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En España, la política de comunicación gubernamental de los últimos 35 años ha consistido en parasitar todo el entramado mediático a través del pensamiento progresista. Y así, en 2015, no importa qué canal de televisión veas (público o privado) o qué radio escuches, que hagas lo que hagas, estás mamando ingeniería social progre: existe un uniforme (desaliñado pero uniforme) severamente impuesto en todos los medios de comunicación españoles con tres elementos comunes: desprecio por nuestro patrimonio, cinismo vital y molicie intelectual disfrazada de tolerancia, buenrollismo y respeto por los Derechos Humanos y su puta madre.
Y curioso, porque este uniforme ni si quiera es español, y ni tan si quiera responde a una estrategia ideológica de la Izquierda. De hecho, el PP ha fomentado con sus gobiernos esta uniformidad progresista en los medios, y por ende, en toda la sociedad. (Por ejemplo, Soraya Sáenz de Santamaría de dedica profesional y exclusivamente a eso). Para los diferentes grupos de poder resulta conveniente hacer de la sociedad, algo igualado en la mediocridad, con un discurso elemental cimentado en cuatro razonamientos simples y falaces. Cuanto más básica y repetida esta pseudo-ideología, más inofensivo, más dócil, más estúpido será el ciudadano, en definitiva, mejor votante será. Es decir, que no se quiere hacer de la sociedad una masa blanda de chachis-pirulis progres por motivos ideológicos, sino por puro pragmatismo de poder: cuanto más frívolos los gobernados, más y mejor gobernarán los que gobiernan. Y es que estos -no lo olvidemos- se pasan cualquier ideología y cualquier construcción intelectual que pueda ejercer de principio moral, por el mismísimo forro.
Esta imposición de la frivolidad, así como su origen no español (pues esta ingeniería social responde a las directrices del poder meta-nacional), se evalúan claramente a través del sentido del humor y de su manipulación. ¿Alguien se ha preguntado en qué momento los humoristas en España se pusieron de acuerdo para aparecer en la televisión con la misma cara de gilipollas, sonrisa cínica y mismo discurso buenista izquierdoide? En un momento de la historia de nuestro sentido del humor, Miguel Gila se pasó de moda, y en ese momento aparecieron pelagatos con gafas de pasta y estética hipster, contando lo que les pasó la primera vez que se fumaron un porro, o deslenguadas lesbianas hablando de la experiencia de usar tampax.
No sé si el pionero del humor progre fue, tal vez, Emilio Aragón -hijo- (quizás el entertainer más dañino y malvado de la historia española), o tal vez, el Gran Wyoming y su CQC (adalid de ese grupo tan guay y tan triunfante en España que alza el chascarrillo y el vacile de listillo a la categoría de diálogo platónico), o tal vez, lo fue Javier Sardá (el millonario que fue el recadero de PRISA y de Rubalcaba por tantos años de máxima audiencia), o quizás, sus sucesores, el que fue virrey de Cataluña, Andreu Buenafuente, o su follonero, Jordi Evole.
Quizás no hubo una figura central que encarnase esta destrucción cultural e intelectual usando el humor como rifle de asalto, porque fueron muchas las figuras: son muchos los nombres propios, y todos ellos se arremolinan alrededor de las intrigas palaciegas de los diferentes gobiernos con el ente público y también con Canal+, Telecinco, Antena3, La Sexta, canales todos ellos que albergaron la franquicia del jew entertainment en España, El Club de la Comedia.
Porque estos guionistas imbéciles a sueldo ni tan si quiera son lo creativos e imaginativos que les gustaría ser.
El Club de la Comedia surgió como un producto importado, en absoluto autóctono, en disonancia con el humor español tradicional, que tuvo que ser impuesto a la fuerza por los ingenieros sociales del pensamiento único. El stand-up comedy es norteamericano... quizás eso todo el mundo lo sabe. Pero no sólo norteamericano, sino eminentemente judeo-estadounidense, hasta el punto de que aún hoy en Estados Unidos, los principales comediantes del stand-up son judíos y ligados al lobby judío que controla los principales canales donde se emite humor judío a gran escala. Fue el género de los primeros bolos de un Woody Allen en New York, fue el género de aquel fenómeno llamado Jerry Seinfeld, del graciosillo presentador de los oscars Billy Crystal, del sionista Bob Schimmel, de Dave Attel, de Bob Saget (el papá noventero de "Padres Forzosos", el Emilio Aragón judeo-yanqui), de Larry David, del locutor Howard Stern (un híbrido entre Wyoming, Sardá y el Señor Barragán a lo sionista), del pervertido de Lenny Bruce y, por supuesto, de toda la hueste de humoristas feministas (la mayoría, lesbianas) que no saben contar un chiste sin citar su vagina, liderada actualmente por Sarah Silverman (la humorista que le gustaría ser a la chabacana Eva Hache).
Todo el entramado graciosillo de la progresía española condensado en El Club de la Comedia, es una proyección (a los que no les gustan los eufemismos dirán que es una puta copia) del circo mediático de la judería norteamericana, que lleva envenenado décadas con el mismo cocktail: neurosis, obscenidad, ridiculización de cualquier manifestación religiosa (en especial, del cristianismo), relativismo moral, cinismo, perversión sexual, olvido de nuestro patrimonio cultural, fomento de la homosexualidad, y, sobre todo, emasculación espiritual, intelectual y política.
Es la misma fórmula de destrucción social que tan bien ha funcionado en EEUU y que se ha exportado aún mejor en España. Porque cuando se trata de comprar mierda, España no tiene inconveniente en importarla, aunque le sobre la propia. Todos los gobiernos del PSOE y del PP han estado siempre de acuerdo en el negocio alrededor del dominio de los medios de comunicación por parte de la progresía (nacional o extranjera). Tras treinta y cinco años de programas de televisión para cabezahuecas, de comedias pánfilas, de chistecillos sin gracia.., ¿qué sociedad tenemos? Porque esto, payasos sinvergüenzas que habéis arrasado mi país, no tiene ni pizca de gracia.
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