Ferran C. Vidal
De la Isla de Avalón al Monte de Sión (3)
No queremos analizar los sucedido desde la premisa fácil, excluyente y exculpatoria que venimos observando de «traidores y traicionados» o «eurosionistas y social-patriotas», en tanto para nosotros son distintas manifestaciones de un mismo unívoco error natural. Reiteramos nuestro abordaje metagenérico y la relación de causa-efecto de los hechos. Ni los éxitos ni las desgracias obedecen solamente a las causas naturales, sino a una prevaricación, abandono o ignorancia de los elementos y formas sagradas. Entendemos el fracaso de la nueva derecha como una consecuencia natural de su mentalidad materialista. Ahí donde otros hablan de defraudación, nosotros no vemos más que un aquelarre familiar. Reza la Tradición que cuando una luz nace, otra declina. El perpetuo incendiario contra el Islam en los grupos de la Nouvelle Drete, es un oprobio que en lugar de aniquilarlo lo alimenta. Este desprecio y condena al mundo musulmán no se nos traza un combate, sino una huida, el camino más directo a seguir consagrados en la disolución del mundo en que vivimos, una actitud ensimismada en rechazar justamente al más necesario aliado de todo el orbe. Tal es el resultado de que estos partidos vivan más pendientes de las acciones exteriores que de la realización interior. La obsesión por las formas de poder, las conquistas políticas o las victorias sociales, son ciertamente el rasgo más común de aquellos hombres más determinados por el mundo de la acción utilitaria e inmediata. Este frenesí de acción conlleva a que estos individuos, preocupados en exceso por crear partidos o asociaciones, pasen más tiempo montando y desmantelando grupos en una interminable cadena sin límite ni freno, que al no tolerar objeciones de carácter axiológico, no sabe salir de la esclavitud de las condiciones cambiantes y efímeras del tiempo y espacio en el que está sumido.
Contrariamente, el mundo tradicional enseña que acción y conocimiento son dos facultades fundamentales del hombre posibles de reintegrar y superar en sus dominios respectivos del límite humano. Tener lo universal como conocimiento y el conocimiento como liberación. La acción como espíritu y el espíritu como acción, tales son los ideales esenciales de la vida ascética. Pero suscribiendo las palabras de Evola: «Para este tipo de hombre de acción el Ser es rechazado. Para vivir bien debe actuar, agitarse, aturdirse de algún modo. Sólo se conoce aquello que se hace». Un ejemplo de como en estos grupos «identitarios» los asuntos de decreto y legalismo precian antes que la búsqueda de estados superiores, lo acreditamos en su superación de los viejos tropismos de los chovinismos nacionales y caída a un nuevo tipo de misma esencia egótica, que para darle una definición viable podríamos denominar como «chovinismo europeo». Todo desinterés o abandono por el conocimiento es un sostén que hace reinar la confusión. Vano es el esfuerzo y profuso trabajo de divulgación que tales grupos, partidos y asociaciones «identitarias» hacen mediante conferencias o ediciones de revistas y libros, cuando no se cree sinceramente en su contenido, existe una incomprensión manifiesta, o lo que es peor, son sujetas a un proceso de manipulación. Observamos esta negligencia espiritual de los circunscritos en su obsesión por un paganismo que entiende toda
concepción solar en un sentido naturalista, a lo más geoastronómico, y no en su esfera metafísica universal que tiende al equilibrio y rectitud del individuo y del Imperio. Es una religión meramente colectiva y panteísta, cuya filiciación y ritos en lugar de representar estados, fuerzas y posibilidades, se satisfacen normalmente en el fetichismo de una estética y pasión determinada. Es este preciso entendimiento telúrico el que ha llevado a que dichos «identitarios» rechacen el Islam con el argumento baldío de ser una «religión del desierto», cuando ninguna tradición tiene determinismos geográficos ni temporales, sino que está siempre subyacente y actualizable en cualquier rincón del mundo. Surge también el interrogante en cuanto al interés y respeto que suscitan los descritos por el mazdeísmo, una religión también ''nacida en el desierto''.
concepción solar en un sentido naturalista, a lo más geoastronómico, y no en su esfera metafísica universal que tiende al equilibrio y rectitud del individuo y del Imperio. Es una religión meramente colectiva y panteísta, cuya filiciación y ritos en lugar de representar estados, fuerzas y posibilidades, se satisfacen normalmente en el fetichismo de una estética y pasión determinada. Es este preciso entendimiento telúrico el que ha llevado a que dichos «identitarios» rechacen el Islam con el argumento baldío de ser una «religión del desierto», cuando ninguna tradición tiene determinismos geográficos ni temporales, sino que está siempre subyacente y actualizable en cualquier rincón del mundo. Surge también el interrogante en cuanto al interés y respeto que suscitan los descritos por el mazdeísmo, una religión también ''nacida en el desierto''.
