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21 julio, 2014

Me Gustan las Mujeres...

ibnasad.com

Por las Bravas

Me gustan las mujeres, especialmente la mía. Empezar un texto con una confesión así pondrá en alerta al Feminazismo: “Vamos a ver lo que dice este tío raro…” Y es que algo tan natural como expresar el gusto por el sexo opuesto se ha convertido en una provocación para las fuerzas fácticas de los teóricos sexuales del Ministerio de Igualdad. Basta que un hombre heterosexual se exprese como tal fuera de contextos ad hoc (como las pocilgas de la pornografía) , para ponerlo bajo sospecha de “sexismo”. Basta que un hombre diga ser eso mismo para que el establishment tiránico del género neutro, se ponga de uñas. ¿Pero qué culpa tengo yo si me gustan las mujeres más que a un tonto un lápiz? ¿Y qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo?

Me gustan las mujeres, hoy aún más que hace veinte años. Gustan más, precisamente, por haberse convertido en un bien escaso. Las mujeres que ahora tienen más de veinte y menos de treinta, conforman la primera generación adulta en crecer bajo el massive attack contra la naturaleza femenina, teledirigida por una tecnología que, tanto a hombres como a mujeres, nos está friendo de cintura para abajo. No es sólo la radiación, la química y las técnicas de una ingeniería sexual que erradica cualquier rasgo que, hace sólo veinte años, hacía distinguir a un hombre de una mujer. No se trata sólo de eso (de la técnica aplicada a la castración) sino de unas ciencias sociales volcadas en el desprecio de las diferencias sexuales: líderes políticos y referentes de éxito en dónde el género, la genitalidad, el tener peseta o pilila… no se corresponde con ninguna identidad sexual. ¿Pues qué tienen en común Hillary Clinton, Dilma Rousseff, Angela Merkel, Ana Botella, Cristina Kirchner, Pilar Rahola, Carme Chacón…? No sé qué tienen en común, pero sé lo que no tienen: nada propio de mujer se puede encontrar en estas personalidades además del nombre. Cualquiera de esas “mujeres” puede ser sustituida en el cargo por un presunto varón, y no cambiaría nada: ni la más mínima y sensible diferencia se va a encontrar entre aquel viejo mundo gobernado por hombres y este valiente mundo nuevo en donde, al menos en apariencia, quien manda lleva falda y no pantalón. Quizás a eso se reduzca todo, a una cuestión de moda y vestuario: me imagino mejor a un Mariano Rajoy travestido, que a una Christine Lagarde actuando con la dulzura de una muchacha. Veo más a un Barack Obama participando en alguna reivindicación parade a favor de los gays, que a Saénz de Santamaría poniéndose guapa para un encuentro amoroso. Visualizo con más facilidad a un futuro presidente con melena y pendiente (y barba), que a una primera dama, no ya femenina ni atractiva, sino mínimamente creíble (porque lo de Elvira Fernández yo no me lo creo). Porque no nos gobierna ningún hombre ni ninguna mujer: nos gobierna una burocracia asexuada, emasculada, anti-femenina, en donde la crueldad del peor hombre y la perfidia de la peor mujer, se aúnan para hacernos a todos iguales. Igual de pobres. Igual de feos. Igual de iguales. En vez de discutir sobre el sexo de los ángeles, deberíamos averiguar el género del Diablo: nos gobierna alguien que no es ni hombre ni mujer, sino todo lo contrario. 

Me gustan las mujeres, las que quedan, porque aún quedan y porque han sabido defenderse de ese ataque. La raza de las mujeres es la más fuerte: no tengo inconveniente en definirme como un supremacista de lo femenino. Resulta impresionante encontrar mujeres aún con ese vigor, con esa disposición para la alegría, esa contumacia frente a la vida, esa insistencia en la sonrisa, en la ternura, en la pasión. Si no fuera por esa minoría silenciosa de mujeres, este mundo sería, ya desde hace tiempo, un videojuego Resident Evil o un remake de La Noche de los Muertos Vivientes. Y es que no importan las hostilidades y los obstáculos que la belleza femenina se encuentre, ella se abre paso, como una planta capaz de florecer en el sucio callejón sin salida de una metrópolis. Porque a pesar de las Pussy Riot, las Femen y demás basura como esta (www.youtube.com/watch?v=6dynbzMlCcw ; no se pierdan los pozos de sabiduría de Beyoncé y Condoleeza Rice), todavía existen mujeres que siguen siendo eso mismo, mujeres. Mujeres con mayúscula. También en las nuevas generaciones, las más castigadas por un aparato de poder global que tiene como una de sus prioridades erradicar las desigualdades sexuales. 

Tengo bellas amistades con muchas de mis alumnas. Escucho con atención y respeto, como cualquier buen profesor que sabe que, en verdad, es el profesor quien aprende mientras finge enseñar. Estoy al tanto, de forma directa, de la vida nada fácil a la que se enfrenta una chica de veinte años cualquiera, en una sociedad occidental cualquiera, como puede ser la española. Me hago cargo de lo difícil que es aspirar a desarrollarse como persona y como mujer, con toda esa presión de los teóricos sexuales, el mundo laboral, la familia, la media, la moda… todos ellos arremolinados alrededor de una manipulación social que exige la igualdad de la mujer con un “hombre-orquesta” que hace mil cosas al mismo tiempo: soplar por la armónica, tocar los platillos y bailar el charlestón. Todo a la vez.

Me hago cargo del heroísmo femenino y lo aplaudo. Me consta el percal decepcionante que se encuentra una chica joven que busca pareja hoy en día; alguien que sencillamente quiere eso tan pasado de moda de enamorarse de un compañero y formar una familia. Veo a todos esos mequetrefes, post-universitarios que, con edad de ir a la guerra, zascandilean con camisetas estampadas con super-héroes u otras chorradas, prolongando la adolescencia hasta el abismo de su jubilación. ¿Qué rayos va a hacer una verdadera mujer con alguno de esos? Esos tipos que abundan, por ejemplo, si das un paseo por Barcelona: con bolsito de zurrón, dándoselas de moderno, con barbucha, con gafitas con cristales sin graduar, con botellín de cerveza o porrito en ristre… ¿con eso tienen que lidiar las mujeres que nos quedan? Con esos o con los tatuados y depilados ni-nis candidatos a Gandía Shore, estos más valencianos que barceloneses, pero igual de descerebrados los unos y los otros, e igual de presentes todos ellos en la uniformada sociedad española. 

Me hago cargo de la fortaleza de un sexo débil que de débil nada. Pues sólo alguien verdaderamente fuerte es capaz de levantarse por las mañanas sonriendo a tal semejante panda de babosos, de mediocres, de blandiblús que además son tus jefes, tus profesores, tus pretendientes y tus novios; y para más inri, dando lecciones de igualdad de género desde la suscripción de la revista Men´s Health. Soy consciente de que ser chica y permanecer como tal en la sociedad actual, es un acto de grandeza que merece un premio que, quizás, la vida niegue. Porque cada vez hay menos mujeres y cada vez son menos valoradas, independientemente de lo que diga el censo poblacional y las trampeadas y mentirosas cifras del Ministerio de Empleo y Seguridad Social. 

Me hago cargo de la gesta de esas mujeres y quería reconocerla aquí. Quería agradecerla. Y pedir permiso para una vulgaridad que quien tenga que entenderla, la entenderá: “¡Bravo, mujer! ¡Bravo por ti y por las bravas como tú! ¡Y ole tus cojones!”


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