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20 agosto, 2014

La Teoría de la Constipación Española

ibnasad.com

Cuando hace seis años escribí La Danza Final de Kali, ya era consciente de lo que iba a pasar en España con respecto a la revisión de nuestro presunto progreso desde la perspectiva que otorga una nueva información que, hace sólo veinte años, nadie tenía. Sabía lo que me traía entre manos. No por ningún don visionario que no tengo, sino porque sabía lo que había pasado en Estados Unidos: se usó el término Conspiracy Theory para clasificar una información liberadora (y dolorosa) desde el descrédito y el ridículo. Sé lo que hicieron con Mack Lane, Richard Leigh, John Coleman, Bill Cooper, Alex Jones, Edward Griffin y muchísimos otros. Lo mismo iban a hacer aquí: el rechazo instintivo que siente el ser humano hacia una información contrastada que tambalea la comodidad de la mentira, fue usado como amortiguador. ¡Bah! ¡Eso es sólo una Teoría de la Conspiración!

Por eso rechacé ese término en su día y lo sigo rechazando ahora. Porque soy consciente de su uso y del abuso que sufrimos. Porque decir que la versión oficial del 11-S es una completa tomadura de pelo, no es una Teoría de Conspiración… es una cuestión abierta en la que la sociedad actual no ha reflexionado. Porque decir que ningún culpable ha pagado por las violaciones, torturas y asesinatos de Miriam García, Toñi Gómez y Desiré Hernández, no es una Teoría de Conspiración… es una cuestión abierta en la que la sociedad actual no ha reflexionado. Porque decir que la Geoingeniería se ha desarrollado de espaldas al conocimiento y la opinión pública, no es una Teoría de Conspiración… es una cuestión abierta en la que la sociedad actual no ha reflexionado. Porque decir que nadie ha explicado el crecimiento exponencial de casos de Cáncer, no es una Teoría de Conspiración… es una cuestión abierta en la que la sociedad actual no ha reflexionado. Porque testimoniar la existencia de grupos de poder que hace poco más de una década se creían fantasías de unos autores distópicos, no es una Teoría de Conspiración… es una cuestión abierta en la que la sociedad actual no ha reflexionado.

La información está ahí pero los efectos liberadores de la misma han sido apaciguados a través de los autoproclamados con orgullo “teóricos de la conspiración” : tarambanas y charlatanes que han hecho de esto un subgénero periodístico raro, donde se hace una macedonia entre alguna verdad y los más variados disparates. Mientras identifiquemos algo como “conspiranoia”, la sociedad seguirá inmadura, durmiendo la mona. ¿El despertar? Anda ya…


De hecho se puede hacer un seguimiento de lo sucedido en España y ver su paralelismo con el caso americano. La primera vez que surgió la palabra “conspiranoico” en la prensa española, fue a propósito del 11-M, es decir, como arma de descrédito dentro de una evidente contienda política. Los conspiranoicos en España nacieron como peones negros, inevitablemente vinculados por descarte con la Derecha. Y es curioso: en Estados Unidos, los “Teóricos de la Conspiración” también suelen ser colocados en el saco de una Derecha sui generis, como Lyndon LaRouche, Alex Jones o David Duke. Así, como primer conspiranoico español tenemos a Luis del Pino, que tuvo que sufrir el mismo descrédito que sus colegas norteamericanos por exponer la cabal insensatez de que, evidentemente, ningún grupo islamista puso las bombas de los trenes del 11-M, y que hay un inocente (Jamal Zougam) pagando por los crímenes de unos asesinos que, una vez más, salieron de rositas.

Luis del Pino fue el primer conspiranoico propiamente dicho. Antes no fue necesario el sambenito porque en España la investigación alternativa no se topaba con los intereses políticos. Nadie se iba a poner nervioso porque Fernando Jiménez del Oso hablara de poltergeist en la tele o se le pillara a JJ Benítez con algún carrito de los helados. Muy pocos tocaban las fibras sensibles del poder: recuerdo que en España el primero que escribió sobre un Rey y un 23-F, fue Pepe Rei, que se chupó una temporadita en la cárcel por ello y sufrió ese ostracismo de “etarra” que en aquella época era poco menos que la pena de muerte. Había excepciones de algunos que se pasaron de la raya, pero por aquel entonces nadie hablaba de "conspiranoicos": bastaba con liquidarles profesionalmente (como a Juan Ignacio Blanco) o literalmente (como a Andreas Faber-Kaiser). El 11-M fue el evento que catapultó esa asimetría entre lo oficial inverosímil y lo sensato increíble, entre periodistas e, inevitablemente ya, conspiranoicos. El 11-M fue aquí, una operación particular; el 11-S fue en el mundo entero, con alcance global. Misión Cumplida.


Y hoy, con este trabajo de control social ya hecho en el que cada uno ejerce su papel, los periodistas nos dicen aquello que nadie se cree pero que por ahora es preferible pensar, mientras los conspiranoicos divierten (¿acaso divertimos?) con esa excentricidad, ese rigor imaginario, esa mueca de aguartar la risa frente a un panorama que es para echarse a llorar. Lo han conseguido: la libertad de expresión es inversamente proporcional a la ausencia de sentido del ridículo. Incluso yo puedo decir y escribir lo que me venga en gana siempre y cuando deje asociar estos contenidos a la simpatía dicharachera e inofensiva de Alberto Canosa, Rafapal o Luis Carlos Campos. Porque los teóricos de la conspiración son (o somos) la panda de cantamañanas que impiden pasar de esa teoría inoperativa a una práctica de sociedad crítica que aún no hemos conseguido ser. Teorías de Conspiración hay muchas, y una de ellas –la de la gripe- tiene su origen en España. Porque antes de Gripe Aviar, Gripe Porcina, Gripe A(H1N1)... la madre de todas las gripes es la Gripe Española. Y es que España aún está constipada, gravemente enferma, mientras nosotros, españoles, nos seguimos comiendo los mocos.

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