Lo propio atribuye sobre su obcecación con las mezquitas. No acontece que estos representantes, defensores del «arte y la belleza» y los «valores europeos», se hayan manifestado nunca contra aberraciones de arquitectura como la Torre Agbar, el museo Guggenheim o la Ciudad de las Artes y Ciencias, por citar algunos ejemplos de la última década de nuestro país. Nosotros, sin embargo, nada tenemos contra el arte excelso de las mezquitas que, aunque bajo formas geométricas, conserva todo su espíritu sagrado y tradicional. Y aún obviando esta flagrante incongruencia, y tomando por honestas sus manifestaciones culturales, tampoco apreciamos en éstas más que una exaltación del arte y la erudición que, desligada de los elementos trascendentes y metafísicos, se contenta en buscar en la antigüedad algún supuesto romanticismo y no sus rasgos clásicos. Igualmente, entendemos cuanto menos cínico, que mientras dichos enrolados hablan y divulgan «la belleza y los valores europeos», la mayoría de sus agregados y simpatizantes escuchen música rock cosmopolita, perfectamente extranjera, alienante y embrutecedora, acorde a la degeneración de nuestro mundo envolvente occidental. Dicha música cuenta con la propaganda de sus centros y publicaciones, producción, distribución y venta de discos, y promoción de eventos en directo. Tampoco aquí hay contradicciones, en tanto las formas de agitación por el mundo de la acción encuentran su identidad con las músicas sincopadas y extáticas. Notamos, además, una suerte de consenso y unanimidad en estos grupos en restar importancia a esta nociva expresión musical. Es desalentador que el comunismo haya tenido una mejor comprensión al respecto:
«La mejor y la más rápida manera de socavar cualquier sociedad es a través de su música». Lenin Para el mundo de la Tradición, la música, como cualquier arte, debe tener un carácter sagrado y evitar que sea profanado: «Al que toca un instrumento con arte y sabiduría, [el instrumento] le enseñará tales cosas como la gracia de la mente; pero para el que cuestiona su instrumento ignorante y violentamente, sólo perorará». Himnos Homéricos, IV, 483
«La música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo». Platón
«Cuando la música de una sociedad cambia, la sociedad completa cambia». Platón
«Cuando la música cambia, debería haber leyes que gobernaran la naturaleza y el carácter de esa música». Aristóteles
«El arte, desprovisto de su tipología sobrenatural, fracasa en su esencia artística e inherente». Gerhardt Hauptmann
Estamos obligados, asimismo, a denunciar el uso indebido y reiterado de las enseñanzas de la Tradición que venimos advirtiendo ejercen tales colectivos de derecha. Así lo apreciamos con «identitarios» y «neoderechistas» islamófobos como Robert Steuckers o Jean Parvulesco, quienes por ignorancia, ''malas artes'' o estrategias, politizan y mancillan las enseñanzas de la Tradición sin atisbo de bochorno.Y de acuerdo a la multiplicidad de estos partidos, que pese a su pretensión homogénea se desenvuelve la heterogeneidad, también topamos con identitarios con fobias a lo metafísico como Charles Doulfour, quien censura todo acercamiento o comprensión hacia este ámbito. Someramente, este tipo de hombre, ya sienta interés o repudio por los asuntos de la Tradición, se encuentra tan apegado a la vida, al ligazón humano, al estallido de la diversidad y al mundo de la confusión y lo instintivo, que está impedido a comprender dicho Conocimiento y, por consiguiente, a poseer la ''gloria''. Pedimos, ante lo referido, dejen de parafrasear a Evola y tergiversar las enseñanzas de la Tradición en general según quiera su veleta y estilo tornasol.
