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¿Europa sorprendida por un piloto que se suicida con ciento cincuenta a sus espaldas? Los europeos no dan crédito, están atónitos, impactados… ¿Acaso hay motivos para sorprenderse? Si en verdad han asimilado como cierta la versión oficial del 11-S, exactamente eso fue lo que ocurrió aquel día. Y por partida cuádruple, en el número de aviones; y por doce, en el de suicidas involucrados. Aun con todo, la sociedad europea cree más verosímil que una docena de musulmanes anónimos se suicide en aviones matando a miles, que un alemán normal con nombre y apellido lo haga con ciento cincuenta. ¿Por qué? Podrán argumentar que el fanatismo islámico hace posible para el religioso lo que para un europeo depresivo promedio resulta impensable e imposible. Y sin embargo, si fuera válido este razonamiento, nadie podría asegurar que Andreas Lubitz no tuviera un motivo de más peso que un evanescente paraíso prometido abarrotado de huríes virginales.
¿Sabéis una cosa? Yo estoy convencido de que en el 11-S murió la misma cantidad de suicidas que en el avión de Germanwings, es decir, cero, ninguno. ¿Conspiranoico? No tanto… En el primer caso se trata de una imposibilidad técnica (maniobras sólo posibles para pilotos experimentados que, muy probablemente,
estaban plácidamente sentados en un sillón ante los mandos de un drone). En el segundo caso, imposibilidad energética (alguien agotado en la depresión no puede extraer la cantidad de energía requerida para una acción de semejante esfuerzo). En ninguno de los dos casos existe una imposibilidad moral: cualquier ser humano es potencialmente capaz de eso y de cosas muchísimo peores. Preguntaréis: ¿pero acaso cabe pensar en cosas peores? ¡Claro! Por ejemplo, hacer todo esto y cargarle el mochuelo a otro.
La maldad pura, la más elevada (o inferior, según se mire) es el refinamiento más sutil y sofisticado del instinto de conservación. Resulta netamente humana, hasta el punto que se puede definir la maldad absoluta como el instinto de supervivencia hecho hombre. El malo malísimo jamás se autodestruye con sus maldades, al contrario: reafirma su perpetuación de vida y consciencia con una mala acción que sólo es mala para quien la sufre. Sólo por eso son malos: porque los que padecen las consecuencias de la maldad los identifican como tal. De la misma manera, a alguien que haya sido víctima de un malo, se le atribuye la bondad por su mera condición pasiva. Sin embargo, desde un punto de vista absoluto, todo esto son etiquetas morales con una fuerza adhesiva débil, que caerán dependiendo de quién las use: para unos, habrá “malos” y “buenos”; para otros, “vivos” y “muertos”; y para quienes perpetran estos actos, sólo hay triunfadores (ellos mismos) y el resto, un hatajo de panolis.
La maldad y quien realmente es malo saben que no hay mejor coartada que el aspecto casual de los actos. “Hazlo de tal forma que parezca un accidente”. ¿Te suena? Hay otra coartada paralela, “...que parezca un suicidio”, como pensó la Inteligencia de Cristina Kirchner con Nisman, o las “fuentes antiterroristas” de Iñaki Gabilondo con el 11-M. En las operaciones de Falsa Bandera (algo así como el Paraíso Fiscal de la Maldad) se combinan ambas: suicidios accidentales y accidentes suicidas. Pero no hay que irse al Vaticano para ver un cura: en el día a día de este mundo es fácil ver a malos del mismo grado supremo de maldad, en la oficina, en la cola del supermercado, en el hall de un hotel… son agentes de seguros, blogueros, taxistas… hombres, mujeres... Hay de todo. En las postrimerías de nuestra historia es fácil identificarlos: son más numerosos, más visibles, y con mayor ostentación de éxito. En términos religiosos, es el mundo del Anticristo. ¿Cómo puedes cubrirte las espaldas en el patio de una cárcel? La doctrina luciferina quiere hacernos entender que la única forma de evitar que te roben o que te maten, es robar y matar primero. Asumámoslo: los malos siempre ganan. Los mártires quizás merezcan el cielo; los santos, los altares; los caídos, la gloria… pero son los malos quienes están en La Tierra gozándola, sin límite, sin freno, sin precio, triunfando una y otra vez, sobreviviendo a todos los que asesinan, regodeándose en su impunidad. El más allá, no lo sé… pero este diablo mundo, es propiedad de los malos.
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