Ibn
Asad
Muy interesante la conversación que propones, y necesaria hoy en día sin
que tenga que ofender a nadie. Por supuesto que las religiones son usadas para
polarizar conflictos políticos que nada tienen que ver con la fe. Dices que el
Islam parece la religión “más violenta”; sin embargo ninguna religión es más o
menos violenta que otra. En última instancia, sólo el ser humano individual
puede ser más o menos violento o perverso, y siempre va a poder encontrar un pretexto
(una religión; pero también una ideología política u otra coartada) para dar
rienda suelta a las pulsiones más hediondas. Quien quiere hacer daño y
humillar, siempre lo va a hacer desde la miseria personal más íntima, aunque
alegue causas elevadas, ideales políticos o misiones religiosas.
Pero no seamos hipócritas si hablamos de religión: toda historia sagrada
(y la profana también) está bañada en sangre. Señalas que el profeta Mahoma fue
un líder militar y político. Es cierto. Como el 99% de los líderes
espirituales. Como sabes, incluso el Buda que citas también era de casta
guerrera, era hijo de príncipe y fue educado como tal. También en la mítica
India, el reverenciado Rama fue un líder militar que comandó una campaña contra
lo que hoy es Sri Lanka y devastó todo un reino a hachazo limpio tan sólo para
recuperar a su mujer predilecta, Sita; y Krsna, como todo el mundo sabe, ayudó
a los militares Pandavas en una sangrienta y brutal guerra, considerada “la
madre de todas las batallas”. David no se hizo rey de los judíos por su
sabiduría, sino por liarse a pedradas contra su enemigo. En Egipto, en Persia,
incluso en el Tibet, no se distingue el líder espiritual del líder político. En
China, si estudias el comedido taoísmo, leyendo sus textos, no sabes si estás
ante poemas con implicaciones éticas, o estás ante tratados de guerra. En
América, los fundadores religiosos son guerreros (Manco Capac, etc…); en las
religiones africanas, también. Te ahorro el trabajo de seguir buscando: Los
fundadores religiosos son guerreros, en muchas ocasiones activos militares,
violentos, implicados en procesos políticos que no permiten medias tintas.
Ahora bien; reconozco que hay una figura religiosa excepcional: Jesús.
Jesús es el único fundador religioso contemporáneo no monacal que no propuso
nada parecido a un orden político, que no propuso una sharia, que no se
inmiscuyó en los trajines militares. Es el primer fundador religioso apolítico,
ácrata, sin influencia política, sin casta política, en conflicto con todo lo
que oliese a gubernamental (desde Herodes en su infancia hasta el Sanedrín en
su muerte). Aunque dijo aquello de “yo traigo la espada”, lo cierto es
que en Jesús no hay ni rastro de militarismo, ni rastro de ambición política
expansiva, ni rastro de legislación más allá del “ama a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como a ti mismo”. Esa es, para mí, la gran novedad de
Cristo: una espiritualidad personal pura, sin interferencias políticas. Esa es
la nueva de Cristo. Yo no soy quién para valorar esa novedad como positiva o
negativa; sus detractores ven en ese acrático pacifismo, un signo de debilidad
y decadencia; sus seguidores (los cristianos) ven en ello la enseñanza más
alta. Lo que nadie puede negar es que aquello de “poner la otra mejilla”
es una respuesta revolucionaria y desconcertante en un ambiente extremadamente
violento. Sólo un loco o un avatar, puede predicar semejante actitud ante una
agresión violenta.
Pero no nos engañemos: la teoría evangélica se quedó en eso, en teoría.
Enseguida la práctica eclesiástica relativizó el “no matarás” por el
“mata lo que te dé la gana, chaval”. Si Cristo fue original y novedoso, el
cristianismo no lo fue: expansión militar, violencia e imposición religiosa. Y
esto se repite a lo largo de toda la historia conocida en todos los rincones
del mundo.
¿El Islam se expandió a través de la violencia y la guerra?
