Apoliteia y Palingénesis vs Acción Política
Para el mundo de la Tradición la vida es una posibilidad a estados superiores, y su vía de acción es, más que un deber político, un deber espiritual. Así, el hombre tradicional debe rechazar cualquier forma actual de política. Esta Apoliteia no implica, sin embargo, la completa abstención de toda actividad socio-política. El hombre apolítico, es decir, un ''aristócrata espiritual'' o ''genio de la estirpe'', debe siempre distanciarse de todos los valores y formas de la sociedad moderna y focalizar la batalla dentro de sí mismo, más allá del poder inmediato de la política. Esto es lo que distingue al hombre diferenciado del hombre de acción moderna, tan bien descrito por Antonio Medrano: «Para el hombre moderno activista, no sólo importa más actuar que pensar o conocer, sino que la acción constituye la finalidad de todo el pensamiento, la prueba y garantía de lo que se entiende por veracidad. No es la búsqueda de la verdad lo que justifica el pensar, sino el hacer y obrar: el pensamiento que no se resuelva en acción es un pensamiento que no interesa. […] Llevada a los extremos, la acción se convierte en una auténtica droga, que no sólo crea adicción, atenazando la voluntad del individuo, sino que obnubila su conciencia, anula sus potencias superiores de percepción y raciocinio, deforma su visión de las cosas y le priva, por tanto, de libertad y autonomía». Antonio Medrano
Más que crear ''nuevas'' formas, es preciso restaurar las mismas. No hay revolución sin eternidad, y ésta debe ser impulsada por las élites y no por las masas, entendiendo el término revolución como una reordenación del caos, una reintegración cósmica de los manifestado a su Unidad principial. Toda civilización superior debe actuar en su existencia temporal como sustento e inspiración de principios que provienen de la Tradición. Esta restauración pasa en el individuo por un proceso espiritual o Palingénesis y una mentalidad de Apoliteia, que, exenta de acción política, debe obrar fines únicamente metapolíticos. Cabe desechar, por tanto, toda participación en la vida política y sus formas de activismo, así como el electoralismo o cualquier expresión de modernismo de la democracia liberal. La idea que el Estado extrae su origen del demos es una perversión ideológica típica del mundo moderno.
Esta edad crepuscular, entendida para el hombre tradicional como un tiempo de Interregnum, puede de algún modo despertar la grandeza espiritual de aquello que entendemos por Nación. Queremos recordar, siguiendo las anotaciones de Evola, a que nos referimos cuando hablamos de Nación: «El Estado no es la estructura organizativa de la Nación, sino la encarnación del Orden, y la ''nación'' no tiene valor, mientras es la noción de Imperium la que sitúa en el centro de esta doctrina del Estado». Julius Evola
Toda forma de Imperio tiene que ser sagrada para que pueda prosperar, y el conjunto de sus
constituyentes, antes que estructurar grupos sociales debe regirse según castas que definan funciones y modos típicos de ser y de actuar. Dichos conceptos son la inseparable corteza y núcleo de la integración total del Estado, como juzga con buen tino el intérprete italiano: «Mientras el Estado no pueda resurgir de entre las ruinas en su verdadera forma orgánica y jerárquica, toda voluntad, esfuerzo y convicción de cualquier partido o movimiento será en vano». Julius Evola
constituyentes, antes que estructurar grupos sociales debe regirse según castas que definan funciones y modos típicos de ser y de actuar. Dichos conceptos son la inseparable corteza y núcleo de la integración total del Estado, como juzga con buen tino el intérprete italiano: «Mientras el Estado no pueda resurgir de entre las ruinas en su verdadera forma orgánica y jerárquica, toda voluntad, esfuerzo y convicción de cualquier partido o movimiento será en vano». Julius Evola
Los individuos, más que meros hombres de un imperio deben ser hombres imperiales. Aquellos capaces de alumbrar en ellos mismos el fuego sobrenatural y erigirse más allá de la simple individualidad humana. Hombres que enciendan el espíritu ígneo del guerrero, no sólo en el plano militar, sino también en el metafísico. Sólo mediante la Palingénesis espiritual o Imperium Internum es posible restaurar el Orden de la civilización. Para lograr este efecto, como decimos, la vía de acción externa debe mantenerse en recia Apoliteia. Este pensamiento apolítico es asimismo explicado en la obra 'Waldgang' de Ernst Jünger: «Ante la deriva y hundimiento de la era moderna, basada en el reduccionismo, racionalismo, socialismo y mecanicismo, sin ningún tipo de cultura ni carácter superior, se hace indispensable mantenerse en la libertad individual mientras acontence el hundimiento, esto es, ''permanecer en el bosque''». Ernst Jünger Es preciso ver el bosque de Jünger como el símbolo de Ser supratemporal, el Templo, el lecho de la verdad tradicional de aquellos hombres nobles que resisten la corrupción moral del Interregnum. 'Waldgang' remite igualmente al Rey de los Bosques de Nemi, al Rex Nemorensis y a los Aranyakas (los ermitaños del bosque) de la tradición védica. Ante las ''fuerzas demoníacas'' de nuestra civilización, el hombre diferenciado debe reafirmarse como individuo y activar las potencias de su Ser. No se trata de regresar al mito, sino de reintegrase en él. Evitar ser aplastado por la Rueda del Mundo, girando dentro de ella sin perder su ritmo y respetando su Centro, mientras el colapso, declive y disolución de nuestra era continúa. Una tensión decisiva que sublime la liberación interior y la reintegración en forma activa y combativa. Para conseguir realmente una victoria deben reencontrarse en acto unido el ''descenso'' y el ''ascenso'', donde el espíritu confluye idénticamente a su emanación. Actuar según la ascesis e iniciarse en cada acto, pues como recuerda Evola: «Hoy, precisamente, sólo cuenta el trabajo de aquel que sabe mantenerse firme en sus principios, inaccesible a toda concesión, indiferente a las fiebres, a las convulsiones y a las adulteraciones, al ritmo de las cuales danzan las últimas generaciones». Julius Evola
Somos conscientes de cuán extraño y prescindible suena todo esto para el hombre de acción moderna, siempre propenso a no escuchar y a cerrase mentalmente a todo aquello que no comprende o no resulta de su agrado. Por eso, cuando oímos decir a los citados que «no tenemos los pies en la tierra», que «estamos en las nubes» o que «somos unos iluminados», no podemos estar más de acuerdo, en tanto estas afirmaciones han tenido siempre una sagrada veneración que, ni para el mundo antiguo ni para nosotros conocen el sentido peyorativo que la edad moderna les otorga en su profano análisis racionalista. Contrariamente, las consideramos todo un halago y un reconocimiento a nuestra línea de obra y pensamiento. Ciertamente el hombre tradicional no vive en esa clase de realidad sino en un realismo trascendente.
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