ELSON
CONCEPCIÓN PÉREZ
Fue el funesto jueves 20 de marzo del
año 2003. Gobernaba George W. Bush en
Estados Unidos. Aún estaban frescas en
la memoria las cenizas de las Torres
Gemelas derribadas por un ataque
terrorista en pleno corazón de Nueva
York. Es el pretexto que sirvió para
hacer la guerra.
Unos meses después, cuando ya se sumaban por decenas de miles los muertos y heridos causados por las bombas norteamericanas, el propio gobierno de Bush reconoció que ni había armas de destrucción masiva ni existieron vínculos con el líder de Al Qaeda.
Las mentiras que sirvieron de justificación para lanzar la invasión y ocupación del cuarto país con las mayores reservas de petróleo, se desplomaron como torres de naipes.
Las fuerzas armadas del país árabe no presentaron la resistencia que muchos esperaban y aquel "paseo de tanques y cañones foráneos en medio del desértico paraje" llevó a Bagdad a las hordas asesinas que buscaban petróleo y para ello mutilaban cuerpos humanos y riquezas milenarias.
Pero esa guerra fue más cruel todavía, por cuanto la aviación norteamericana lanzó contra ciudades iraquíes como Faluya, Basora y otras, cientos o miles de bombas revestidas de uranio empobrecido y fósforo blanco, medios prohibidos por las convenciones internacionales pero no en el caso del Pentágono, que ya había dejado tales heridas abiertas cuando las empleó en cantidades similares durante los 78 días y noches de bombardeos contra Yugoslavia en 1999.
Un recuento de la "obra" norteamericana en Iraq, podría resumirse en algunos aspectos fundamentales:
Cientos de miles de muertos, heridos y mutilados (para algunas fuentes la cifra supera el millón de víctimas); una población infantil que aún muere por la presencia de cáncer y otras enfermedades provocadas por el uranio y el fósforo desprendidos de las bombas yankis; un país en ruinas, destruido, saqueado, y sin que se haya realizado proceso alguno de reconstrucción, pues las millonarias cifras de dólares captados a los "donantes" han ido a parar a los bolsillos de los propios ocupantes y alguna que otra figura gubernamental; el petróleo fundamentalmente en manos de compañías occidentales y muy importante... una embajada de Estados Unidos con diez mil empleados entre contratistas, mercenarios y militares de la CIA y el Pentágono (la mayor representación diplomática de Estados Unidos en el mundo).
Además, la violencia interna sigue cobrando cientos de víctimas, problema exacerbado por la guerra y la ocupación foránea.
LO MÁS MONSTRUOSO DE TODO
En mi opinión la más aterradora "hazaña" de las tropas norteamericanas en Iraq ha sido el envenenamiento de familias con el uranio y el fósforo usado en las municiones cuando se bombardeaba a ciudades y pueblos de la nación árabe en el 2004.
La mutilación llega hasta nuestros días y una verdadera pesadilla viven los padres que ven nacer a sus hijos con grandes malformaciones, con cáncer, leucemias o mutaciones de órganos.
Hoy se describen casos de decenas de niños con caras deformadas, algunos con tres brazos, otros con una cabeza gigante, y hasta con tres ojos.
El investigador inglés, Robert Fisk, describió en un artículo titulado "El uranio de Saskatchewan y los niños de Faluya", escalofriantes escenas narradas por padres de las desfiguradas criaturas.
Por ejemplo, en el Hospital General de esa ciudad, el despacho del administrador Nadhim Shokr al-Hadidi, el autor lo concibe como una pequeña cámara de los horrores. Allí se muestran imágenes de un bebé con una boca inmensamente deformada; otro con un defecto en la médula espinal, y parte de su columna fuera del cuerpecito. Un niño con un terrible e inmenso ojo ciclópeo. Un neonato con solo media cabeza y otro recién nacido diminuto al que le falta medio brazo derecho, la pierna izquierda y los genitales.
Otra descripción es la del pequeño Sayef, que con solo 14 meses de edad yace sobre una pequeña manta de color rojo amortiguada por un colchón instalado sobre el suelo, llorando a intervalos. Su cabeza tiene el doble del tamaño que debería y está ciego y paralizado. Sayeffedin Abdulaziz Mohamed es su nombre completo. Tiene una cara amable en su cabeza descomunal y dicen que sonríe cuando otros niños y familiares lo visitan en su habitación.
Así transcurre esta verdadera pesadilla, de la cual solo extraigo algunos ejemplos. Y lo más doloroso aún es que todas estas descripciones, comprobadas como crímenes de guerra cometidos por parte de las tropas de Washington, no pasen de ser relatos no tenidos en cuenta ni por el Consejo de Seguridad de la ONU, ni por los gobiernos involucrados en tales hechos.
Un informe médico recopilado por Malak Hamdar e Intisar Ariabi, halló que la tasa de mortalidad en Faluya era de 80 por cada mil nacimientos. Los médicos afirman que la causa es el material tóxico despedido por las armas de Estados Unidos en los ataques del 2004, dice un despacho de la BBC.
En otro artículo se informa que solo en el Hospital General de la ciudad de Faluya hubo 736 iraquíes asesinados, y que el 60 % de esas víctimas eran mujeres, niños y ancianos. Cuando el asedio terminó, más de mil iraquíes habían muerto en la institución sanitaria.
El 70 % de los edificios y de los hogares resultaron dañados o destruidos, junto con al menos cien mezquitas, 6 000 tiendas y nueve edificios gubernamentales.
La reconstrucción ha fracasado estrepitosamente y la mayor parte de la ciudad continúa siendo un amasijo de escombros. Hay entre un 75 y un 80% de desempleo, resume Al Jazzera.
Esa es la "obra" dejada por Estados Unidos en Iraq, país del que supuestamente sus soldados fueron retirados.
Niños iraquíes con
malformaciones y mutilaciones
—incluso cuando son fetos—,
producto del uranio empobrecido
y el fósforo blanco empleados
por Estados Unidos en sus
bombardeos.
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