Esclava de la autoimagen y sumisa a los patrones del papier couché,
Letizia opta por el look “promesa de cama”.
nomoriridiota.blogspot.com
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La reina de España, casada y con dos niñas, en visita oficial al Monasterio de San Millán, en La Rioja con pantalón de cuero y sandalias de “ama”.
Letizia y sus tacones
La moda tiene la fantástica capacidad de convertir en normal, luego aceptable, comportamientos completamente locos y perjudiciales para nuestra imagen y nuestra salud, simplemente porque ese hecho, a veces completamente absurdo, se ha vuelto habitual, común. La moda es, pues, un tipo de magia negra puesto que abduce a las personas para que hagan cosas que les perjudican,
La historia del traje es fascinante, porque no es sólo moda, sino que tiene, sobre todo, una dimensión psicológica a nivel individual, sociológica a nivel histórico y antropológica a nivel de civilización, como nos cuenta el espléndido Museo del Traje de Madrid. -En este artículo narro el origen y significado del zapato de tacón occidental que es, nada menos, que la versión cristiana del pie vendado chino.-
La lectura que yo hago de las sandalias de ama sado-maso en su visita oficial al Monasterio de San Millán, es que Letizia, aparte de someterse ciegamente a los dictámenes de Zara (dicen los que saben de estas cosas que las compró en Uterqüe), quiere provocar deseo sexual, ya no sólo en su marido, sino en cualquiera que la mire, hasta en los monjes. Como muchas mujeres en el mundo, Letizia ha perdido su libre albedrío, su cordura, está abducida.
Con sandalias de aguja por los adoquines del monasterio
Buscar provocar deseo sexual en cualquiera es la definición misma de una profesional del sexo. Y, en este caso, el reclamo promete sesiones de disciplina inglesa…. ¿No sería más apropiado reservar estas sandalias para sesiones en privado en lugar de provocar a los monjes durante una visita oficial? Esta elección demuestra cuán desubicada está esta mujer de Vicálvaro, que no acaba de comprender
que como reina de España y jefa del Estado consorte no puede vestir como si fuera a una discoteca, no puede hacer lo que quiere sino lo que debe, como ya comenté en su visita oficial a México.
“Al hombre se le juzga por lo que puede hacer,
a la mujer por lo que se le puede hacer”
John BERGER, Modos de ver.
La moda de los tacones de 11 cm se ha instaurado porque hemos confundido seducción con provocación, una confusión que alimenta la escisión diabólica a la par que lleva a cada mujer a una actitud de buscona profesional.
Hoy, la mujer es bella en la medida en que es promesa de cama, es decir que promete que se le pueden hacer cosas, y cuantas más cosas parece que se le pueden hacer, más bella será. ¿Y cómo se consigue un cuerpo que provoque deseo universal? Teniendo la mujer un cuerpo ofrecido, provocador, marcando sus formas enfundándose en tejidos boa constrictor: el cuerpo debe ser neumático y la cara lo más joven posible, es decir, lisa como si fuera una muñeca hinchable. De ahí, el indispensable recurso a la cirugía estética, puesto que ese ideal está en todo peleado con la realidad. La mujer debe mostrarse eternamente joven, cuanto más joven aparenta ser, mejor. ¿Mejor para quién? Para el pedófilo, seguro. Para la cuenta corriente del cirujano, desde luego.
Los principales enemigos de la belleza ideal transhumanista son, pues, el tiempo y la ley de la gravedad, es decir, la vida real. Ahora bien, que Madame Porcelanosa defienda una estética de piel brillante, lisa e impoluta como un lavabo, se puede entender. Pero pregunto ¿de verdad es tan bello parecerse a un bidet?
En el patrón actual de belleza femenina, la focalización erótico-sexual es absoluta. Parece que más allá de la capacidad de seducción erótica, la mujer no es nada. Los hombres acostumbran mirar a las mujeres valorándolas como posibles polvos: estudian su culo, sus caderas, su cara y sus pechos, y tras el examen, sentenciarán si esa mujer tiene algún interés.
