ibnasad,com
Esta mañana me he levantado solidario. Quería homenajear a las víctimas de la violencia de género. Pues si lo hacen los artistas pop, los actores, los titiriteros... ¿por qué no podría hacerlo yo si soy las tres cosas? Quería homenajear a las víctimas más olvidadas, a las más castigadas, a las que viven el infierno de esta violencia sin ningún tipo de atención, apoyo, amparo. Homenajearé, de forma especial, a las víctimas no reconocidas. No reconocidas, empero, porque todo el mundo reconoce la canallada de pegar a una mujer. Yo mismo, como cualquier hombre viril, fue educado en la máxima inviolable de jamás levantar la mano a una mujer, bajo ningún concepto. Aún hoy, no somos pocos los hombres que seríamos incapaces de maltratar a una mujer. No sólo eso; no somos pocos los hombres que aún conformamos la verdadera fuerza de oposición contra esta lacra. Lo explico: siempre han existido canallas y cobardes. Tradicionalmente era la virilidad orgánica de la institución familiar quien se encargaba de neutralizarlos. No serían necesarias leyes ni órdenes de alejamiento si los padres y hermanos tuvieran lo que hay que tener y ejercieran como tal. Ninguna ley corrupta va a frenar a un malnacido. Son los hombres (padres, hermanos, hijos) los que tienen que tomar parte activa contra los maltratadores de mujeres. Lo explico aún más claro: quien pega a una mujer no va a dejar de hacerlo por ser denunciado mil veces en el juzgado; pero se lo va a pensar dos veces si recibe, de manos de los familiares de la mujer (se aceptan también bates, garrotes, puños americanos...), un correctivo y salutífero palizón.
Pero insisto de nuevo en que esta vez quería homenajear a las víctimas no reconocidas de la violencia sexista, aquellos que si bien es cierto que pocas veces acaban asesinados a cuchilladas, el grado sostenido e intenso de la violencia que sufren, les lleva al mismo destino trágico de la morgue: los hombres. Sí, me refiero a los varones, víctimas de la violencia de género. Hombres cuya presunción de inocencia es dinamitada por una ley basura que crucifica en la ignominia a cualquiera con pene que sea denunciado. Hombres a los que
cualquier jueza chupacoños les impide vivir con sus hijos, en ocasiones, ni si quiera verlos. Hombres sumidos en la más espantosa soledad, condenados al ostracismo, mutilados por ley a no poder ejercer como padres. Hombres de corazón noble que fueron puestos bajo sospecha de la falta más vergonzosa posible. Hombres que tienen que pagar mensualmente una ingente cantidad de dinero en concepto de "pensión alimenticia" para que un mal bicho traidor se lo gaste en bolsos de marca, restaurantes de autor y viajes a la Riviera Maya. Hombres que, incluso, acabaron con sus huesos en la cárcel por una falsa denuncia de violación y por una bochornosa sentencia que destruyó la pureza de ese ser para siempre. Hombres que no encontraron ningún refugio para maltratados cuando tuvieron que salir de su propio hogar. Hombres, enamorados, fieles, calzonazos, que a la vera de los cincuenta años descubren que su mujer es (y siempre fue) lesbiana. Hombres que tienen que mirar para abajo, acojonados, cada vez que se les cruza una mujer caminando en bragas por la calle. Hombres a los que se les ameliflua la voz de tanto tener que medir las palabras en el trabajo para evitar una posible denuncia por acoso sexual. Hombres que tuvieron que pasar por la indignidad de ir de compras en rebajas, asistir a clases de bailes de salón o presenciar un concierto de Alejandro Sanz, para agradar a la misma mujer que después alegará "insensibilidad del cónyuge" para divorciarse. Hombres a los que no se les permite expresarse en libertad en su entorno laboral mientras tienen como jefe a un maricón cotilla, trepa y envidioso, que les mira el culo cada vez que lo levantan de la silla. Hombres que tienen que escuchar de su hijo "¿Por qué no juegas más conmigo, papá?" en los cinco minutos semanales que pasan con él tras una petición de custodia compartida denegada. Hombres humillados con silbidos, con insultos, con piropos, siempre que pasan por barrios como Chueca, sin que puedan agarrar por la pechera a sus agresores por miedo a ser denunciados por homofobia. Hombres que trabajan cincuenta horas semanales para poder mantener el tren de vida de una mujer con un despiadado abogado matrimonial a sus espaldas. Hombres arruinados. Hombres destruidos. Hombres emasculados por la violencia de género. Seguro que conocen a un caso, al menos, de cada uno de los ejemplos que aquí se enuncian. Son las otras víctimas de la violencia del otro género. Me solidarizo con todas ellas. Las unas y las otras. Con todos, salvo con Juan Fernando López Aguilar, Ministro de Justicia de la época Zapatero. Mi solidaridad es con todas las víctimas de la violencia sexista, con la única excepción de López-Aguilar. Por imbécil.