En mayor concreción a tal usurpación, lamentamos convenientemente, en este caso, exclusivo al tradicionalismo de Evola, algunos estén afirmando que la religión islámica no es una religión tradicional, ni sirve para la Vía de acción, por ser ésta lunar y contemplativa. Nos gustaría recordar, en nombre y honor del genio intérprete italiano, que Evola jamás dijo tales afirmaciones, sino que defendió el Islam como una religión mucho más tradicional que el cristianismo: «La única forma de ascesis concebida por el Islam de los orígenes fue la de la acción». Julius Evola
«El elemento central constituido por la ley y la tradición, en tanto que fuerzas formadoras, encuentra en el Islam una materia mucho más pura, más noble y la impronta del espíritu guerrero». Julius Evola
«El Islam es un claro ejemplo de un sistema que, aunque incluyendo un dominio estrictamente teista reconoce una verdad y una vía de realización más elevadas, los elementos emociales y devocionales, el amor y todo lo demás pierden aquí todo significado "moral" y todo valor intrínseco y adquiere solamente la de una técnica entre otras». Julius Evola
«En la tradición islámica se distinguen dos guerras santas: la "gran guerra santa" (Jihadol Akbar) y la "pequeña guerra santa" (Jinadul Acghar). La "gran guerra santa" es sin embargo, a la "pequeña guerra santa", lo que el alma es al cuerpo, y es fundamental, para comprender el ascesis heroico o "vía de la acción", el comprender la situación donde las dos caras se confunden, la "pequeña guerra santa", se vuelve el medio por el cual se realiza una "gran guerra santa" y, viceversa, la "pequeña guerra santa" -la guerra exterior- convirtiéndose casi en acción ritual que expresa y atestigua la realización de la primera. En efecto, el islam ortodoxo no concibe en el origen más que una sola forma de ascesis: la que se relaciona precisamente el Jihad, a la "guerra santa». Julius Evola
Vemos, pues, en el Islam, una representación de los valores de la vía sacra y heroica, anagónica a las cosmogonías mazdeístas, nórdicas o aztecas, que nos permite superar nuestras limitaciones y actuar como guerreros que obran según los designios solares de Alá. No sin razón existen grandes analogías entre Alá y Aurha Mazda, teniendo en cuenta que la religión islámica emana principalmente de su antecesora persa mazdeísta. La doble Guerra Santa del Islam está adecuadamente contemplada en el hinduismo y en el catolicismo a través del mito de San Jorge y el dragón. En tanto a la falacia del machismo del Islam, que ha concitado también ecos en los «identitarios», subrayaremos que existe en éste, además de una coincidentia oppositorum de igualdad del hombre y la mujer desde la diferencia, perfectamente tradicional, una metafísica del sexo que tiene a bien Evola a desgranar: «Existe en el Islam una metafísica sexual del hombre y la mujer completamente idéntica a la que tenían los Caballeros del Amor o los Fideli d’Amore, una ritualización de la sexualidad conforme a una conciencia superior. La idea del amor en el Islam es una fuerza que mata al yo individual para renacer el Yo Superior». Sirva, entre otras, la obra árabe ‘El Collar de la Paloma’de Ibn Hazm, como ejemplo de lo descrito. Otra acusación que no acierta en el ojo de la diana, defendida por tales condiscípulos, es tomar por falsa la religión islámica por ser «monoteísta y nacida del judaísmo». Cabe decir a propósito de lo primero, que la idea inversa es la verdadera. Remitiremos al respecto las llanas y concisas palabras de René Guénon: «Es así que podemos decir que, contrariamente a la opinión corriente, jamás ha habido en ninguna parte doctrina ninguna realmente «politeísta», es decir, admitiendo una pluralidad de principios absoluta e irreductible. Ese «pluralismo» no es posible más que como una desviación resultante de la ignorancia y de la incomprensión de las masas, de su tendencia a vincularse exclusivamente a la multiplicidad de lo manifestado: De ahí la «idolatría» bajo todas sus formas, que nace de la confusión del símbolo en sí mismo con lo que está destinado a expresar, y la personificación de los atributos divinos considerados como otros tantos seres independientes, lo que es el único origen de un «politeísmo» de hecho. Esta