Indudablemente. El cristianismo, también (por ejemplo, en América, con especial
virulencia). ¿Y el budismo? Ay, ay, ay… el budismo también. El rey Asoka, antes
de convertirse en el primer rey budista idealizado por la revisión histórica
budista, era famoso por su crueldad y su ambición política. La expansión
oriental budista se apoyó en las estratégicas “conversiones” de reyes indios y
después chinos: ninguno pasó a la historia por su “compasión”, sino por
machacar con saña al enemigo. Como Constantino en Europa: el césar que
cristianizó oficialmente Roma (y por ende Europa) fue un gobernante tirano,
decadente, cruel y estúpido. Por lo tanto, sería injusto adjudicar al Islam un
especial carácter violento como proyecto político… no porque no lo fuera
(violento) sino porque todo proyecto político (de la manita de la religión de
turno) se fundamenta en la acción militar. Sin embargo te puedo asegurar que en
el Islam (al igual que con el “no matarás” cristiano o el ahimsa
indobúdico), que un hombre asesine a otro hombre, se considera, desde cualquier
punto de vista, como algo prohibido, algo haraam, algo no permitido por
Allah. ¿Contradictorio con la realidad histórica? Por supuesto. La perversidad
humana necesita esa contradicción: el hombre mata y quiere seguir matando
porque vive y quiere seguir viviendo. No encontrarás hombre (religioso o no),
pueblo, civilización… sin las manos manchadas de sangre.
Te pongo un ejemplo: India. Existe un prejuicio moderno muy extendido:
la civilización hindú valora y siempre valoró la paz, la no agresión, ahimsa,
la no violencia de Gandhi… ¡Un cuento! Quien piensa eso simplemente ignora la
historia indostaní, la cual es aún más convulsa (¡aún más!) que la europea o la
de oriente próximo: reinos en continua depredación, continua invasión, continua
ambición. Que se sepa con fundamento histórico, jamás hubo paz en India. Al
contrario: desde las invasiones arias hasta la colonización británica, todo en
la historia de India fueron guerras, masacres y baños de sangre. En India, la
no-violencia se reservó para la teoría ética de los santones, los ascetas y los
yoguis (y no para todos). Pero en la “práctica”, la vida en India como en
cualquier lugar de este diablo mundo, la pura y dura realidad exige luchar a
muerte por cada bocanada de aire.
¿Y qué ocurre hoy? Decimos “no” a la guerra. Sin embargo, la guerra nos
dice “sí” con más fuerza. Hay y habrá guerras, terribles e injustas, por muy
alto que gritemos nuestro rechazo. Nos consideramos “no violentos” cuando en
nuestro entorno todo es violencia. Nos consideramos “pacifistas” como eufemismo
para no encarar otros epítetos muchísimo más adecuados a nuestra realidad:
hipócritas, cobardes, mentirosos, viles, traidores, impotentes, charlatanes,
vengativos, pusilánimes, rastreros. Llamamos “paz” a una breve tregua que la
barbarie nos concede como premio a nuestra cobardía, para poder seguir viviendo
de forma miserable.
Pocas cosas han cambiado en veintiún siglos. Pero en lo que respecta a
pisotear la cabeza del otro más y mejor, hay algo que SÍ ha cambiado. Guernica,
Dresde, Hiroshima, Mauthausen, Stalingrado… Esos episodios son nuevos en la
Historia. Siempre se ha matado pero jamás así: ese poder de horror, esa dosis
de crueldad, ese nivel de salvajismo es new. No estoy diciendo que en la
antigüedad los poderosos fueran menos crueles; estoy diciendo que el hecho de
que Genghis Khan no tuviera una flota de drones a su disposición, es una
diferencia determinante.
Hoy, estos monstruos disponen de toda una industria del horror, una
tecnología punta afilada para dañar, lisiar y matar. No tienen rival: se los
inventan para testar sus armas high-tech y seguir ampliando este imperio
de pesadilla. Su superioridad militar es incuestionable. Su poderío,
inexpugnable. No hay fuerza militar que pueda hacer frente a esta tecnología
recién estrenada, estos ingenios de la ignominia, esta ciencia de la muerte. No
es una guerra: es un tiro al blanco, y cuanto más blanco y más inocente, mejor
para su empresa. Asesinar por sistema. Aniquilar al más débil. Triturar todo lo
puro, lo bueno, lo hermoso. Si tienen que matar niños, los matan. Si tienen que
violar mujeres, las violan. Si tienen que torturar inocentes, lo hacen, incluso
después de muertos. Orinan en sus cadáveres y no sienten ninguna culpa, ninguna
empatía, ninguna compasión. ¿Son musulmanes quienes hacen esto? Claro que no.
¿Son cristianos? Tampoco. ¿Serán los judíos? Tampoco. ¿Son entonces de otra
confesión religiosa? Tampoco. Son, sencillamente, unos hijos de puta.