Ibn Asad
Un lector me comentaba después de la lectura de El Hijo de León: "Tú debes de ser rico. Estoy seguro." Y yo le pregunté: "¿Por qué?". A lo que me respondió: "Porque a los pobres no les preocupa el fin del mundo sino llegar a fin de mes." A pesar de la sabiduría que demuestran estas palabras, este viejo lector se equivoca en dos cosas: 1) No soy rico (al menos, no, en dinero); y 2) Lo cierto es que yo nunca he abordado una cuestión parecida a un "Fin del Mundo", porque no tengo cualificación desde mi contexto iniciático. A nivel personal, según la reflexión de este hombre, debo de ser también "pobre" de espíritu, porque la cuestión del "Fin del Mundo" desde una perspectiva religiosa -digamos judeocristiana- me resulta irrelevante. No me interesa eso. Tampoco me preocupa.
Lo que sí que he tratado extensamente en ese libro (supongo que este amigo se refería a eso) es algo muy diferente y que no tiene ninguna relación con lo que vulgarmente se llama "religión". Me refiero al fin, sí, pero al fin de una humanidad (nuestra humanidad, humanidad no como animal, no como especie biológica, sino como paradigma existencial). El fin de una humanidad que solapa el comienzo de otra, no tanto a modo de telón teatral que caerá en el futuro para separar los actos, sino como un proceso de transformación del que -ya; sí, sí, sí: ¡ya!- formamos parte. ¿Lo dudan? ¿De veras se imaginan en 2035 haciendo esto que están
haciendo, pensando eso que están pensando, creyendo en esto que están creyendo? Permítanme ser yo el que lo dude.
Para que un mundo llegue a su fin, damos por sentado que tuvo que tener comienzo. En el caso del Universo, desde una perspectiva de alto conocimiento (no me refiero a la Astrofísica), el principio y el fin del mundo están aún por ver. Como todos los grandes enfrentamientos filosóficos de la modernidad, la oposición entre Creacionismo y Evolucionismo se fundamenta en el denominador común del error mutuo que, como tesis y antítesis, no deja ver la tercera vía que siempre estuvo ahí: la síntesis que demuestra que ni toda religión habla de "creación" ni toda ciencia habla de "evolución". Aún hoy se habla del Parinama-Vada, el conocimiento del Parinama (palabra que los religiosos traducen como "creación" y los científicos como "evolución" sin ser ni una cosa ni otra). La reserva donde esa cosmovisión ha sobrevivido es la Tradición Indoaria; supongo que por puro capricho histórico, casualidades del tiempo, coincidencias del espacio. Digo esto porque no tengo ningún interés en convertir a nadie al hinduismo sin yo serlo, ni vender ninguna figurita de Buddha o estampita de Krshna. Lo que hago es afirmar que esa cosmovisión existe y que sigue existiendo, y señalo cuándo y dónde está. El Hijo del León, va sobre eso: no sobre el "Fin del Mundo", sino sobre la transformación del ser humano. Y sí, esa transformación pasa por el fin del ser humano que soy y eres, y el advenimiento de un humano que será y que (he aquí la parte subjetiva y muy discutible de mi tesis) ni tú ni yo sobreviviremos para ser.
¿Por qué no sobreviviremos? Pues también lo abordo en el libro. ¿Hay guerras? Sí, las hay y las habrá. Terribles. ¿Hay crisis de todo tipo? Sí, las hay y las habrá. Fíjate en ellas ¿Hay enfermedad, crueldad, miseria? Sí, claro, hay y seguirá habiendo, cada vez con más virulencia. Pero no identifico a nada de esto como el agente exterminador principal que arrasará lo que, para bien y para mal, ahora somos. Es la escalada tecnológica orientada a la transformación radical del ser humano lo que acabará con él desde nuestra perspectiva, lo inaugurará desde la perspectiva venidera, y lo "mejorará" desde el credo transhumanista. Y esa es la palabra clave: Transhumanismo. He hablado sobre esto desde 2005 y creo que no lo hice bien. Cuando se dice Transhumanismo se piensa en ciborgs, robots, Blade Runner, Hollywood, Terminator, Hasta la vista, baby... Quizás esa sea la parte más llamativa y espectacular de una realidad ya presente (¿Quieren verla? Pulsen aquí.) Pero la cara más potente y amenazante de este Transhumanismo no tiene que ver tanto con organizaciones o proyectos particulares, sino con un giro de paradigma cultural ya realizado allá por 2001, que coloca al ser humano como elemento pasivo y dependiente de una tecnología que promete dar lo que más de veinte siglos de Cristianismo no han conseguido salvo en forma de promesa para un futuro trazado por una Escatología que falla más que una escopeta de feria. A propósito de lo que dice mi lector amigo, si yo fuera rico me interesaría muchísimo más por la moto que me puede vender Ray Kurzweil, que por el que vende esos tochos de libro que corta tan rápido el rollito de los millonarios con aquel "...es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el Reino de los Cielos."
Es eso, esto (esta tecnología de la que dependemos), la que acabará con nosotros, silenciosamente, sin que nadie diga nada, salvo en algún blog marginal para gente rara. Piénsenlo. Yo les escribo estas líneas desde mi Mac y se lo envío desde mi navegador Tor (para que la policía del pensamiento cibernético no me siga la pista). Mientras lo piensan, pueden compartirlo por Facebook, pueden enviárselo por Whatsapp a los amigos vituales, pueden twittearlo con "seguidores" que nunca han visto... Mientran lo discuten aquí en el blog, aquí en la web, aquí en internet, no importa que accedan a ello por Windows, Android o Linux... quizás lleguemos a una conclusión a la que yo llegué con el viaje narrado en El Hijo del León: estamos vaticinando un fin que ya fue.
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