tendencia va por lo demás acentuándose a medida que se avanza en el desarrollo del ciclo de la manifestación, porque ese desarrollo mismo es un descenso a la multiplicidad, y en razón del oscurecimiento espiritual que le acompaña inevitablemente». René Guénon Sobre el origen y nacimiento del Islam, resaltaremos el tronco metafísico común que comparte con la tradición primordial, anterior y superior a toda tradición particular. Nuevamente es Evola quien confronta que «la religión islámica es independiente del judaísmo y del cristianismo por su relación directa con la Tradición primordial». Y añade: «Si el Islam se considera como una ''religión de Abraham'', por ser éste en el Corán el fundador del centro de la Kaaba, esta tradición esotérica tiene, sin embargo, orígenes lejanos preislámicos tan remotos que son difíciles de determinar». Igualmente atávica es la enigmática figura islámica del Khidr, correspondiente entre otros mitos al céltico «Green Man», a la Santa Compaña astur-galega o al Espíritu Santo cristiano. En la tradición hermética encontramos una mención del mito de la piedra Kaaba o 'piedra oculta':
«Visita inferiora terrae, rectificando invenies occultum lapidem» (Visita las [partes] inferiores de la tierra, [y] rectificando encontrarás la piedra oculta). La «piedra oculta» es considerada en el hermetismo como una Veram medicinam (verdadera medicina), idéntica al 'ámrta' védico, alimento o pócima de la inmortalidad, o al 'hidromiel' o 'manzanas doradas' del árbol sagrado Yggdrasil de la tradición nórdica. Incide Evola, en tanto a la sustancia y carácter de piedra angular de la piedra Kaaba: «El simbolismo de las ''piedras divinas'' o ''piedras caídas del cielo'' ha tenido una gran importancia en todas partes donde se creó en la antigüedad un centro tradicional: desde el Omphalos de Delfos a la ''piedra del destino'' –Lia Gsil- de las antiguas tradiciones británicas, a los 'Ancilia', confeccionados en la Roma antigua con piedras caídas del cielo, cuyo significado era de instrumento de soberanía, Pignus Imperii, hasta el Grial que, según la tradición que nos ha conservado Wolfram von Eschenbach, es igualmente una piedra caída del cielo». Julius Evola Siguiendo nuestro estudio metafísico, el Sol, como ya indicamos, es el símbolo por excelencia del Principio Divino de la religión islámica, el Principio Uno (Allahn Ahd), el Fuego Ígneo o Ser Necesario, el Único que se basta a sí mismo en su Absoluta plenitud (Allahn Es-Samad) y de quien depende totalmente nuestra existencia y toda subsistencia de todas las cosas, que fuera de Él no serían sino nada. Un 'Eje Cósmico' o arché, símil en su equivalencia a 'Budha', que significa en sánscrito ''Sabiduría'' o ''Iluminación'', al propio 'Athánatos' griego, como a diferentes símbolos de la inmortalidad o fuego eterno representados en los mitos nórdicos. La solaridad de Alá implica una noción fundamental de lo Absoluto, pareja al Atmá y Brahma védicos, el uno y el todo, sat y asat, -ser y no ser-. Hallamos esta espiritualidad, tanto en el Islam iraní y, aunque con sus propias estructuras y fuerzas particulares, también en el Islam árabe y asiático. Hemos desbrozado que la religión islámica, igual que el zoroastrismo, no tiene imágenes. Las pocas representaciones existentes del mazdeísmo que hay en Ormuz nunca fueron consideradas como ídolos, sino como símbolos. Gran cantidad de persas se convirtieron a la fe de Alá, ya que no era extraña para ellos, y los que no lo hicieron, los musulmanes les dejaron profesar libremente su religión mazdeísta, considerándolos ''gentes del libro''. Este hecho ilumina el claro entendimiento que tenían los musulmanes acerca del monoteísmo mazdeísta, tantas veces malinterpretado por el contexto exotérico como una religión dualista o di-teísta. Las diferencias que existen entre el mazdeísmo y el Islam no difieren a las que puedan encontrarse entre el mitraísmo y el cristianismo. También es interesante reseñar que cuando los mongoles invadieron y conquistaron vastas partes del califato islámico, en vez de destruir la religión, la adoptaron, probablemente el único caso en la historia donde los conquistadores se convierten a la religión de los conquistados. La ciencia en el Islam está igualmente al