Este hecho, evidente aunque poco estudiado, está sin embargo tan plenamente asumido que se expuso con obscenidad en el Museo Thyssen, tal y como describí en este artículo sobre las fotografías de Mario Testino, el fotógrafo de la jet:
“La mujer ideal para Mario Testino es joven, frágil, sumisa, delgada, ociosa y sexualmente dispuesta. La presencia de estas imágenes en este lugar de la alta cultura oficial supone la intronización de un concepto denigrante de mujer, que es valorada y juzgada en función de si tiene un "buen polvo" o no.¨
Dos de las fotos que se expusieron en el Museo Thyssen con mujeres como meros objetos sexuales,
a la vez víctimas y ofrecidas
Sigo pues reflexionando en voz alta sobre la jefa consorte del Estado español, una mujer menuda, anoréxica y con complejo de Cenicienta. Y me interesa ya no como individuo, sino como fenómeno paradigmático de una sociedad diabólica, esclava de la autoimagen y sumisa a los patrones transhumanistas del papier couché, entendiendo aquí diabólico no como un calificativo infamante, sino como, dia-bolo, lo que separa, divide, contrapone, por oposición a sym-bolo, lo que une, lo que integra y armoniza.
Letizia antes y después de su ¿primera? operación
Nuestra sociedad es diabólica porque, en lugar de buscar el Bien y que nos unamos con nuestra verdad, se sostiene sobre la escisión, la separación, la negación de una comprensión integradora del Ser y del Universo, siendo lo diabólico lo que nos fragmenta y separa de la Verdad, haciéndonos seres desintegrados, escindidos de nosotros mismos y, en consecuencia, frágiles, miedosos y fáciles de manipular. Letizia es dia-bólica, no por ser una bruja piruja, sino porque reniega de sí misma, no acepta su cara, su altura, su cuerpo, su origen social, su familia, su pasado, su edad, sus arrugas y su cargo como jefa del Estado consorte. Sueña con ser otra: más alta, más lisa, más joven, más elegante, más fina, más sexy, más libre. En esto, Letizia es alumna cum laude de su admirada Sra. de Iglesias, de Falcó, de Boyer y de Vargas Llosa, maestra en pasar de una cama a otra sin transición, una maestría que, hay que reconocer, sólo alcanzan las profesionales.
Muchos habíamos quedado seducidos por la joven de mirada franca, nariz importante y mentón decidido, pero en el 2008 Letizia se transformó en una desconocida.
Letizia y el transhumanismo
El logotipo del transhumanismo se asemeja al de Hewlett Packard, y es que esta corporación está detrás de la mayoría de los institutos eugenésicos, como el Guttmacher Institute, especializado en abortos. El H+ significa Humanity Plus, una Humanidad “mejorada” por la ingeniería genética.
El transhumanismo es un movimiento científico contemporáneo, entre filosofía y religión, que considera la naturaleza humana imperfecta y afirma que la tecnología genética, la química y la cirugía pueden darle al ser humano la “perfección” y la inmortalidad que Dios no le ha dado. Llevan años trabajando sobre el Ciborg (cibernetic organism) y hasta se afirma que han logrado crear híbridos de animales y humanos, como afirman aquí científicos británicos.
Pero ¿en qué consiste esa “perfección” tan deseada? Ahí es donde no queda claro cuáles son los criterios de “calidad” y quién o quiénes han decidido la idoneidad, y en base a qué, porque lo primero que nos encontramos es que están trabajando sobre varios tipos de humanos: unos que sean más fuertes y obedientes, otros más adaptados a las tareas de mando, y otros, los menos, que puedan vivir 500 años…. Puede parecer una broma, pero ahí está el director Ray Kurzweil para defender su proyecto.
El lector tal vez desconozca el transhumanismo pero esta nueva religión, financiada por ayudas multimillonarias, ha calado tan hondo en nuestra sociedad que todos entendemos hoy que implantar óvulos fecundados in vitro en una mujer de 60 años o pretender aparentar 40 años cuando se tienen 70 es, no sólo normal, sino legítimo.