cualquier jueza chupacoños les impide vivir con sus hijos, en ocasiones, ni si quiera verlos. Hombres sumidos en la más espantosa soledad, condenados al ostracismo, mutilados por ley a no poder ejercer como padres. Hombres de corazón noble que fueron puestos bajo sospecha de la falta más vergonzosa posible. Hombres que tienen que pagar mensualmente una ingente cantidad de dinero en concepto de "pensión alimenticia" para que un mal bicho traidor se lo gaste en bolsos de marca, restaurantes de autor y viajes a la Riviera Maya. Hombres que, incluso, acabaron con sus huesos en la cárcel por una falsa denuncia de violación y por una bochornosa sentencia que destruyó la pureza de ese ser para siempre. Hombres que no encontraron ningún refugio para maltratados cuando tuvieron que salir de su propio hogar. Hombres, enamorados, fieles, calzonazos, que a la vera de los cincuenta años descubren que su mujer es (y siempre fue) lesbiana. Hombres que tienen que mirar para abajo, acojonados, cada vez que se les cruza una mujer caminando en bragas por la calle. Hombres a los que se les ameliflua la voz de tanto tener que medir las palabras en el trabajo para evitar una posible denuncia por acoso sexual. Hombres que tuvieron que pasar por la indignidad de ir de compras en rebajas, asistir a clases de bailes de salón o presenciar un concierto de Alejandro Sanz, para agradar a la misma mujer que después alegará "insensibilidad del cónyuge" para divorciarse. Hombres a los que no se les permite expresarse en libertad en su entorno laboral mientras tienen como jefe a un maricón cotilla, trepa y envidioso, que les mira el culo cada vez que lo levantan de la silla. Hombres que tienen que escuchar de su hijo "¿Por qué no juegas más conmigo, papá?" en los cinco minutos semanales que pasan con él tras una petición de custodia compartida denegada. Hombres humillados con silbidos, con insultos, con piropos, siempre que pasan por barrios como Chueca, sin que puedan agarrar por la pechera a sus agresores por miedo a ser denunciados por homofobia. Hombres que trabajan cincuenta horas semanales para poder mantener el tren de vida de una mujer con un despiadado abogado matrimonial a sus espaldas. Hombres arruinados. Hombres destruidos. Hombres emasculados por la violencia de género. Seguro que conocen a un caso, al menos, de cada uno de los ejemplos que aquí se enuncian. Son las otras víctimas de la violencia del otro género. Me solidarizo con todas ellas. Las unas y las otras. Con todos, salvo con Juan Fernando López Aguilar, Ministro de Justicia de la época Zapatero. Mi solidaridad es con todas las víctimas de la violencia sexista, con la única excepción de López-Aguilar. Por imbécil.
¿Quién sabe si este es no es el comienzo de mi activismo por los derechos de ciertas minorías? Quizás como solidario profesional tenga más éxito que como músico tradicional. ¿Quién sabe si mi futuro pasa por luchar a favor del colectivo más castigado y al que, por suerte o desgracia, pertenezco? Soy un hombre blanco, heterosexual, de mediana edad y clase media. Así que lo tengo crudo, colegas. Por de pronto, he enviado una carta al bureau de la ONU que se encarga de la patochada de los días internacionales. He solicitado un día internacional en el que los hombres podamos celebrar nuestra virilidad, enorgullecernos del gusto por las mujeres y salvaguardar nuestro legado cultural. Por ahora no he recibido respuesta.
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