servicio de la divinidad y su vía sacra de lo sintético, macrocósmico y cualitativo. En el fundamento del Imperio islámico, el Califa cumple la doble función regia tradicional de potestad divina en la tierra. La Meca es, antes que una sede material, un centro espiritual, completamente análogo al Agartha de la tradición oriental, a las islas de Avalon, Thule, Ogigia o al Monte Olimpo, el lugar donde irradia la Tradición, la estancia del Rey del Mundo. La inmortalidad en el Islam preserva el carácter tradicional de victoria guerrera. Leemos en la tradición islámica que «los guerreros muertos en combate no están verdaderamente muertos», y en otro versículo coránico: «No llaméis muertos a los que cayeron en la vía de Dios; no, por el contrario ellos viven, aunque no lo percibáis». Otro hadith advierte que «aquel que no sea buen musulmán no olerá el aire del paraíso». Uno de los elementos clave de la teología islámica y tema favorito en sus grabados es el 'Viaje Final de Mahoma'. En un manuscrito del siglo XV, conservado actualmente en el Museo Británico, se muestra una cabalgada extracorpórea donde el profeta aparece montando el mágico corcel Buraq en un carro de fuego, sobrevolando la Meca y ascendiendo hacia el cielo. Esta inmortalidad del hombre o encuentro con el Eterno está apropiadamente representada en el escrito sufí 'Vuelo en el Amor' de Saadi Shirazi, un relato sobre el ascenso hacia la Luz tras la muerte.
Como se yergue, son múltiples y diversos los elementos tradicionales inherentes al Islam. Podríamos mencionar otros tantos, pero eso excedería nuestros límites de un estudio esotérico sobre islamismo. Hemos querido, simplemente, evidenciar el absurdo del escarnio antislámico por parte de tales facciones políticas. Reputamos, contrariamente, la islamófobia como algo propio del comunismo, que restringía la práctica y enseñanza de las religiones. Insistimos en que tales prejuicios y confusiones son fruto de una desidia por el Conocimiento, que ignora que toda acción está subordinada a otras realidades superiores como el logos, la razón y la Verdad. Cuando el entendimiento de la vida se concentra antes en lo existencial que en lo esencial, se termina inmerso en la finitud temporal, en el mundo de lo accidental y cuantitativo, y el hombre naufraga en la vorágine del devenir. Repudiar la verdad implica necesariamente rechazar los valores de Justicia. Es previsible, por tanto, que dichos partidos, al acecho de lo útil, lo proficuo, fútil y ventajista, facultades siempre propensas al vicio antes que la virtud, hayan encontrado el Sur buscando el Norte. No es su mapa o brújula el equivocado, sino su orientación de espíritu. No hay nada anómalo: la ''isla estable'' no puede ser encontrada por aquellos hombres de espíritu agitado dominados por el mundo de la acción. Sabiamente advierte Lao-Tzé que el hombre designado a las funciones de la soberanía difiere del hombre común por albergar en su interior un «principio de estabilidad y de calma y no de agitación», «lleva en sí la eternidad y no la sed de inmediatez de actos».
Coincidiendo, concebimos a los movimientos «identitarios» actuando como Prometeo, quien usurpa el fuego celeste en provecho de razas solamente humanas; como Faetón, que no sabe conducir los caballos y el carro y se precipita en el Erídano; como el caballero que no puede sostener la espada sin romperse, o que no formula la pregunta ante los dominios del grial; como aquellos que queriendo ser ungidos por el flujo solar de las tierras de oro y luz, se han postrado deslumbrados ante el becerro de oro. Hombres que, autoengañados en alcanzar la región invencible han terminado en la tierra de los derrotados, pues tal es su naturaleza. Su pretendida acción de vida hacia lo sacro se nos muestra claramente como una máscara de ateísmo, que conduce, en lugar de un ascenso a lo divino, un descenso al Templo de Mammón. Una entrada en los infiernos que implica un contrato irrevocable con el diablo que conlleva finalmente a la extinción. Hombres que en su ingenuidad han subido voluntarios al cadalso para ser sacrificados como infantes ante Moloch. Huelga emular frente a ello las sabias palabras del Evangelio: «No se puede adorar a Dios y a Mamón al mismo tiempo» (Mateo 6, 24).
