizo partícipe de su decisión a su enviado especial, Ramón Céspedes Barreiro, en función en la capital estadounidense. Explicó los motivos:

No era posible que por más tiempo soportásemos el desprecio con que nos trata el Gobierno de los Es[tados] U[nidos], desprecio que iba en aumento mientras más sufridos nos mostrábamos nosotros. Bastante tiempo hemos hecho el papel del pordiosero a quien se niega repetidamente la limosna y en cuyos hocicos por último se cierra con insolencia la puerta. […] Ha venido a llenar la medida de nuestra paciencia: no por débiles y desgraciados debemos dejar de tener dignidad.16

Despreciado por Washington en su aspiración al reconocimiento, confrontado a las crecientes dificultades de la guerra contra España, constantemente amenazado por las conspiraciones de sus opositores políticos en el seno del Congreso, Carlos Manuel de Céspedes dedicó sus últimos esfuerzos a mantener el precario equilibrio de la República en Armas.

1 Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 86-87.
2 Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 88.
3 Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 87.
4 Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 210.
5 Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 236.
6 Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 81-82.
7 Hamilton Fish, « Mr. Fish to General Sickles », 29 de octubre de 1872, Foreign Relations of the United States, 2 de diciembre de 1872, p. 582.
8 Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 144.
9 Francisco López Civeira, «Céspedes, la independencia y los Estados Unidos», Trabajadores, 30 de septiembre de 2018. Céspedes, la independencia y los Estados Unidos • Trabajadores (sitio consultado el 2 de julio de 2018).
10 Carlos Manuel de Céspedes, Decretos, op.cit., p. 20.
11 Eusebio Leal & Carlos Manuel de Céspedes, El diario perdido, La Habana, Publicimex, p. 23.
12 Henry Adams, History of the United States During the Second Administration of Thomas Jefferson 1, Volume 3, (1891) Cambridge University Press, 2011, p. 102.
13 John C. Rives, Appendix to the Congressional Globe. Second Session, Thirty-Second Congress: Speeches, Important State Papers, Laws, Etc., New Series, Volume XXVII, Washington, 1853, p. 1725.
14 Hamilton Fish, «Mr. Fish to Mr. Cushing», 6 de febrero de 1874, FRUS, 7 de diciembre de 1874, p. 859-862.
15 Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 112.
16 Fernando Portuondo & Hortensia Pichardo, Carlos Manuel de Céspedes. Escritos, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1974, tomo I, p. 84.


9. La caída de Carlos Manuel de Céspedes
En un correo del 23 de enero de 1872 a Amadeo I de Saboya, rey de España, Céspedes explicó las razones de la guerra y recordó la aspiración de los cubanos a la dignidad:

La guerra que los cubanos sustentan hoy contra España no […] es el acto de renegar nuestro origen y antepasados, de los sacrificios y glorias de la que fue nuestra Madre Patria: es simplemente la emancipación de un pueblo que por sus condiciones físicas especiales, por el grande adelanto material que ha alcanzado, por la ilustración de sus hijos y por el ejemplo de otras naciones, aspira a tener vida propia, y que considerando haber llegado a su mayoría de edad, ha tratado de desatar lazos que, naturales en su niñez, ya no tienen razón de ser, eran anormales y humillantes para la dignidad del hombre. [La guerra no es una demostración de odio hacia España sino una necesidad] para conquistar derechos y derogar instituciones tan nefastas como la de la esclavitud.[1]

Además de la hostilidad de Washington, Céspedes tuvo que hacer frente a las divisiones internas en el movimiento revolucionario y particularmente a la enemistad, entre otros, de Salvador Cisneros Betancourt. El 20 de abril de 1872 Betancourt adoptó una medida según la cual el Presidente de la Cámara de Representantes ocuparía el cargo ejecutivo supremo en caso de remplazo, preparando así el terreno para una futura destitución. Céspedes veía el ejercicio de su cargo volverse sumamente difícil a causa de los obstáculos de todo tipo impuestos por los jefes locales electos en el Congreso. Relató esas dificultades en una carta de 1872 a Ana de Quesada:

Hoy hace un año, un mes y tres días que por última vez se reunió la Cámara de Representantes en las Maravillas. Durante este tiempo he gobernado sin su concurso, y aunque nunca han sido mayores las intrigas de los malos cubanos, ni más activas las operaciones del enemigo ni más débiles nuestros recursos, la República no ha sucumbido, sus libertades se han conservado, la dictadura no se ha entronizado, las leyes han ejercido su imperio, la imparcialidad ha sido mi norte, no he acariciado el arbitrario, y si algunos nuevos desafectos cuento, es por haberlo querido refrenar en ellos.[2]

En otro correo del 23 de junio de 1872 Céspedes mencionó los numerosos problemas que estorbaban su acción: “Mi situación es excepcional: no la gradúen por comparaciones históricas, porque se expondrían a errores. Nada hay semejante a la guerra de Cuba. Ningún hombre público se ha visto en mi situación. […] Tengo muchos enemigos”.[3] Varias veces Céspedes llamó a la unión: “La súplica que os hago con la más íntima buena fe y sinceridad, es que entre todos reine el espíritu de concordia, que alejéis de vosotros todo sentimiento de que puedan brotar escisiones y banderías y que no alojéis en vuestro pecho más que un común deseo y un interés solidario para servir y auxiliar á la patria”.[4] En vano.

El 6 de marzo de 1873 Céspedes concedió una entrevista a James J. O’Kelly, entonces periodista en el New York Herald, el cual sería luego electo miembro de la Cámara de los Comunes del Reino Unido. Fue una de las pocas entrevistas con la prensa extranjera. Expresó con gran lucidez sus reflexiones sobre España y el porvenir de Cuba. Cuestionado sobre el cambio de régimen que ocurrió en la península Ibérica, expresó sus reservas:

España no es un país republicano y la aristocracia militar no consentirá jamás el establecimiento de una forma republicana de gobierno. El Gobierno actual puede vivir algún tiempo; pero antes de cuatro meses, verá V. inaugurarse una lucha entre los monárquicos y los republicanos.[5]

En cuanto a la futura relación con Cuba, hizo partícipe de su circunspección: “Imposible es decir de qué manera la República podrá considerar la causa de Cuba; para nosotros la cosa es indiferente, pues nuestros hombres en armas no aceptarán condición alguna de España que no tenga por base el reconocimiento de la independencia”. Explicó luego las razones:

De España nos separa un océano de agua y tenemos intereses distintos á los suyos; 'nos separa además un océano de sangre y el recuerdo de la crueldad innecesariamente empleada por el Gobierno español en los esfuerzos que hace para subyugarnos. La sangre de nuestros padres y de nuestros hermanos, la de las familias inermes e indefensas asesinadas a sangre fría, nos prohíben aceptar jamás condición alguna de los españoles. Ellos tendrán que irse y dejarnos en paz, o continuar la guerra hasta que nosotros estemos todos muertos o ellos hayan sido exterminados.[6]

Salvador Cisneros Betancourt, que aspiraba a ocupar el cargo supremo, conspiró para conseguir la destitución del Padre de la Patria. En un correo del 2 de julio de 1873 a su esposa, Céspedes expresó de nuevo sus temores:

[Esos] hombres no consideran el daño que se sigue de las divisiones, y que arrastrados por sus ambiciones, rencillas y otras miserables personalidades, no ven más patria ni más libertad que la satisfacción de esas viles pasiones, poniéndonos a cada momento con sus imprudencias a dos dedos de la guerra civil, aun no acabada la de independencia.[7]

Céspedes era plenamente consciente de los complots urdidos por sus enemigos: “Ellos no desisten y hoy fraguan algo malo que todavía no he podido penetrar[8]”. Expresó también cierta fatalidad frente a esas divisiones que sólo perjudicaban el proceso de independencia. Su única consolación era su compromiso indefectible por la libertad y el culto de los instantes felices pasados con su familia:

Por eso me ha servido de muchísima complacencia la descripción que me haces de mis idolatrados hijitos. Con ella he gozado como si estuviera viéndolos; y ese será mi único gusto, mi único consuelo, porque yo no los veré nunca; moriré sin tenerlos en mis brazos, sin conocerlos siquiera más que por mudos retratos. Sin embargo, estoy resignado a todo.[9]

Alertado por las intrigas tramadas por sus adversarios, Céspedes se negó a usar la fuerza para conservar su cargo. El 25 de septiembre de 1873 volvió a escribir a Ana de Quesada para informarle de su probable destitución por la Cámara de Representantes: “Estoy resuelto a no salir de la legalidad ni contrarrestar la voluntad del pueblo”.[10] Agregó lo siguiente: “No por eso se enfríe nuestro amor a Cuba, ni el deseo de librarla de sus opresores”.[11]

La destitución ocurrió el 27 de octubre de 1873. El diputado Tomás Estrada Palma se encargó, entre otros, del requisitorio contra el hombre del 10 de Octubre de 1868. Estrada Palma se volvería luego un convencido anexionista que abriría la vía al dominio de Estados Unidos en Cuba a principios del siglo XX. El general José de Jesús Pérez, fiel compañero de Céspedes desde la época de la Demajagua, le propuso otra vez resistir por la fuerza a la conspiración. Ése rechazó la oferta y aceptó la decisión con resignación. Quería evitar cualquier lucha fratricida en nombre de la unidad del movimiento revolucionario. En un correo a su esposa del 21 de noviembre de 1873 recordó su compromiso al servicio de la libertad de su país: “En cuanto a mi deposición, he hecho lo que debía. Me he inmolado ante el altar de mi patria en el templo de la Ley. Por mí no se derramará sangre en Cuba. Mi conciencia está muy tranquila y espero el fallo de la historia”.[12]

Cisneros realizó su ambición y fue nombrado Presidente. Esta destitución tuvo funestas consecuencias. Quebró la unidad revolucionaria y abrió el camino al fracaso de la empresa armada. Minado por las divisiones, los regionalismos y los conflictos personales, el movimiento emancipador iniciado por Céspedes se tambaleó y puso en peligro el proyecto patriótico. El fracaso se materializaría con el Pacto de Zanjón en 1878, sellando una paz sin libertad ni independencia.[13]

A pesar de ello, el Padre de la Patria no tuvo ninguna duda en cuanto a la victoria final de la causa de la emancipación humana y de la resolución de los cubanos a conseguir su libertad. Estaba convencido de que romperían definitivamente las cadenas de la servidumbre:

La Revolución Cubana, ya vigorosa, es inmortal; la República vencerá á la Monarquía; el pueblo de Cuba, lleno de fe en sus destinos de libertad y animado de inquebrantable perseverancia en la senda del heroísmo y de los sacrificios, se hará digno de figurar, dueño de su suerte, entre los pueblos libres de la América. Nuestro lema invariable es y será siempre: independencia o muerte. Cuba no sólo tiene que ser libre, sino que no puede ya volver á ser esclava.[14]

El nuevo poder limitó los movimientos de Céspedes y le negó un pasaporte y la posibilidad de viajar a Estados Unidos para reunirse con su familia y seguir desde el extranjero el combate por la independencia de Cuba. La Cámara de Representantes y el poder ejecutivo multiplicaron las bajezas contra él y le dieron la orden de entregarles su correo privado, obligándolo a seguir los desplazamientos del Gobierno. Céspedes emitió una vigorosa protesta: “No es esa mi voluntad, sufre mi dignidad, siento coartados mis derechos de ciudadano”.[15]