El transhumanismo es la eugenesia del Siglo XXI, y está detrás de las clínicas especializadas en abortos, discretas y cómodas proveedoras de la materia prima indispensable para la experimentación biogenética, que no ética: fetos humanos, extracción y venta de órganos y tejidos de los fetos, células madre…
Desde el último tercio del siglo XIX, los eugenistas, primero británicos y estadounidenses, y después nazis, siguen al mando de la creación de modas y logran imponer su ideal de belleza gracias a las estrellas de Hollywood y la publicidad en los medios de comunicación de masas, de los que son dueños. (ver Propaganda de Edward Bernays).
La estética actual, como la nazi, tiene auténtica obsesión por la superioridad de la raza blanca, la blancura, la limpieza extrema, la desinfección, la juventud, la delgadez, el músculo, la cirugía, la investigación en laboratorio, los químicos. Hacia 1930 se estableció en las sociedades totalitarias, tanto nazis como soviéticas, una serie de normas de belleza tan asumidas hoy que ya nadie las discute.
El pintor soviético Aleksander Deineka ilustra muy bien esta nueva estética que glorifica la juventud y, en consecuencia, declara la persona vieja como humano obsoleto, concepto de humanidad trabajadora esclava que comparten las ideologías totalitarias. El ser humano debe ser rentable, cuando deja de serlo, se convierte en un engorro. Aunque ahora, con las residencias privadas, los viejos son un negocio goloso y les alargan la vida hasta el infinito, siempre que paguen la cuenta, claro está.
La belleza ideal de los eugenistas es de raza blanca, ojos claros, mejor rubio que moreno, piernas kilométricas, cuerpo delgado, musculoso y eternamente joven, un look cuyos prototipos fueron las arias andróginas Greta Garbo y Marlene Dietrich, ambas con su toque lesbiano o bisexual, toque que nunca puede faltar en la agenda eugenista. (Para más detalle ver mi conferencia La estética nazi en la actualidad).
Detrás del bottox, la cirugía y los liftings está la idea de la superioridad de la juventud sobre la madurez, declarada inestética por obsoleta. Y ¿qué superioridad es ésa? Si la juventud es inevitablemente ignorante, y con frecuencia soberbia, desconsiderada, torpe, frívola e incauta… En el pasado, y todavía hoy en las culturas tradicionales, los ancianos se respetaban, se veneraban, por su experiencia y sabiduría. En los años 30, la glorificación de la juventud se puede entender en las sociedades totalitarias porque necesitaban a los jóvenes para levantar su economía y su industria. Hoy, el culto a la juventud es hedonismo puro, frivolidad, pura fachada de cabecitas huecas, enfermas de qué dirán.
En este paradigma del darwinismo social, donde la persona madura o vieja es rechazada por fea, obsoleta, porque deja de ser “rentable”, se entiende que el ser humano ha venido a este mundo para trabajar, producir, excitar, dar placer y reproducirse, y una vez que ya no lo puede hacer, se lo evita, se lo aparca, deseando que desaparezca lo antes posible. El que se obsesiona por aparentar ser joven, o más joven de lo que es, es que ha comprado este modelo mercantil de Humanidad porque siente que, si envejece, será dejado de lado por inútil e inservible. La tan temida arruga es el camino hacia la obsolescencia de un ser-mercancía, de una Humanidad sin alma y sin imaginación que ha renunciado a la fascinante aventura de la aceptación plena de uno mismo, una Humanidad esclava de su apego a la aprobación y que obedece a los dictámenes de una élite que la usa, la explota y la desprecia.