Asimismo, queremos presagiar que todas las escisiones y formaciones de nuevos partidos con que se salden estas agrupaciones, serán ociosas si no saben substraerse de su mentalidad materialista, y volverán a recaer en el engaño y en la pertinencia de infiltrados a su derredor. No puede haber luz en quien prefiere vivir en las tinieblas. La cuestión cobra aquí mayor importancia, precisando a su prole implícita de nacionalsocialistas, supuestos enjudiosos estudiantes de análisis de fenotipos y genotipos, el hecho de que se introduzcan judíos en sus filas cuando así les place, con evidentes apellidos asquenazíes -que no habrán pasado por alto a nuestro atento observador-, y que incluso ocupen cargos principales dentro del partido. Esta insuficiente extensión y competencia, junto a las anteriormente indicadas, hacen digno aventurar la desautorización de dichos adherentes al nazismo en su función. Tampoco compartimos el entusiasmo «identitario» por Euroasia. Bien es cierto que Rusia no es Asia, pero tampoco Europa, sino un pueblo diferente. Ni Pedro el Grande, ni los Romanov consiguieron germanizar o cambiar al pueblo ruso. La verdadera Rusia no es la de Tolstoi, sino la de Dostoievsky. Rescatando las acotaciones de Teófilo, «Rusia es la Tercera Roma, contrapuesta a la de Roma y a la de Bizancio, y no puede haber una cuarta». La nación rusa ha encontrado, en su límite, en el bolchevismo, la mejor herramienta para su afán devastador contra la cultura europea. Ya sea cristiana, eslavófila, paneslava o comunista, confluye siempre en el ruso el mismo imperativo interno de destruir todo lo que siente que constriñe su alma y el anhelo de rusificar el mundo. Suscribimos las opiniones de Evola y Parker Yockey al respecto: «Rusia no es más que la tierra donde la revolución mundial del Cuarto Estado ha triunfado y está organizada para extenderse ulteriormente. El pueblo ruso se ha caracterizado siempre por una mística de la colectividad, al mismo tiempo que por un confuso impulso mesiánico: se ha considerado como el pueblo teóforo -portador de Dios- predestinado a una obra de redención universal». Julius Evola
«Rusia detesta la cultura Occidental, su civilización, sus naciones, sus artes, sus formas estatales, sus ideas, sus religiones, sus ciudades, su tecnología. Este odio es natural y orgánico, ya que su población reside fuera del organismo occidental y todo lo que es occidental es, por lógica consecuencia, hostil y mortal para el alma rusa. […]
Rusia no es el portador de utópicas esperanzas para Europa y quienquiera que lo crea es un idiota cultural». Francis Parkey Yockey El auge del comunismo como segunda fuerza en Rusia durante las pasadas elecciones del país, verifica lo que decimos. Aprovechamos la ocasión y ánimo para condenar los excesos practicados por el megalómano Vladimir Putin contra el pueblo checheno y su loable lucha sármata.
Finalizaremos diciendo que sabemos que los «identitarios» confunden la abstracción con la metafísica, el sincretismo con la síntesis, lo universal con lo internacional, la unidad con lo cosmopolita y la ascesis con la inacción. Ante semejante desatino, poco podemos hacer nosotros, más que ver en ello una consecuencia natural de quienes aún leyendo a Evola no saben comprenderle, algo lógico y entendible, ya que el intérprete italiano nunca habló para las masas, sino para las élites. Nuestro intento y tentativa consuma sin discernir en la lucha identitaria más que un mero sentido social y humano, abanderado por individuos que señalan el norte mientras viven desnortados, que predican una «identidad» sin conocerse a sí mismos, que hablan de la verdad antes que ésta les haya hablado a ellos. Hombres que, en última instancia, por diestros en materia y siniestros en espíritu, están impedidos a hacer las cosas a derechas y carecen por tanto de «derecho». De ahí nuestra indignación a que ostenten un título que no les corresponde. Como sentencian los textos indoarios del Nitisara: «Sólo es digno de gobernar, aquel cuya alma está hecha para esto».
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