En un acceso de conciencia, en un correo del 28 de noviembre de 1873, el nuevo Presidente Cisneros suplicó a la Cámara de Representantes tratar al Padre de la Patria con el respeto que merecía, subvenir sus necesidades y ofrecerle la protección necesaria: “Carlos Manuel de Céspedes no es el hombre que ha dejado de ser Presidente, sino el que engendró la Revolución pronunciándose abiertamente en Yara el memorable 10 de Octubre de 1868. En efecto, la personalidad del C. Carlos Manuel de Céspedes está tan adherida á la Revolución de Cuba que abandonarlo, porque ha dejado de ser Presidente, a sus propios recursos, sería un desagradecimiento”. Cisneros subrayó el compromiso total y desinteresado de Céspedes por la causa de la libertad de Cuba: “Él fue el primero que proclamó la Independencia y el que por el espacio de cinco años ha administrado el poder. Durante este periodo no ha recibido ninguna remuneración por administrar la República más que alguno que otro regalo de particulares, ni los sueldos que le corresponden por sus servicios”. Cisneros insistió: “No debemos abandonar en momentos extraordinarios al hombre que abre la historia política e independiente del país con su nombre”, recordando que “se alzó en armas con sus propios recursos de poder, desafiando a una nación que tenía sobrados medios para aniquilarlo”.[16]

El 27 de diciembre de 1873, después de múltiples humillaciones, la Cámara de Representantes decidió liberar a Céspedes, prometiéndole un pasaporte que nunca recibiría. Luego, el 23 de enero de 1874, abandonado por todos, en compañía de su hijo Carlos Manuel, Céspedes se refugió en San Lorenzo en la Sierra Maestra y esperó en vano su pasaporte. Pasó los últimos instantes de su existencia enseñando la lectura y la escritura a los niños de la zona, demostrandp un estoicismo a toda prueba. En su última carta a su esposa, del 17 de febrero de 1874, Céspedes expresó el deseo de “perdonar a esos hombres que en vano han querido agraviarnos y seguir cooperando a la salvación de nuestra amada patria”. Concluyó del siguiente modo: “¡Huyan lejos de nuestros corazones los rencores y venganzas!” [17]

El 27 de febrero de 1874, informados de la presencia de Céspedes en la zona, los españoles realizaron una operación para capturarlo. Arma en mano, Céspedes libró un combate contra los soldados del ejército colonial. Gravemente herido, se negó a caer entre las manos del enemigo y prefirió dejarse caer en un precipicio. Manuel Sanguily, coronel del Ejército Libertador, relató los últimos momentos de su vida:

Céspedes no podía consentir que a él, encarnación soberana de la sublime rebeldía, le llevaran en triunfo los españoles, preso y amarrado como un delincuente. Aceptó sólo, por breves momentos, el gran combate de su pueblo: hizo frente con su revólver a los enemigos que se le encimaban, y herido de muerte por bala contraria, cayó en un barranco, como un sol de llamas que se hunde en el abismo.[18]

El comandante Enrique Collazo Tejada lamentó las conjuraciones urdidas contra Céspedes, las cuales doblaron las campanas de la Primera Guerra de Independencia de Cuba. Según él, el Congreso cometió una falta política y moral al destituir al hombre del 10 de octubre que fue fatal:

La deposición de Céspedes es el hecho culminante de la Revolución Cubana y el punto de partida de nuestras desventuras […] La ambición, el descontento y los rencores personales, se encubrieron con el respeto a la Ley. […] La deposición de Céspedes fue fatal para la Revolución y pudo tener aun peores consecuencias que sólo se evitaron por las condiciones de carácter, sensatez y patriotismo del depuesto Presidente. […] Cualquiera que haya sido su acierto como gobernante, tiene dos hechos que hacen su apología y que lo harán siempre el primero entre los cubanos: el levantamiento en La Demajagua y su conducta cuando fue depuesto. Para que nada falte a su legítima gloria, la pone más de relieve el criminal abandono en que quedó sumido por la ingratitud de sus conciudadanos, viniendo a morir, ya casi ciego, solo entre abrupta sierra, el primero de los cubanos que consiguió dar a su país y a sus paisanos patria y honra.[19]

José Martí, Héroe Nacional cubano, rendiría un vibrante tributo a Carlos Manuel de Céspedes. Según él, nunca “dejó de ser el hombre majestuoso que siente e impone la dignidad de la patria. Baja de la presidencia cuando se lo manda el país y muere disparando sus últimas balas contra el enemigo”.[20]
Por su parte, Fidel Castro subrayaría la importancia histórica del primer movimiento emancipador cubano:

Céspedes simbolizó el espíritu de los cubanos de aquella época, simbolizó la dignidad y la rebeldía de un pueblo —heterogéneo todavía— que comenzaba a nacer en la historia. […] Aquella decisión de abolir la esclavitud constituía la medida más revolucionaria, la medida más radicalmente revolucionaria que se podía tomar en el seno de una sociedad que era genuinamente esclavista. Por eso lo que engrandece a Céspedes es no solo la decisión adoptada, firme y resuelta de levantarse en armas, sino el acto con que acompañó aquella decisión —que fue el primer acto después de la proclamación de la independencia—, que fue concederles la libertad a sus esclavos.[21]

Conclusión
Venerado como el Padre de la Patria, el abogado Carlos Manuel de Céspedes simboliza el altruismo puro, renunciando a sus intereses de clase y a sus bienes personales, sustituyendo a la felicidad de una vida familiar los tormentos de la guerra, por el interés superior de la nación y el bienestar de todos los cubanos. Queda en la historia de la isla como el que vinculó la libertad de Cuba a la abolición definitiva de la esclavitud. Fiel hasta las últimas consecuencias a su divisa “Independencia o muerte”, tomó las armas contra el opresor español, sin experiencia militar alguna, en condiciones de extrema adversidad y libró el combate contra una potencia infinitamente superior.

A pesar de la ingratitud de sus conciudadanos en el poder, el Hombre del 10 de octubre de 1868 nunca expresó rencor sobre la suerte indigna que le reservó el destino en los últimos años de su existencia. Murió fiel a la línea de conducta que le había fijado a su pueblo, es decir armas en mano.

La primera guerra de independencia terminaría el 10 de febrero de 1878 con el Pacto de Zanjón, un compromiso que no contenía ni soberanía ni libertad. Antonio Maceo, símbolo de la resistencia cubana, rechazaría este acuerdo y respondería con la Protesta de Baraguá el 15 de marzo de 1878 en la cual expresaría su determinación a luchar hasta el final para realizar la aspiración de su pueblo a la emancipación. El fracaso de la Guerra Chiquita de 1879-1880 no quebraría la voluntad de los independistas que lanzarían la epopeya de liberación final bajo la égida del héroe nacional José Martí. Después de derrotar a España en 1898, Cuba caería entre las manos del imperialismo estadounidense y padecería de un modo u otro su perniciosa influencia hasta el triunfo de la Revolución Cubana de Fidel Castro en 1959.

[1] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 145.
[2] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 181.
[3] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 207.
[4] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., cita de introducción.
[5] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 245.
[6] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 246.
[7] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 253.
[8] Ibid.
[9] Ibid.
[10] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 259.
[11] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 260.
[12] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 298.
[13] Philip S. Foner, Antonio Maceo: The ‘Bronze Titan’ of Cuba’s Struggle for Independence, New York, Monthly Review, 1977.
[14] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 112.
[15] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 297.
[16] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 302-303.
[17] Carlos Manuel de Céspedes, Carlos Manuel de Céspedes, op. cit., p. 329.
[18] Fernando Portuondo, Historia de Cuba 1492-1898, La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 1975, p. 453.
[19] Francisco Ibarra Martínez, Cronología de la Guerra de los Diez Años, Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 1976, p. 113.
[20] José Martí, “Céspedes y Agramonte”, El Avisador Cubano, 10 de octubre de 1888, Centro de Estudios Martianos. http://www.josemarti.cu/wp-content/uploads/2014/06/Cespedes_y_Agramonte.pdf (sitio consultado el 25 de abril de 2019).
[21] Fidel Castro, « Discurso en el resumen de la velada conmemorativa de los cien años de lucha”, 10 de octubre de 1968. http://www.fidelcastro.cu/es/discursos/velada-conmemorativa-de-los-cien-anos-de-lucha-efectuada-en-la-demajagua (sitio consultado el 21 de abril de 2019).

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