Milenios lleva el ser humano decorándose con joyas, peinados, cintas, plumas, pinturas y afeites, y no estoy demonizando aquí el uso tradicional de la barra de labios, la depilación, el peinado, el adorno o el colorete, que acompañan al hombre a lo largo de toda la historia de la Humanidad. Pero sí afirmo que la estética de nuestra sociedad es transhumanista y diabólica porque lleva a la autonegación, y se sostiene en los siguientes pilares: la estética promesa de cama y sus indefectibles zapatos de tacón; la vigorexia, la anorexia, la obsesión por el músculo y el odio de la grasa corporal; y la indispensable cirugía estética.
Letizia y la anorexia
Todos sabemos que Letizia está obsesionada por su apariencia física, como si su Ser se redujera a su aspecto exterior, como si no hubiera vida más allá de las fotografías de la prensa rosa. Atrapada compulsivamente en el aspecto visual de esa carnalidad que odia por no ser perfecta, desde el 2008 no ha cesado de transformar su superficie con las últimas tecnologías de la cirugía estética. Según mi reflexóloga, las innumerables anestesias han acabado por dormir definitivamente su materia gris, logrando alcanzar, como en su maestra Isabel, el electroencefalograma plano.
Con Letizia, el rechazo a sí misma es tan grande que alcanza la autonegación, siendo la anorexia y el aparente “perfeccionismo” que subyace en ella, un desconocido extremo de la soberbia, un pecado mortal, es decir, una pulsión incontrolada de muerte que se sitúa entre los mitos de Narciso y Ofelia.
La persona anoréxica se ve gorda cuando está en los huesos.
Todos queremos, de una manera u otra, gustar y ser queridos. Pero el caso de la anorexia constituye el extremo letal del miedo a no gustar, un miedo que en este punto se ha convertido en una trampa mortal.
La persona anoréxica ha perdido todo control sobre su existencia, está vendida a la opinión ajena, vive sometida a la mirada externa, ya no controla su vida, depende de los demás para definirse, para comprenderse, para vivir, para ser . Y está dispuesta a gustar desapareciendo. Es un tipo extremo de esclavitud consentida. Es aceptar morir con tal de gustar, y para ello se adopta el look Auschwitz, la estética del exterminio -en este caso auto-exterminio-. Al estar obsesionada con la valoración externa, el espejo se convierte en compañero de viaje, un compañero letal. Y aquí aparece la combinación de dos mitos: Ofelia y Narciso.
Ofelia, 1851 por John Everett MIllais, pintor inglés del grupo de los Prerrafaelitas.
Ofelia decide suicidarse al no poder soportar la deshonra de amar al asesino de su padre: amor filial y amor a la pareja entran en conflicto pero no se resuelven, no se aceptan, no se integran, sino que se elige la muerte por miedo, pues la deshonra es miedo al qué dirán. Pero para su suicidio, la Ofelia anoréxica roba el arma a Narciso, el espejo, el traidor espejo, creyendo tener en él a un aliado que le va a permitir alcanzar la forma perfecta, cuando de hecho se va a convertir en su peor enemigo. La anoréxica se arriesga a morir en su intento de alcanzar la imaginada y esclavizante belleza ideal, fabricada por las revistas de peluquería.
El encanto femenino siempre se basó en la capacidad que tienen algunas mujeres de hacer soñar a los hombres. Los sueños en el pasado hablaban de sexo pero también de ternura, dulzura, cariño, sorpresa, complicidad… Con la estética promesa de cama sólo hay lugar para sueños de penetración, abuso, morbo y transgresión.
Es obvio que nuestra sociedad hedonista y descerebrada, materialista y estúpida desconoce el cuento de las Mil y una noches, cuento que describe cómo la imaginación y talento narrativo de una mujer inteligente, sutil y sorprendente, la convierten en la más amada, deseada y valorada entre todas.
Urge que las mujeres tomen conciencia del peligroso camino de esta moda diabólica. Deben pararse a reflexionar sobre dónde está su belleza personal e intransferible, y cómo potenciar su encanto y seducción sin convertirse en putones andantes.
Aquí dejo, por hoy, mi reflexión en voz alta sobre este nuestro modelo nacional de mujer objeto.
Continuará…
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